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Escrito por
@OILIMEYER

06/01/2007#N13274

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El pez grande se tragó al más pequeño. No tuvo remordimientos. No debe haber sabido qué significaba. Esto de que el más grande se coma al más pequeño es ley para todos, y los más grandes siempre se encargan de que la ley se cumpla. Sin embargo, bajo esta perspectiva siempre hay uno más pequeño y siempre uno más grande. ¡Como en este instante! Aquí llegó de pronto, éste pez aún mayor, arrebatándole al anterior, la jerarquía que ostentaba de último eslabón de la cadena alimenticia. Con goloso aleteo, siguió este pez grande su camino hacia otro fresco y movedizo “alimento” que lo seducía, flotando, cerca del límite.
No debe haberlo pensado, para eso tiene instintos. Pero a pesar de ellos, tragó la carnosa ofrenda cuando notó aquella aguzada y metálica fuerza que lo empujó hacia el límite, arriba. Tal vez sintió temor o algo parecido. Se encontró fuera de su mundo y cayó sobre algo duro. Sus instintos se confundieron con el dolor y el asombro mientras agónicamente, transmutaba en pescado.
El pescador no tuvo remordimientos, tampoco usó sus instintos, tampoco lo pensó demasiado. Tomó sus remos con una mueca de triunfal satisfacción que mantuvo dibujada hasta llegar a la orilla, mientras golpeaba rítmicamente el agua.
Ya de regreso a su versión unipersonal de un día de campo, observó al ex- pez que ya no era protagonista y también observó a aquella agreste, hermosa e inapelable naturaleza, alejada de todo lo conocido, que lo envolvía por donde mirara. El ejercicio de contemplación culminó al tomar conciencia de que el sol parecía querer dejarlo a su suerte.
A manos del frío incipiente, se encontró inmerso en una soledad que no era tal y al querer prestar atención al supuesto silencio, descubrió que tampoco había tal cosa. En su lugar encontró una batería de sonidos, los cuales no estaba preparado a interpretar.
La oscuridad empezaba a brillar en su omnipresencia, cuando prendió su fuego y presentó ante éste, al atávico trofeo de caza, con las escamas hacia abajo.
Sólo las estrellas, lo duro del suelo, el frío empecinado y cada trozo de carne, le empezaron a ofrecer algún vestigio de realidad en aquella instancia parecida a la nada. Pero a cada bocado, más sé convencía de que el pedazo de naturaleza que estaba donde no debía, era él mismo.
Tal vez sintió temor o algo parecido, cuando se asumió, sin ninguna duda, como un animal expuesto e indefenso. Ese pensamiento lo asustó y lo puso alerta, al tiempo que comenzaban a vagar por su cabeza situaciones de peligro con formas y pelajes diferentes.
Nada peor ni más grotesco, más irreal e impactante, que cuando sucede lo que se teme justo en ese preciso momento. Como parar una inercia en seco, como recordar anticipadamente, como preconizar demasiado tarde.
Primero no fue el rugido cavernoso, que parecía generarse en todos los rincones de esa espesura negra. Primero vio esos ojos, tan fríos y tan calientes que la misma noche ni siquiera se animaba a opacar. Fluían de ellos lazos invisibles que imantaban a su ya enrarecida voluntad. Pudo sentir con claridad como el ardor y el tamborileo de su sangre se hundía abrupta y pesadamente hasta su cóccix, haciendo estragos a su paso, por los intestinos. Sus piernas se desconectaron de un cerebro que no pensaba.
Tampoco usó sus instintos...
Luego el frío sobrenatural en la espalda, que transformó su torso en un mármol esculpido. Como las estatuas, él no se movía. Su vista en esos ojos cada vez más grandes y por fin el feroz aliento que presagió la dentellada.
Casi no hubo tiempo para asombros, mucho menos para elucubraciones. Pero lo que nítidamente le disgustó en ese instante, fue sentir a su orgullo humano herido. Este contundente arrebato de la jerarquía que ostentaba. Después de todo, no ser el último eslabón de la cadena, era algo con lo que no contaba.

 

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