El Lobo. Hermann Hesse (1903)


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@TURCO_NET

15/05/2009#N26527

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Nunca en las montañas francesas había habido un invierno tan terriblemente
largo y frío. Desde hacía semanas, el aire era claro y helado. De día, los grandes
glaciares inclinados se extendían infinitos y de un blanco mate bajo
el cielo de un color azul muy vivo; de noche, la luna, clara y pequeña,
pasaba por encima de ellos; una luna gélida, de un brillo amarillento,
cuya luz intensa adquiría tonos azules y broncos en la nieva, y parecía
la personificación misma de la helada. Los hombres evitaban todos los caminos,
y especialmente las cumbres; ateridos y maldicientes, permanecían en las cabañas
de sus aldeas, cuyas ventanas, enrojecidos, brillaban y se extinguían
pronto, por la noche, de un modo turbio y humoso, junto a la luz azulada
de la luna.
Eran tiempos difíciles para los animales de la región. Los más pequeños
perecían helados en gran cantidad; también los pájaros sucumbían a la helada,
y los flacos cadáveres servían de botín a los azores y a los lobos.
Pero también éstos pasaban tremendas penalidades a causa del frío y el hambre.
Sólo unas pocas familias de lobos habitaban el lugar, y la necesidad los empujó a
estrechar los vínculos. Se pasaron días andando solos. Aquí y allá, uno de
ellos avanzaba por la nieve, flaco, hambriento y al acecho, silencioso y esquivo
como un fantasma. Su delgada sombra se deslizaba junto a él por la nevada
superficie. Tendía al viento, husmeando, su hocico puntiagudo, y dejaba oír
de vez en cuando un aullido seco y atormentado. Pero por la noche se juntaban
todos y rodeaban las aldeas con roncos aullidos. En ellas, el ganado y las
aves de corral estaban a buen recaudo, y, tras los sólidos postigos, había
carabinas apoyadas en la pared. Pocas veces obtenían un pequeño botín,
por ejemplo, un perro, y habían sido ya abatidos dos miembros de la manada.

El frío persistía. A menudo, los lobos yacían juntos, silenciosos y ensimismados,
dándose calor unos a otros, y acechaban ansiosos el yermo sin vida, hasta
que uno, atormentado por los crueles martirios del hambre, saltaba de pronto
con tremendos aullidos. Los demás volvían entonces sus hocicos hacia él
y estallaban todos juntos en un alarido terrible, amenazador y plañidero.

Finalmente, la parte más pequeña de la manada se decidió a emigrar.
De madugrada, abandonaron sus guaridas, se reunieron y, llenos de miedo
y excitación, husmearon el aire helado. Luego partieron con un trote
rápido y regular. Los que se quedaban los siguieron con unos ojos muy
abiertos y vidriosos, trotaron tras ellos algunas decenas de pasos,
se detuvieron indecisos y desconcertados, y regresaron lentamente a
las guaridas vacías.

Los emigrantes se separaron al llegar el mediodía. Tres de ellos se
dirigieron al Este, hacia el Jura suizo, y los demás continuaron hacia
el Sur. Los tres primeros eran unos animales hermosos y fuertes, pero
terriblemente enflaquecidos. El vientre estrecho y de color claro era
delgado como una correa; las costillas sobresalían de un modo lamentable;
las fauces estaban secas, y los ojos, abiertos y desesperados.
Los tres penetraron juntos en el Jura, y al segundo día cobraron un carnero;
al tercer día, un perro y un potro; pero se vieron acosados furiosamente por todas
partes por la población campesina. En la comarca, abundante en pueblecitos
y pequeñas ciudades, cundió el pánico ante aquellos intrusos inesperados.
Los trineos del correo fueron armados, y nadie podía ir de un pueblo a otro
sin fusil. En la región desconocida, después de un botín tan bueno, los tres
animales se sentían a la vez cómodos y amedrentados; se volvieron más temerarios
que nunca y penetraron en pleno día en el establo de una hacienda. Bramidos
de vacas, de caballos y jadeos anhelantes llenaron el espacio cálido y
angosto. Pero esta vez hubo gente que intervino. Se puso precio a los lobos
y esto redobló el valor de los campesinos. Dos de ellos sucumbieron; uno
con el cuello atravesado por una bala de un fúsil; el otro, abatido a hachazos.
El tercero escapó y corrió hasta caer medio muerto en la nieve. Era el más
joven y hermoso de los lobos, una bestia orgullosa, de enorme fuerza y formas
esbeltas. Permaneció largo tiempo jadeante en el suelo. Círculos de un rojo sangriento
flotaban en remolino ante sus ojos, y de vez en cuando lanzaba un doloroso
gemido sibilante. Un hachazo le había alcanzado el lomo. Pero se recuperó
y pudo volver a levantarse. Sólo entonces se dió cuenta de lo mucho que
se había alejado. No se veían seres humanos ni edificios por parte alguna.
Muy cerca se alzaba una gran montaña cubierta de nieve. Era el Chasseral.
Decidió rodearla. Como le atormentaba la sed arrancó pequeños bocados de
la dura costra helada de la nevada superficie.

Al otro lado de la montaña se encontró en seguida con una aldea. Caía la
noche Esperó en un espeso bosque de abetos. Después se deslizó con precaución
alrededor de los vallados, siguiendo el olor a establos calientes.

No había nadie en la calle. Con temor y codicia, anduvo parpadeando por entre las casas.
Sonó un disparo. Levantaba la cabeza y tomaba impulso para echar a correr,
cuando estalló un segundo disparo. Le había alcanzado. Su vientre blanquecino
aparecía manchado de sangre en uno de los flancos, y la sangre caía en gruesas
gotas persistentes. No obstante, consiguió escapar a grandes saltos y alcanzar
el bosque del otro lado de la montaña. Allí esperó unos instantes al acecho
y oyó voces levantó los ojos hacia la montaña. Era escarpada, boscosa y de
difícil ascenso. Pero no había otra alternativa. Jadeante, abajo, una
confusión de blasfemias, órdenes y luces de linternas se extendía a lo
largo de la montaña. El lobo herido se enfilaba tembloros a través del bosque
de abetos en la penumbra, mientras la sangre parduzca iba goteando lentamente
de su flanco.

El frío había disminuido. Al Oeste, el cielo aparecía vaporoso y
parecía anunciar una nevada.

Al fin, el agotado animal llegó a la cumbre. Estaba sobre una gran extensión nevada,
ligeramente inclinada, cerca del Mont Crosin, muy por encima de la aldea
de la que había escapado. No tenía hambre, pero sentía un dolor persistente
y apagado que le venía de la herida. Un ladrido ronco y enfermizo salía
de su hocico colgante; el corazón le palpitaba de un modo pesado y doloroso,
y sentía la mano de la muerte oprimiéndole como una carga indeciblemente díficil
de soportar. Le atraía un abeto de ancho ramaje, separado de los demás.
Allí se sentó y dirigió una mirada turbia a la terrible noche nevada.
Pasó media hora. Entonces cayó sobre la nieve una luz de un rojo tenue, suave, extraña.
El lobo se incorporó con un gemido y volvió la hermosa cabeza hacia la luz.
Era la luna que, gigantesca y roja como la sangre, salía por el Sureste
y se alzaba lentamente en el cielo turbio. Hacía muchas semanas que no
había sido tan grande y roja. Los ojos del animal agonizante se clavaban
tristemente en el opaco disco lunar, y nuevamente un débil aullido resonó
con un estertor, sordo y doloroso, en la noche.

Se aproximaron pasos y luces. Campesinos embutidos en gruesos capotes, cazadores
y jóvenes con gorros de piel y pesadas polainas, venían pisando la nieve.
Sonaron gritos de júbilo. Habían descubierto el lobo moribundo; dispararon
contra él dos tiros, que no dieron en el blanco. Luego vieron que se estaba muriendo,
y cayeron sobre él con palos y estacas. Pero él ya no sentía nada.

Con los miembros destrozados, lo bajaron arrastrándole hasta St. Immer.
Reían, se ufanaban, se prometían unos buenos vasos de aguardiente y café,
cantaban, renegaban. Ninguno de ellos veía la belleza del bosque nevado,
ni el brillo de las cumbres, ni la luna roja que flotaba sobre el Chasseral
y cuya luz tenue se reflejaba en los cañones de sus fusiles, en los cristales
de la nieve y en los ojos vidriosos del lobo abatido.

 

Comentarios

@CECILYA

15/05/2009



Coincido con mi antecesor un impactante texto, conmovedor relato, tampoco había leído este cuento y me pareció excelente Muchas Gracias por permitirme acceder a él

.Por  otra parte se me ocurre que el relato encierra  un mensaje aplicable a las sociedades de todos los tiempos  y hoy plenamente vigente cazadores enardecidos regocijándose de sus víctimas un horror!!!

Cecilya

   

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