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Escrito por
@ROBMUN

06/02/2007#N13841

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GUAPOS



Era un día de lluvia, allá por el treinta y pico. Nicanor Migraña, más conocido como el Cabezón en la jerga policial, no por el tamaño de su cabeza sino por el apellido, descansaba en paz en su propio velatorio en un viejo caserón del barrio de Palermo. Allí se encontraron el Moncho Paniagua y Jacinto Avellaneda.
- Y pensar que el Nicanor ha hecho pata ancha en cuanto entrevero ha habido en los peringundines de Buenos Aires, Jacinto – dijo el Moncho. - ¡Esto es una injusticia! – agregó después de un largo silencio.
- Se acuerda Moncho, de cuando le hizo comer a la Rosa la olla entera de guiso? – recordó el Jacinto.
- Y cómo no me’via acordar, es como si lo estuviera viendo. Le tenía prohibido probar la comida y justo la pescó con la cuchara en la boca. Era bravo el Nicanor. ¡Esto es una injusticia! –
- Y cuando se trenzó con el fiolo´e la Mireya?... Le abrió la jeta de oreja a oreja, quedó como si se hubiera muerto de la risa. -
- ¡Esto es una injusticia! – insistió el Moncho.
- Ya lo creo. Merecía una muerte mas cojonuda…Mire que agarrarse la hepatitis C. -

 

Comentarios

@MABE

07/02/2007

¡Delicioso! Gracias por compartirlo Besooos, Mabel