Bajo la lluvia


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Escrito por
@OILIMEYER

28/12/2006#N13113

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Noche perfecta. Lluvia fina y eterna. Escucho en la radio una música que de manera cómplice, incita al abrazo y a las caricias. Lástima para mí, que tanto la noche como la lluvia y como la música ya están comprometidas para ir a otros sitios. Las caricias y los abrazos están bajo llave, a varias cuadras de distancia.
Solo, entonces, en mi soledad, busqué por mi ventana alguna señal de estrellas, pero ni ellas asoman a mi mundo, como si también conspiraran contra mi necesidad de compañía.
El cielo se hace escuchar disolviendo mi ofuscación, y comprendo el presagio de una velada furiosa de agua. Aquella inicial lluvia fina y eterna, se transforma sin preavisos, en una lluvia grave y más eterna, todavía.
A los pocos instantes, que no recuerdo cuánto duraron, me encontré absorto en la contemplación de aquella gigantesca cascada improvisada por la naturaleza. Se diluía toda posibilidad de buscar mis caricias y mis abrazos... o mi llave.
La lluvia no me parecía que cayera, mas bien era un reticulado líquido conectando el arriba y el abajo. Un torrente tan intenso que no precipitaba, sino que se imponía como un medio nuevo mezclado con el aire.
Fue justo allí, en ese preciso refusilo, cuando se le ocurrió a mi costado de niño intrépido, realizar la intrepidez que posiblemente me costaría algún resfrío o algo así, pero sin duda, nos salvaría a ambos de una eternidad de aburrimiento: iría a rescatar mi llave. Mis abrazos y caricias.
Abrí la puerta de calle con exagerada determinación, como yendo a enfrentar a un monstruo de millones de pequeñas y frías cabezas o tal vez, mas bien, millones de pequeños monstruos de una sola cabeza afilada de frío.
Muté de lo seco a lo húmedo en un relámpago y crucé lo que intuí como calzada. Frené mi inútil huída contra una fachada y volví la vista hacia donde había estado antes, como si fuera a encontrar alguna huella. Vi entonces, a mi tibia, seca y confortable morada y hubiera querido creer que aún estaba yo en ella, observando desde adentro a aquel hombre que miraba desde enfrente, quien volvía a mutar, esta vez, de lo húmedo a lo irremediablemente mojado.
Parecía más que nunca verdad, eso de que en mayor medida, somos agua...
Me distanciaban de ella, de mis caricias, de mis abrazos, aún varias cuadras y algún posible desencuentro. Pero la suerte estaba echada, a pesar de los insistentes impactos líquidos de una lluvia terca que no se daba cuenta que no me podía mojar más de lo que ya estaba. Corrí, corrí, corrí, cuando me di cuenta que también desde el suelo, el agua intentaba sujetarme de los tobillos y entorpecer cada zancada. Hice un momento de intervalo, bajo ese techo que me mojaba y remojaba un poco menos. Volví la vista hacia adelante con un solo ojo. El otro, entrecerrado, quería deshacerse de las gotas frías. Entonces me erguí, en una impostura de ridícula hidalguía y tomé carrera nuevamente con los pies que no veía. No había otro remedio. Aún faltaban varias cuadras.
El diluvio fue decreciendo a medida que yo me acercaba a mi meta. Pero mientras estuviera expuesto a la intemperie, era como si toda el agua del mundo se dispusiera a calarme todo lo posible. Ya no tenía sentido saltar los charcos o esquivar el chorro grueso de alguna canaleta, sin embargo, a veces, los seguía evitando de manera refleja.
Llegando donde quería llegar, vi su ventana a oscuras. El llamador de bronce de la puerta golpeó, empapado y en vano, salpicando chispas de agua en cada golpe. No había nadie, Yo seguía mojado y solo. Mis caricias y besos bajo llave.
Una fina lluvia, muy fina, comenzó en ese instante, a palparme y masajearme el ceño fruncido. Copiosos y suaves besos por miles en un rostro que volvió a caminar sobre sus pasos. Un viento tibio y arremolinado empezó a envolverme en un agradable y delicado abrazo, que reconfortó a este cuerpo empapado de decepción y desencuentro.
El cielo aún amenazaba y el aire se movía impredecible. Pero yo, ya era parte de los elementos, y éstos no me incomodaban.
Al final, caminé de regreso en una noche que no era para estar solo. Resistiéndome a secar mi deseo, agradecí las caricias del atmosférico consuelo. Los besos de la lluvia y el abrazo de la brisa me acompañaron de vuelta a casa.
Más tarde, volvería a intentarlo nuevamente.

 

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