EL ESCANDALO POR LA VENTA ILEGAL DE ORGANOS


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@OLIVOSCITY

14/08/2006#N11036

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EL ESCANDALO POR LA VENTA ILEGAL DE ORGANOS

Varios argentinos murieron tras recibir un riñón en Bolivia

Los cirujanos les cobraron unos 45.000 dólares, pero fallecieron pocos días después de la operación. Aquí se presentan tres historias, aunque las víctimas pueden ser más. Los detalles de la causa judicial iniciada en junio tras una investigación de Clarín. El rol de los médicos locales.


Como un relámpago en plena noche, la esperanza iluminó de golpe un panorama desalentador: a cambio de unos cuantos miles de dólares, en Bolivia era posible conseguir de inmediato un trasplante de riñón que alejaría para siempre el desgastante tratamiento con diálisis. Pero a semejante ilusión le sucedió un drama de las mismas proporciones: por negligencia médica o bajo un riesgo quirúrgico que haría impracticable esa operación para un cirujano honesto, las cosas terminaron mal. Tras la investigación sobre la venta ilegal de órganos en Bolivia, publicada el 25 de junio, Clarín presenta hoy la historia de al menos tres argentinos que se hicieron un trasplante en Santa Cruz de la Sierra y murieron en cuestión de días.

Los relatos son tímidos, fragmentarios. Algunos familiares de las víctimas aceptaron hablar una vez que Clarín descubrió su caso, otros desistieron de hacerlo. El temor a ser perseguidos por la Justicia a causa de la compra del órgano aprieta muchos labios. Unos ignoraban que la transacción era ilegal. Algunos lo sabían. Otros asumieron como suyo un riesgo al que jamás deberían haberse sentido expuestos, porque corresponde a una decisión exclusivamente médica: realizar una operación que por el estado general de salud del paciente, por la posibilidad cierta de que hubiera complicaciones mortales tras la cirugía o por el simple hecho de no "arriesgar" un órgano sano en un cuerpo tan deteriorado, no debería haberse practicado de ninguna manera.

La historia de Arturo Kouyoumdzian, un cantante de música armenia famoso en toda América Latina, es desgarradora. Arturo, un grandote simpático, tenía diabetes desde los 22 años y a los 30 quedó ciego por una infección hospitalaria. Nada de eso melló su carácter, pero la noticia de que sus riñones ya no servían más fue demasiado para su ánimo: en agosto de 2001, a los 49 años, "la voz de Armenia" comenzó a dializarse.

"El primer año se lo bancó bastante bien, pero sus fuerzas estaban acabadas", cuenta a Clarín Karina, su pareja desde 1999. Estragado por los pinchazos y las complicaciones, decepcionado ante la perspectiva que se abría ante él, el destino le mostró a Arturo su primera carta a mediados de 2003. "El doctor Ricardo Ibichian, un cardiólogo que había sido compañero suyo en la escuela, vino con la novedad de que en Bolivia el doctor Raúl Bocángel podía trasplantarlo. Dijo que eran muy amigos —algo que después comprobé personalmente— y que todo era legal".

Pero la decisión tardó en madurar. "Lo resolvimos el año pasado, tras una reunión con Ibichian. A comienzos de agosto él nos acompañó a Arturo y a mí a Santa Cruz, y arregló el precio del trasplante con Bocángel. Dijo que salía 50.000 dólares, pero que él lo conseguía por 45.000. Arturo se hizo el primer estudio clínico y regresamos al día siguiente", relata Karina.

Entonces comenzó otra odisea. Arturo y sus músicos organizaron festivales, cenas, rifas y cualquier otro evento solidario que le permitiera costear su propio trasplante. Lejos todavía de alcanzar la cifra necesaria, un amigo generoso y discreto zanjó la diferencia. Ansioso, lleno de preguntas y con la sonrisa despeinándole la barba, Arturo, su novia y su suegra partieron hacia Bolivia el 25 de agosto, hace casi un año. El volvería al país en un ataúd.

Seguimos escuchando a Kari na, cuyo testimonio también fue confirmado a Clarín por otros dos miembros de la comunidad armenia: "Llegamos, nos instalamos en un hotel y hasta el 7 de setiembre a Arturo lo dializaron cada dos días. Tenía la válvula mitral tapada, pero nos dijeron que eso no traería problemas. Un día Bocángel mandó a un secretario con un papel para que Arturo lo firmara, en el que decía que el donante no recibía plata. Arturo se reía. Le parecía patético, pero estaba jugado."

El 8 de setiembre, el cantante fue internado en la clínica Niño Jesús II, y al mediodía siguiente lo trasplantaron. Durante la operación, que duró cuatro horas y media, Karina vivió su primer momento traumático: "Tuve un breve contacto con la esposa del donante, fue terrible. La chica estaba sentada en un pasillo con sus dos hijitos. Yo le hice señas como preguntándole si era quien yo creía, y ella asintió. Pero no hablamos, estaba prohibido".

Al rato, Bocángel se le acercó sonriente: "Salió todo bien, señora". No era cierto. "A la tardecita me dijeron que el riñón no estaba respondiendo", recuerda Karina. "Me quedé hasta la medianoche, pero no tuve más noticias. Al día siguiente volví al hospital y Bocángel me dijo que Arturo había levantado temperatura, que le iban a sacar el órgano y que por su estado no había posibilidad de trasplantarlo otra vez." El sueño había terminado. La pesadilla acababa de empezar.

"Me agarró un ataque de nervios. Los parientes de los otros trasplantados me decían 'llevátelo con vida, que le saquen el órgano y llevátelo'. Pero eso sólo lo entendí después." La nueva operación se hizo al día siguiente, y sólo aceleró los problemas: sin el riñón que le habían trasplantado, "dopado con morfina, dolorido y confundido, a Arturo tampoco podían dializarlo. Le provocaron un coma farmacológico y le pusieron un respirador artificial. El me escuchaba, me agarraba la mano" retoma Karina. "Una enfermera me dijo que tenían que afeitarle la barba por el riesgo de infecciones. ¿Y por qué no lo hicieron antes del trasplante? Dos días después, el 13 de setiembre, murió". Tenía 53 años.

Las sorpresas desagradables no terminaron para Karina. Se había activado otra fase del negocio, algo que al parecer ocurría con frecuencia: la pelea por trasladar a la Argentina el cuerpo del desgraciado. Los empleados de varias funerarias que ya estaban avisados sobre el inminente desenlace acosaron a la aturdida mujer, que dos días después logró enviar a Arturo a Buenos Aires. "Ahí terminé de comprobar que Bocángel era un cínico", estalla hoy. "En el certificado de defunción puso diabetes, infarto masivo y paro cardiorrespiratorio, ni siquiera mencionó el trasplante (ver facsímil de la página 34). Igual, de entrada vimos que era un comerciante: aunque el presupuesto incluía todo, nos cobró 100 dólares por el estudio de histocompatibilidad, otros 100 por el cardiólogo, 60 por el neumonólogo, quería que pague la diálisis, la ambulancia..."

La pareja de Kouyoumdzian guarda sus últimas balas para el doctor Ricardo Ibichian, el médico que según dice le aconsejó llevar a su novio a Bolivia. "Por gente de Buenos Aires a la que yo llamaba desde allá supe que él hablaba con Bocángel todos los días, pero yo no pude encontrarlo. De hecho, no lo vi ni hablé con él nunca más. Es de lo peor. Cuando viajó con nosotros no le pagamos más que los viáticos, pero él después se cobró con Bocángel: el trasplante que salía 36.000 nos costó 45.000 dólares. El arregló todo y después nos dejó solos." Durante la entrevista que Clarín mantuvo con Bocángel simulando ser un potencial cliente, el 8 de junio pasado, el cirujano presupuestó su "paquete de servicios de trasplante" —que incluye la compra del riñón— en 40.000 dólares.

Para escuchar su versión, el Equipo de Investigación se comunicó con Ibichian, quien primero dijo haber visto a Bocángel sólo "en dos congresos, hace unos tres años y un año y medio atrás", pero minutos después y ante la insistencia de Clarín admitió haber viajado con Arturo a Santa Cruz. "La colectividad armenia me llamó por teléfono pa ra pedirme que me ocupara, porque este muchacho tenía a 45.000 personas atrás. Aunque el pobre falleció con todas las complicaciones habidas y por haber, porque era un paciente de alto riesgo. Yo lo único que hice fue presentarlo, estuve un día y volví", dijo un tanto nervioso. Ibichian también negó haber negociado el pago del trasplante.

Por el testimonio de Karina, el caso del cantante armenio se revela aquí en todos sus detalles, pero la suya no es la única muerte de un argentino trasplantado en Bolivia que Clarín pudo confirmar. Otra de las víctimas de las cirugías ilegales en Santa Cruz de la Sierra fue el sociólogo y encuestador Luis Stuhlman, un hombre cercano al radicalismo cuyo sorpresivo fallecimiento fue anunciado en los medios el 18 de enero de 2002, sin ofrecer más detalles sobre sus causas excepto difusas menciones a su "delicado estado de salud".

"Luis tenía insuficiencia renal crónica desde hacía mucho tiempo. Su salud era muy mala", admitió ante este diario un amigo del especialista en marketing político. "Por el estado de su cuerpo en Argentina no había forma de que lo trasplantaran, y él necesitaba esa cirugía con suma urgencia. Su calidad de vida era pésima, tenía problemas cardíacos, varios by-pass. Se buscó en Brasil, Estados Unidos y por último en Bolivia. El sabía que era una intervención de mucho riesgo. Se jugó a todo o nada.". Salió nada. Otros dos amigos del sociólogo confirmaron la historia, y también uno de sus familiares más cercanos, que se negó a brindar más datos excepto que "Luis fue a Santa Cruz con su cardiólogo y su nefrólogo."

El tercer caso del que tuvo noticia Clarín por tres fuentes que solicitaron no ser identificadas —incluido un alto funcionario del gobierno boliviano— es el de la hija de uno de los empresarios más famosos de la Argentina, dueño de una tradicional firma de productos lácteos. La dama, de 49 años, habría muerto el 31 de ma yo de 2005 a las 22 horas, tras haber sido trasplantada en Santa Cruz de la Sierra. Su familia dijo a este diario que no haría comentarios al respecto. Como ella, como Stuhlman y Arturo, quizá sean más los argentinos que murieron por haber creído que en Bolivia encontrarían la salida a su severo diagnóstico. O que tal vez lograron salvarse, pero desconocían la trama del negocio que involuntariamente alimentaron. Su testimonio puede salvar a muchos otros. Todavía.


Claudio Savoia.
Diario Clarin

 

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