Veredas opuestas


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Escrito por
@EMILEO

27/05/2011#N36454

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                        El mazazo derrumbó un sector de la pared. Le había costado un esfuerzo enorme. No estaba habituado a este trabajo y la falta de experiencia se pagaba caro: dolor en los riñones, en las piernas – no acostumbradas a bambolearse en la altura sobre una pared – y ampollas sangrantes en las manos.

 

                        Se notaba la diferencia con los otros obreros. La cancha que tenían les permitía hacer el trabajo más rápido y sin esfuerzo. Mientras derrumbaban la casa charlaban animadamente sobre  futbol y se cargaban con los supuestos cuernos que les hacían sus mujeres. Reían alegremente al trabajar mientras a él, apenas le alcanzaba el aliento para seguir.

 

                        Golpeó la  pared  y  sintió como la vibración de la maza le sacudía los brazos. Revoleó la herramienta y la dejó caer con todo el peso de su cuerpo encima. Desde el estomago le llegaron las puntadas del esfuerzo, pero no paró ni para secarse el sudor.

 

                        Tratando de escapar al cansancio y al temor de no cumplir, empezó a contar los golpes. Cuando llegó a diez, los números dejaron paso a la imagen de su familia. Su esposa, remendando la ropa de los pibes. Adriancito, con esa tos persistente que no lo dejaba dormir. Estercita, con esos ojos claros y celestes rodeados de una cara llena de pecas y de barro. Esteban, que tuvo que dejar el colegio para trabajar de peón. La casa, que quedo a medio construir.

 

                        Pero eso ahora no importaba, ya tenía trabajo y no lo iba a perder. Volvió a contar los mazazos, a golpear con más ímpetu, para demostrar que tenía fuerzas y salud para trabajar. Pero era imposible no pensar. La bronca, la angustia que lo desvelaba por las noches, trajo de vuelta la misma historia repetida.

 

                        Seis meses sin trabajo desde que cerraron el frigorífico cuando se declaró en quiebra. La patronal lo había vaciado durante meses. Ellos se habían organizado. Habían elegido un cuerpo de delegados nuevos, no comprados por el Sindicato. Pero fue inútil.

 

                        Ni indemnización completa le dieron, les dijeron que no había plata, que por la ley no se cuanto les correspondía la mitad, que la empresa no tenía bienes propios para rematar, que tenían suerte de cobrar algo. Cuando tomaron el edificio para protestar, la policía los sacó a palazos. Un mes después se enteró, por los delegados, que los patrones se fueron a Brasil y montaron otro frigorífico.

 

                        Golpeó con mas fuerza por la rabia, sintiendo que los hombros empezaban a  dolerle. Se pasó el brazo por la frente, se plantó mas firme, abriendo las piernas y siguió golpeando, pese al dolor.

 

                        Seis meses de buscar trabajo, de pedidos de referencia, de averiguaciones, de caminar cuadras y cuadras porque ya no podía gastar ni en colectivo. La enfermedad de Andrés se llevó casi todo lo que había cobrado del despido.

 

                        Seis meses de ver como todo cada vez era mas caro y los sueldos que le ofrecían eran mas bajos. Después de la caída de De la Rua el desempleo crecía sin parar. Seis meses peleando por escaparle al destino donde terminó la mitad de la gente del barrio: tirando de un carrito y revolviendo la basura para buscar cartones, botellas vacías, algo para vender, con toda la familia de triste comparsa.   

 

                        Seis meses de angustias y esperanzas ante cada posibilidad de trabajo. Teniendo que contestar preguntas....”no señor, ningún problema de horario”.....”no, el sueldo esta bien, lo que quiero es trabajar”... Poner cara de santo, recalcar que había trabajado ocho años en el frigorífico, que nunca tuvo problemas, ni suspensiones. Poner cara de bueno cuando después de hacer horas de fila le decían que no, que el puesto ya estaba ocupado, pedir que le permitan dejar los datos, por si acaso. Vivir de changas. Pedir fiado.

 

                        Golpeó por centésima vez contra el muro que estaba demoliendo. Empezó a calcular el dinero que le iban a dar pero prefirió no hacerlo. Sabía que no le iba a alcanzar, nunca alcanzaba. Pero al menos tenían asegurada la comida. Otra vez la puntada. Pensó en todas las humillaciones y con mezcla de rabia y de miedo por cumplir bien su trabajo siguió golpeando la pared.

 

                        Miró con envidia al grupo de jóvenes alegres y despreocupados que estaban sentados en la mesa del bar

 

                        -“Esos sí que tienen la vaca atada”- pensó

 

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                        En el bar de enfrente, mientras  disfrutaban del sol, varios estudiantes conversaban animadamente. Aprovechando un hueco entre dos cursos de la facultad, compartían sándwiches y cerveza, hablaban del último recital, de los nuevos sitios en Internet, del aumento en la cuota, del dólar - que se corría el rumor que no paraba hasta los diez pesos -, de las coimas en el Senado.

 

                        “Esto esta cada vez peor, no se banca mas. Meten la mano en la lata, venden nuestras riquezas, y después se presentan a elecciones como los salvadores del país” – dijo Mauricio. “Hay que hacer algo, loco. Este país se va a la mierda. Mi viejo cada vez vende menos. Iba a cambiar el coche y tuvo que parar todo”.-

 

                        “Es que todo es un desbole. No hay día que no te pare un piquete, que no te corten una calle. Es una falta de respeto a la libertad de los demás. Ah! Eso sí, no paran de darle al tetrabrik” – dijo Amalia

 

                        “Los únicos que ponemos el lomo y nos sacan guita de todos lados somos los de la clase media.” – terció Juan. “En casa las expensas se fueron a las nubes. Cada día esta mas jodido para vivir”.-”

 

                        -“Si”  - respondió Griselda - “Mi vieja vuelve loca cada vez que va al súper. Ya empezó con la historia que tenemos que ajustarnos. Todo está cada vez más caro. Pero va a seguir así, nadie hace nada, nadie quiere jugarse. Este es un pueblo de cobardes. Son como las ovejas, se dejan llevar al matadero mansitas. Además, falta gente honesta. Todos los que suben se corrompen”.-

 

                        -“Eso pasa porque la gente quiere que le resuelvan las cosas, si roba no les preocupa, es como que está aceptado. Falta conciencia política, eso es lo que falta. Acá votan hasta los ignorantes. Ahora todo el mundo putea y aplaude a los piqueteros, y se queja de ver tantos cartoneros. Esos cartoneros van y votan a los mismos que los cagaron, si le dan un choripan y un vino” acotó Juan. “Acá tiene que venir un tipo con mano dura que ponga las cosas en orden”.-

 

                        “Tenés razón. Hacen marchas y putean ahora, pero después votan a los mismos. Como dijo Griselda, es un pueblo de cobardes. Mira, sin ir mas lejos, ahí lo tenés a aquel boludo – dijo Mauricio, señalando la obra del otro lado de la calle -  labura como si fuera el dueño de la empresa, sin ninguna medida de protección, arriesgando la vida y le deben pagar dos pesos. Te das cuenta. Con estos negros no se puede esperar nada. No tienen cultura. Solo saben agachar la cabeza.”

  

                        Y siguieron hablando de las cuestiones del momento, de moda, de canciones, de donde ir el sábado, de las vacaciones en Mar de la Pampas, de la laptop de María, del coche que el viejo le regaló a Raúl...

 

 

 

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