Días de cerveza y rosas


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@JOAN

17/11/2008#N24407

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Días de cerveza y rosas


Por Joan Delgado


 


 «Hace ya varios días que me encuentro mal, muy mal, y no parece que esto vaya a mejorar mucho. Hay momentos en que mi cabeza está a punto de explotar, y no hay manera de poder dormir más de dos horas seguidas. Hoy, lejos de aminorar, las cosquillas del estómago son cada vez más intensas y desagradables… Si no salgo pronto de aquí acabaré vomitando». Un Jordi al borde del ataque de diarrea observaba a aquella chica con el gesto torcido y la mirada perdida. Hacía tan sólo unos minutos que había entrado en la floristería y sin embargo se sentía como si llevara allí toda una vida. Los dedos se le hacían huéspedes y no sabía qué hacer con la tarjeta de crédito en las manos mientras la dependienta se esmeraba en adornar un ramo de rosas y lo acondicionaba para regalo. Su impaciencia por salir de allí le agobiaba, le hacía sudar.


 


 «Cuanta parsimonia, joder… No tuve la menor duda. Fue verlas y quererlas. Esas rosas rojas enamoran a primera vista; espero que Teresa piense lo mismo. Son colombianas, según la florista. Y yo diría… Sí, diría que estas flores parecen algo más grandes de lo corriente… ¿Y no serán demasiadas, dos docenas…? En fin, tratándose de flores siempre será mejor que sobren a que falten, pienso yo… Son hermosas sí, pero también es verdad que carecen absolutamente de aroma; no he encontrado rastro alguno de perfume en ellas, y resulta triste… ¿Por qué no se le habrá ocurrido a nadie inventar una esencia que pueda vaporizarse sobre las flores justo antes de ser entregadas al comprador? Esencia de narcisos a los narcisos, y a las azucenas esencia de azucenas…, y a los tulipanes, y a las orquídeas... Y a las rosas esencia de rosas, por supuesto. Míralas…, aterciopeladas, majestuosas, y a pesar de todo todas sin alma. Hay algo preocupante en todo esto. Los perfumes atesorados en las perfumerías y atrapados en minúsculos y extravagantes frasquitos, como el genio de la lámpara. Mientras, las flores resisten como pueden, huérfanas de fragancia, empeñando toda su energía en ser hermosas, sólo hermosas. Resulta paradójico y terrible al mismo tiempo… Cómo esta chica no acabe pronto me largaré; necesito que me dé el aire, y quiero tomar algo fresco… No sé que tienen estos tiempos que todo el mundo se ha acostumbrado a conformarse con muy poco. Con casi nada, a decir verdad. Y a nadie perece importarle. Es suficiente con reparar en la simple apariencia de las cosas para juzgar la bondad o no de lo que se nos ofrece. ¿Es bonito? pues me vale. Y es una pena. Las flores, la fruta..., la gente. Sí, sobre todo la gente… Recuerdo, cuando niño, que las rosas, todas las rosas, dejaban sentir su perfume y su presencia allí donde estuvieran; en el jardín, en un simple jarrón…»



―Bueno, ¡ya está! ¿Qué le parece el bouquet? Le he puesto cintas doradas porque van muy bien con los verdes naturales y el tul lila. Y con el rojo intenso de las rosas, claro está. Tenga cuidado con el fondo del embalaje; es de cartón reciclado y tiende a humedecerse con cierta facilidad. Manténgalo un poco inclinado. Así, muy bien. Bueno, serán 60 euros.


―Sí; es muy bonito, la verdad, aunque es más grande y pesa más de lo que imaginaba. Será mejor que ustedes mismos se encarguen de hacerlo llegar a su destinataria, ¿habrá algún problema?


―Por supuesto que no, aunque el precio se incrementará en seis euros.

―Muy bien. Déjeme escribir la dirección en la tarjeta; es muy cerca de aquí.



Al salir de la floristería, Jordi tiró Rambla arriba y se encaminó con paso ligero hacia el puente de Sant Agustí. Sin embargo, al llegar a
la Plaça de la Independència, giró en redondo y volviendo sobre sus pasos, ahora un poco más tranquilo, se adentró de nuevo en Barri Vell. Callejeó durante un buen rato, sin rumbo, sin ideas y sin prisa; carrer de la Força, vacío y húmedo como el propio Jordi. Plaça de la Catedral, un millón de escalones arriba hasta la Plaça dels lledoners. Un minuto, solo un minuto para respirar y otra vez abajo para acabar en Pou Rodó. Y vuelta al río. Pont nou, la madera mojada, como siempre, y luego Passeig de Cànoves: el penetrante aroma de los tilos lo sacó del estupor vaporoso y muelle en el que estaba sumido desde buena mañana. «Vaya, menos mal, no todas las flores han perdido la fragancia. Buf, no hace ni veinte minutos que doy vueltas y tengo la impresión de llevar caminando toda la eternidad. ¿Habrá recibido ya las rosas? A lo mejor todavía es algo pronto. Aquella chica estaba sola en la floristería, no había nadie más en la tienda y no creo que ella… Tendrán un repartidor, supongo… Creo que me quedaré un rato en el Royal; son más de las once.»




«El tiempo corre que vuela. Parece mentira, hace casi una hora que estoy aquí y apenas he hecho nada que no sea fijar la vista en el caprichoso baile de burbujas de mi jarra de cerveza. Resulta hipnotizador. Me atonta... ¡Joder, qué calor hace aquí dentro! ¡Cuanta razón tenía la camarera! Debería haber seguido su consejo; estaría mucho mejor en una mesa de la terraza... ¿Cómo estará Teresa…? Hace ya tanto tiempo que no la veo... Recuerdo que su debilidad eran las rosas. Le encantaban. Espero que estas sean de su agrado... Lo pienso y, en el fondo, no sé que estoy esperando. No lo sé. Lo peor, lo jodido es que no puedo evitar que pasen por mi cabeza esas putas imágenes de mi enfrentamiento con Cancedo. Son como…, como recortes de mi vida que se presentan en un flash tras otro. Van y vienen sin orden ni concierto, surgiendo como fogonazos irritantes. Dios, otra vez el estómago… De todos modos, quien sabe..., es posible que tampoco sea eso. ¡Vete tú a saber...! A lo mejor lo que me provoca esta sensación de ansiedad es que no tengo nada que hacer y me abruma la expectativa de incertidumbre, de vacío. …Oye, ponme otra caña cuando puedas, por favor. ¡Ah, y estaré en la terraza...! Esto es una mierda lo mire como lo mire.»


 


Jordi salió del Royal y se instaló en una mesa protegida del sol por uno de los pilares de la plaza. Desde allí podía observar a la gente que compraba el periódico en el quiosco, a los repartidores de bebidas descargando cajas en los muchos cafés que se refugian en los porches, a los grupitos de mujeres que pasaban la mañana de compras… Pero en realidad no tenía ojos para nadie. Su estomago se encogía por momentos y su mente se aceleraba, se dividía. Hacía rato que Jordi no dejaba de dialogar calladamente consigo mismo en apasionado debate con su propia su sombra. Ahora, además, empezaba a gesticular con las manos, a mover la cabeza y acompañar algunas frases con los labios. «Cancedo, ya lo sabes, ¿verdad? es el jodido marido de Teresa. Bueno, su pareja. No, no: su ex-pareja. Y también el director-gerente y máximo accionista de Mamunia S.A., el negocio que fundó mi padre en los años sesenta. Pobre papá, ¿te acuerdas? Cuando se jubiló hacía ya tiempo que había perdido toda capacidad de decisión en los asuntos de la empresa. Él, que la creó y la hizo grande. El paso de sociedad de responsabilidad limitada a sociedad anónima tuvo la culpa. Sin embargo mi padre la achacaba a dos socios traidores que vendieron a quien no debían. Y tenía razón. ¡Claro que tenía razón! Murió sólo un año más tarde. Menudo hijo de puta, ese Cancedo. De empleado de confianza pasó a accionista mayoritario al tiempo yo hacía el camino inverso y de heredero in pectore descendía a la simple condición de empleado. Así, de un día para otro. Veintiséis años tenía entonces y apenas hacía dos que Teresa y yo nos habíamos casado».


 


«Sí; estuvimos casados otros tres años, ¿recuerdas? ¿Te acuerdas? ¡Tres, sí! Hasta que ella solicitó el divorcio para regularizar su situación con Cancedo, con quién ya hacia dos que convivía. Una regularización que por otro lado jamás llegó a producirse porque Cancedo, aunque se lo había prometido un millón de veces, nunca se divorció de Julia, una prima lejana de Teresa que por entonces también trabajaba para Mamunia. Y un divorcio y medio no hacen ecuación de la que pueda resultar un nuevo matrimonio, ¿verdad?»


 


«Lo de Cancedo y Teresa ha durado demasiado. Cuatro largos años ha necesitado Teresa para darse cuenta de que ese tipo es un gilipollas. Cuando me abandonó para irse a vivir con él me dijo: “Jordi, eres un cretino”. No, Teresa, no te equivoques. El cretino es él, créeme, le respondí. Pero me ignoró por completo. Hacía ya mucho tiempo que yo era completamente invisible para ella. Jordi, eres un cretino de carreras, insistió de nuevo rompiendo el silencio glacial que acompañó nuestros últimos instantes, antes de cerrar la puerta y marcharse para siempre».




«Pero ahora Teresa ha comprendido que yo tenía razón. Antesdeayer, en cuanto supe que ella lo había dejado no perdí un segundo en llamarla. Me sentía raro, excitado. No sabía si felicitarla o consolarla. Menos mal que no cogió el teléfono porque no hubiera sabido qué decirle. Pero me habría conformado con oír su voz. Me hubiera gustado».


 


«Menudo cabrón, ese Cancedo. Cuanto tiempo de silencio forzado, de sometimiento, de tortura. Haciendo buena cara por los pasillos de la oficina; cara de hombre civilizado, comprensivo. Pero, ¡Dios! Mi satisfacción fue tanta cuando supe que Teresa lo había abandonado que no pude contenerme más y me lancé. Dos dobles de coñac y entré en su despacho y se lo solté de golpe, a bocajarro. Bueno, en el despacho de mi padre. En el que fuera de mi padre, mejor dicho. ¡Eres un cabrón Cancedo, y te lo mereces! ¡No sabes cómo me alegro de que Teresa te haya dado por fin la patada! ¿Y qué…? ¿Donde te la ha dado…? ¿Ha sido en los huevos? ¿A qué duele? ¡Ahora sabes como me sentí cuando me la robaste, hijo de puta! ¿Es que no tuviste bastante con quitarme la empresa? ¿Con quitársela a mi padre...?»


 


«¡Joder, cómo me quedé! Fueron apenas tres o cuatro minutos pero me supieron a gloria. Los mejores de mi vida, desde luego. ¿Y el desgraciado de Cancedo? Se mantuvo en silencio mientras yo le cantaba las cuarenta, reclinado en su cómodo sillón de piel. Mirándome con su cara de perro viejo, impertérrito ante mis gritos. Pero la procesión iba por dentro, ¡ya lo creo que sí! Sólo cuando ya me había desahogado se atrevió ese mamón a abrir la boca. Todavía resuenan en mi cabeza sus palabras… Jordi, siempre supe que eras un pobre desgraciado y por eso te he tratado con benevolencia a lo largo de todos estos años, pero esto es demasiado. Tú sabes, y de sobra, que han sido muchas las veces que he tenido que sacarte las castañas de fuego ante el Consejo, y que he tenido un sinfín de problemas por ello. Y también sabes que a pesar de tu incompetencia te he mantenido en la empresa únicamente por el respeto que me merece la memoria de tu padre. Pero se acabó. No te aguanto más; estás despedido, ¡largo de aquí!»


 


«Largo de aquiií, ¡laaargo! Pero, ¿qué coño su ha creído ese cabronazo? Estoy mejor así. Mucho mejor. En el fondo me ha hecho un favor. Ahora, sin la losa que me aplastaba por fin podré trabajar en lo que de verdad me gusta. Me siento libre, y feliz, y me siento así por primera vez en muchos años… Joder, pienso en Teresa y mi corazón se acelera, ¿habrá recibido ya las flores?» Oye, ponme otra, por favor. Gracias. ¡Mierda, pero si es mi teléfono! Todos suenan igual… ¿Sí, hola?


―Hola Jordi.


―¿Teresa…? Hola, ¿cómo estás? Cómo me alegro de oírte, ¿has recibido ya las rosas?

―Escucha Jordi... Sí, sí, las he recibido. Unas rosas muy bonitas. Pero… Oye, ¿qué te pasa? ¿Te encuentras bien? Andrés (Cancedo) me explicó lo de hace dos días. Me ha dicho que tuvo que despedirte; que te habías vuelto loco y no le dejaste más alternativa. Y ahora lo de las flores... ¿De verdad te encuentras bien?

―Nunca estuve mejor, Teresa. Créeme. Hacía mucho tiempo que deseaba hacerlo. ¡No te imaginas cuanto! Sólo me faltaba un pequeño estímulo, ese empujón que fue saber que por fin te habías decidido a enviarlo a la mierda. ¿Sabes? Siempre supe que acabaríais así, y no lo digo por ti sino por el gilipollas de Cancedo. Debe haber sido muy duro, ¿verdad? Ahora, imagino que te encontrarás un poco aturdida. Ese tipo de cosas afectan quieras o no; ya sabes. Es normal. Pero no debes preocuparte porque puedes contar conmigo para lo que necesites, sin condiciones...


―Oye, oye... ¡Jordi! Escucha Jordi, pero.., ¿qué estás diciendo? ¿Quién te ha dicho que Andrés y yo hemos roto? ¿De donde lo has sacado?


―Pues..., fue Julia. Me llamó el otro día al despacho para darme personalmente un presupuesto que días antes había solicitado en una de sus tiendas. Una sorpresa que ella se encargara precisamente de mi asunto, de algo tan banal como el tapizado de un sofá. Pero así fue. Aprovechamos el momento para recordar los viejos tiempos y así, casi por casualidad, me dijo que habías dejado a Cancedo una semana antes. ¡Joder; no te puedes imaginar lo que pasó en ese momento por mi cabeza...!


―Jordi, ¿quieres parar, por favor? ¿Recuerdas lo que te dije cuando nos separamos? ¿Te acuerdas, verdad? Eres un cretino, Jordi. No has cambiado en absoluto. Continúas siendo un pobre imbécil. El campeón de los imbéciles. Un momento Andrés, ya voy…, estoy hablando con una amiga. ¡Ahora bajo! Oye Jordi, Andrés y yo nos casaremos el mes que viene. Él y Julia se divorciaron hace algo más de seis meses… Por cierto, ¿quieres que le envíe tus rosas a Julia? Creo que ella sí que se las ha ganado. Y con creces, ¿no crees?


―...

 

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