PEQUEÑO INCIDENTE EN EL UNIVERSO


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Escrito por
@OILIMEYER

03/02/2007#N13774

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Se preguntó si habría alguien o algo, ni tan lejos ni tan cerca, que haya podido observar lo ocurrido. Que pudiera lamentarse, siquiera un poco, de nuestra tan deshumana humanidad.
—¡Qué picardía! —alguien o algo exclamaría
—¡Tanto trabajo de la naturaleza y de ese ser llamado Hombre, para terminar de esa manera!
La tierra vomitó sus propias entrañas, en un acto final de desesperada rebelión, contra aquel animal tecnológico que, a pesar de sus logros e infinitas proezas para adaptar el entorno a su crecimiento, no supo o no pudo adaptar su condición de lobo de sí mismo.
Nada quedó en pie. Nadie para recordar.
—Es como si nunca hubiéramos estado —se dijo Joel Adamsky, cosmonauta, mientras miraba sin creerle a sus ojos desencajados de asombro. Desde su escafandra y a través de la ventanilla de su módulo orbital de observación, su rostro adquirió una expresión como de niño que descubre inesperadamente, algo que todavía no comprende.
A medida que se iba organizando en su atribulada mente un tímido “¿por qué?” (que no se animaba a verbalizar), la respuesta se manifestaba a la altura de la comisura de sus labios, los que mordía con fuerza creciente.
Para los científicos, sabios y entendidos, la prueba mayor y más acuciante de nuestra civilización, era lograr pasar con éxito las críticas etapas del desarrollo tecnológico. El reto era sobrevivir a nosotros mismos. Poder controlar nuestros hostiles impulsos para con nuestra propia especie, y para con la misma naturaleza, contando cada vez con más y mayores medios como para desatar un superefectivo y globalizado último holocausto. Era una de dos: superarse o autodestruirse. Cualquiera sabía eso.
—Creo que no —se dijo en su uniloquio en el vacío— Nadie ni nada, ni tan lejos ni tan cerca, como para observar. Excepto yo, excepto yo...
Para el universo en su conjunto, no había gran diferencia sea cual fuere el final acontecido. Pero para Joel Adamsky, el peso de ser el único testigo de la extinción de toda una humanidad sobre sus espaldas, era en sí, de una intensidad que ni la gravedad cero podía apaciguar.
No existía ya chance del “ensayo-error”. No habría ya, a quién contar esta historia. La moraleja sólo sería para desencarnados.
Sintió la soledad, no es que la pensó. La soledad era algo denso que le oprimía su hermético traje y su escafandra. A cada momento, se hacía más consciente de su naturaleza de náufrago galáctico.
Abrió con decisión la compuerta de su escondrijo espacial y ya no se sintió tan solo, pero se sintió muy pequeño. La vastedad del vacío lo abrumó, pero le dio paz y se sintió polvo. Se sintió Hijo. Ya nada dependía de él. Se despojó de su culpa y de su especie.
Sabía que no volvería y esto ya no era un dato que le importunase, era tan sólo un hecho irreversible. No había a donde ir.
Una realidad con el peso de las estrellas, aquellas estrellas que casi podía tocar con la punta de sus guantes. Y se rió, con una carcajada que retumbó dentro de su yelmo presurizado.
Afuera, no se escuchó nada. Ni quién, ni qué, ni tan cerca ni tan lejos como para hacerlo.




 

Comentarios

@ANALIAPADILLA12

03/02/2007

Este escrito es admirable. Escapa a la ciencia ficción... "Es como si nunca hubiéramos estado..." Analía