La era del hielo I (cuento)


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Escrito por
@EDGARDO20008

12/04/2013#N43141

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La era del hielo I (cuento)

 

Noviembre de 1979 en algún punto del mar frente a la costa de Mar del Plata.

-Irizar, helicóptero alfa eco cinco cero ocho buenos días.

-alfa eco cinco cero ocho, rompehielos Almirante Irizar buenos días señor, prosiga.

-Irizar, transferidos por Mar del Plata Control, estamos 20 millas fuera en descenso para su cubierta, si me puede confirmar cubierta libre y condiciones por favor.

-alfa eco cinco cero ocho, le informo viento de los dos tres cero grados 14 /18 nudos, visibilidad ilimitada, proa buque dos dos cero grados, cubierta libre, equipos de rescate alertados, vuelva en final.

-508 recibido, vuelvo en final.

Yo estaba volando en el lugar del copi, ya que lo estaba adaptando a Juanca a las maniobras en barcos y vuelo antártico, si bien Juanca tenía un grado inferior al mío, siempre mantuvimos un trato de confianza entre nosotros mientras no hubiera “nadie” delante, tanto para no quedar mal con algunos “fundamentalistas” del protocolo militar.

El helicóptero en este caso era un SA330L Puma, biturbina con capacidad para 20 pasajeros, un desplazamiento de cerca de 7500 kilos y esa era la primera vez que aterrizaba un helicóptero de su tipo en el rompehielos Almirante Irizar.

-Che!, estate atento que es mi primer aterrizaje en un barco…

-Tranqui que no pasa nada, como el barco está navegando aproximá como lo hablamos a un punto lateral sobre el agua dejando el buque de tu lado, una vez ya manteniendo la velocidad de avance del buque, lo corrés lateralmente hasta el helideck y lo posás, si en la maniobra se planta un motor vamos al deck, si se plantan los dos, vamos al agua, estamos?

Esta maniobra se hace para evitar la turbulencia que produce el viento al pasar por la estructura del barco y que genera que se mueva mucho e innecesariamente el helicóptero durante su aproximación final.

-Oki, vamos!

-Irizar 508 a la vista, si me autoriza final y aterrizaje.

-508 autorizado final y aterrizaje, no colacione, viento dos dos cero grados 14 nudos, proa buque dos dos cero grados velocidad 8 nudos.

-Lista de chequeo completada, tren de aterrizaje abajo, freno de estacionamiento colocado, todo bien, Juanca es tuyo…

 

Aterrizamos así por primera vez en el rompehielos Almirante Irizar en su navegación inaugural con destino al continente antártico.

Una vez detenidos los motores y apagados los equipos , descendimos y nos presentamos con los Oficiales de la Marina que nos estaban aguardando, luego de las formalidades dejamos a los tres suboficiales mecánicos que llevábamos bajando repuestos y equipos del helicóptero y solicitamos nos indicaran cual era nuestro camarote y así dejar nuestro equipo personal.

Un cabo camarero de la armada, muy atento y ceremonioso, nos llevó por los pasillos del enorme buque, al llegar al camarote abrió la puerta y me cedió el paso, realmente maravilloso, todo absolutamente nuevo sin uso, pregunté entonces, donde estaba la otra “cucheta” (litera, cama), a lo que el cabo me respondió: no señor, estos camarotes son de una sola cucheta.

Ah, bueno!, pensé, así que le pregunté:

-y digamé cabo, el baño está lejos?

El cabo abrió una puertita del camarote y me dijo:

-no señor, aquí…

Sin salir de mi asombro pregunté entonces

-…. yyy…el horario de agua caliente diario esss?

-…esteee…, no señor, aquí hay agua caliente las 24 horas, mientras que abría una canilla de MI baño privado, con MI ducha privada y comenzaba a salir MI agua caliente privada.

A continuación me hizo notar una serie de directivas pegadas en la puerta del lado de adentro donde además de los “roles de emergencia”, figuraba “el horario que estaba abierto el gimnasio del barco”, para ese momento yo ya estaba convencido de que estaba soñando.

Juanca me dijo en voz baja:

-che, vos no me dijiste que…

-No, no, está todo bien, andá con el cabo que te va a mostrar tu camarote, dejá las cosas y nos encontramos en el hangar para chequear la “metida” del helicóptero.

Me senté en la cucheta mientras pensaba, estos tipos no se habrán confundido con las tiras y pensaran que soy general?, o no será una joda esto?

Las campañas antárticas se llevaban a cabo normalmente entre los meses de Noviembre y Marzo de cada año que es cuando los hielos permiten acercarse a una distancia prudencial de las bases.

En esas campañas se efectúan tres penetraciones al continente antártico donde se reabastece a las diferentes bases argentinas y se releva la dotación de personal saliente por otra dotación que deberá quedarse por un año (365 días) solo con lo que el rompehielos le deja a tal efecto.

Cuando regresamos a la cubierta de vuelo nos recibió el Suboficial Mayor contramaestre del buque (algo así como el “padrino” del buque), se presentó, y así lo hicimos nosotros, Juanca le comentó que era su primer campaña antártica, así que el contramaestre que era muy corpulento, morocho, de bigotes y cejas prominentes y se le notaban muchos miles de millas navegadas, me preguntó:

- …y Ud señor, también es su  primera campaña?

- No! le respondí, yo ya tengo tres campañas en el San Martín, el contramaestre me clavó la vista, se puso firme y dijo, ya con otra voz:

- yo también he tenido el honor de navegar en el San Martin, y agregó:

- cualquier cosa que necesite señor, ordene nomás!

Cuando nos alejamos, Juanca me preguntó:

- y a este que le pasó?

-Lo que ocurre, le dije, es que los marinos consideran a los que navegaron en el San Martín más o menos como émulos de Popeye, así que si te portás bien, al final de la campaña te voy a enseñar a hacer un nudo marinero….si me acuerdo, vos por ahora apréndete de memoria lo que es “proa”, “popa”, “babor”, “estribor”, que “cabo” es una soga y no un tipo y que “cable” no es un cable sino un décimo de milla naútica.

Que “cubierta” es igual a “piso”, que “tricar” es sinónimo de “atar”, que al “tres” le dicen “try”, y en especial que, al primer oficial que en la campaña dice: “huyyy!!! un témpano!!!…” le hacen pagar una vuelta para todos en el bar….y ponete contento, porque antes los violaban.

- gracias!!! ahora me quedo mucho más tranquilo…..

 

ALGUNOS AÑOS ANTES, PUERTO DE USHUAIA, TIERRA DEL FUEGO

 

Rompehielos Q-4 A.R.A. Gral San Martín.

 

Nunca había estado en la Antártida, y nunca había navegado en un rompehielos, la verdad es que nunca había navegado en nada, sinceramente lo mío era el aire y lo que navegaba me daba cosa.

Como piloto de helicópteros tampoco me sobraba la experiencia, el motivo de mi designación solo había sido porque en ese mes de enero todo los oficiales más antiguos y con experiencia estaban de licencia y como hacía apenas unos días un helicóptero nuestro se había accidentado en la Antártida falleciendo todos sus ocupantes, se requería de urgencia de una tripulación de reemplazo, así que como yo no estaba de licencia me ordenaron de un día para el otro formar  parte de los cuatro pilotos que embarcaríamos, todos ellos con experiencia y de mayor grado que yo.

El Rompehielos ARA Q4 General San Martin fue botado en Alemania en 1954, tenía entonces unos cuantos años de uso y abuso, se había recorrido todos los mares antárticos y todas y cada una de las bases que allí teníamos. La forma del casco del rompehielos es básicamente reforzada y sin quilla, solo “chata” lo cual si bien lo hace especial para romper el hielo y no quedar atrapado en el, lo hace también absolutamente inestable a la hora de navegar, ya me habían dicho que era como una boya gigante con gente adentro, hasta ese momento pensé que era una exageración, nunca me pude imaginar que la realidad a veces supera a la peor pesadilla.

Llegamos con los helicópteros en vuelo a Ushuaia y allí los embarcamos en un hangar ubicado en la popa del buque con espacio para los dos helicópteros muy ajustados, nos designaron un camarote para los cuatro oficiales pilotos y nos actualizaron de las reglas del buque donde íbamos a pasar nuestros próximos casi 60 días.

Agua caliente una vez por día 5 minutos para la higiene diaria a las 0-700 (siete de la mañana) y agua caliente para ducharse, dos veces por semana 30 minutos para TODOS los oficiales del buque en un baño comunitario.

Estas reglas correspondían a que los aparatos desalinizadores de agua, para transformar el agua de mar en agua dulce no funcionaban desde hace apenas 20 años, así que solo se contaba con el agua embarcada en los depósitos.

Disponíamos de un pequeño camarote con cuatro cuchetas de madera, dos y dos superpuestas, tenían unos bordes de unos 25 centímetros, así que parecía que uno estaba dentro de un ataúd sin tapa, dentro del camarote había un ojo de buey, una pequeña pileta de metal con dos canillas, el “resto” del baño era comunitario y estaba al final del pasillo como a 10 metros de distancia. Las “paredes” tenían manos y manos de esmalte sintético color crema a tal punto que ya prácticamente habían desaparecido las cabezas de los tornillos y remaches de acero, de hecho, todas las “paredes” eran de ese material, era como estar viviendo en una gran caja fuerte con estantes de madera.

Dos días después zarpamos. En cuanto el buque comenzó a navegar por el canal de Beagle, noté que había un suave movimiento lateral, “rolido” que se le llama, de unos 2 o 3 grados hacia cada lado, le comenté a un marino que estaba a mi lado en la cubierta: “….se mueve un poco….no?  y se fue matándose de risa luego de preguntarme si era “mi primera navegación”, no obstante hasta ahí todo bien.

No sé cuantas horas demoramos en llegar hasta la desembocadura del Beagle y virar hacia el sur poniendo proa al Pasaje de Drake, que es la franja de agua que separa a Tierra del Fuego del Continente antártico.

De todos los mares del mundo, el Pasaje de Drake está considerado, en materia de navegación, uno de los sectores acuáticos más peligrosos, ya que es allí donde se juntan el Océano Pacífico con el Océano Atlántico, las olas promedio son de 8 metros cuando está muy tranquilo y no es para nada una exageración, los vientos suelen venir de varios sectores al mismo tiempo, no sé como, pero es real y, por supuesto, el rompehielos debe si o si cruzar esa zona para llegar a la Antártida en un tiempo promedio de unas 36 horas.

Treinta y seis horas en el que el maldito barco no se queda quieto ni un puto segundo, comenzó con un tímido rolido de unos 15 o 20 grados para cada lado, lo que me produjo un cierto temor de que en cualquier momento diera la famosa “vuelta campana”, quedando “patas” o “timones” para arriba, luego fue aumentando hasta llegar a un rolido constante de hasta 45 (cuarenta y cinco) grados para cada lado, en ese momento es lo mismo caminar por el suelo que por las paredes, luego, y ya “entrado en calor” llegó hasta los 52 (cincuenta y dos) grados, ya en ese momento yo estaba entregado totalmente y convencido que de ahí no salíamos vivos. Pero no solamente existe el rolido, sino también el cabeceo y la combinación de los dos movimientos al que apodan el “ocho de la muerte”, dado de que el buque rola primero hacia un lado, levanta la proa, luego rola hacia el otro lado y a continuación hunde la proa en el agua levantando al mismo tiempo la popa a tal punto que las hélices de propulsión quedan expuestas en el aire, acelerándose y produciendo así una vibración extra y una especie de aullido de los motores que se propala a todo el barco, mientras la proa se hunde en el agua y esta llega hasta los ojos de buey del puente de mando, que era donde yo me había dirigido golpeándome contra todo lo que fue posible golpearme, para que alguien me dijera cuanto nos quedaba de vida.

Sorprendido me encontré con que los marinos estaban sonrientes y hacían bromas cada vez que el barco hundía su trompa en el agua, por un segundo me pareció percibir “algo que flotaba en el ambiente”, pero no, de ninguna manera, estaban todos locos de atar y punto. Sin embargo recordé que alguien me comentó antes de zarpar que cuando el San Martín entraba en condiciones adversas, aparecía también el “Legendario espíritu marinero del buque” que se contagiaba rápidamente a todos los que lo podían soportar, obvio es que no lo entendí ni en aquel momento….ni en este.

Unas 6 horas después de iniciar el cruce yo ya había vomitado todo lo ingerido en el último mes, mi piel iba adquiriendo un tono verdoso azulado, mis ojos se hundían en sus cuencas rodeados de profundas ojeras y aún faltaban 30 horas más.

Caminar en esas condiciones era una prueba de circo, había que hacerlo  siempre agarrándose de algo y agarrándose bien, ya que se podía llegar a subir una escalerilla interna sin siquiera tocar los escalones y estrellarse en el techo….del piso siguiente!!!.

El solo pensar en tener que ir a orinar era una película de terror y hacerlo, efectivamente era imposible de describir, por algo el baño estaba poblado de gran cantidad de manijas para sujetarse, dos de ellas en especial, eran de cuero y estaban amuradas a las paredes metálicas a ambos lados de los inodoros, con el tiempo aprendí que por allí había que pasar ambos brazos de forma tal de sujetarse y mantener la movilidad de los antebrazos a fin de poder manipular la ropa y el papel posteriormente.

Los mingitorios tenían unas especies de barandas que sobresalían amuradas a la “pared” donde uno se tenía que “encajar” a fin de disponer de las manos libres, siempre y cuando uno se mantuviera dentro de esas barandas la cosa andaba razonablemente bien, caso contrario, si se iba hacia atrás y se “desencajaba” uno terminaba orinando por todo el baño y a su propia ropa, al mismo tiempo que se golpeaba contra todo lo que había para golpearse, realmente una pesadilla cómica.

Los nervios se comienzan a desarreglar y uno se pone a pensar como vino a parar a semejante lugar. Me arrepentía sinceramente de haber despotricado tanto contra el año que había pasado volando en la selva y los cerros del norte, ahora pedía por favor de regresar allí, me disculpaba con todos y cada uno de las 100 especies de bichos diferentes que me habían picado pero los prefería en lugar de ese infierno acuático.

En la cámara de oficiales, así se le llama en los barcos al comedor y sala de estar de los oficiales, había unas mesas largas que estaban trincadas (amuradas) al piso, lo mismo que las sillas y que todo. Sobre las mesas se aseguraban “los violines”, nombre que se le da a unas cajas de madera lustrada que están divididas en compartimentos para los cubiertos, el plato, el pan y la copa, para evitar que estos desaparecieran de la mesa con el movimiento del buque, no obstante pensé que, a quien se le podía ocurrir comer en esas condiciones?.

A los pocos minutos el comedor estaba lleno de oficiales riéndose y demostrando su habilidad para acompañar los movimientos del buque mientras que comían con habitualidad, yo me fui al baño a vomitar por vez número 23.

Regresé al camarote con intenciones de ver si me podía dormir, así que me acomodé en el “sarcófago” y rellené los costados con toda la ropa que pude, pero ni así me quedaba quieto, a poco de estar entró uno de mis compañeros que ya tenía experiencia y no estaba tan mal, y me dijo “porque no se va a comer algo?”, el solo pensarlo me llevo a ir en busca de la número 24.

Desde el ojo de buey del camarote la vista era, supongo, que la misma vista que desde un ojo de buey del submarino Nautilus de Julio Verne, por momentos muy cortos se observaba algo de luz de día, e inmediatamente solo se veía el marrón del agua que lo tapaba por completo, luego otro segundo de luz y luego nuevamente se cubría, pensé que en cualquier momento no se vería más la luz y aparecería en su lugar la cara de Neptuno con un aviso de “bienvenidos al fondo del mar”.

Unas  24 horas después, el movimiento se calmó bastante, ya no cabeceaba  y solo rolaba unos 10 o 12 grados para cada lado, comparado era como navegar en miel, así que aunque continué sin ingerir nada, al menos pude abandonar la proximidad con el inodoro y me pude movilizar hasta la cámara de oficiales y sentarme en un sillón, allí se me acercó el teniente de navío médico de abordo a preguntarme como me sentía, con todo respeto le respondí: “…asombrado de estar todavía vivo”, se rió y me dijo que me quedara tranquilo, que falta poco para que no se mueva más y que me convendría no pensar y distraerme, así que aprovechara que estaban por proyectar una película, me acerque a la sala contigua, saludé y pedí permiso para sentarme a ver la película que como es costumbre para el grupo de novatos como yo, la peli era “Y el mar se los devoró” de 1953 con Bárbara Stanwyck.

Horas después, y aunque el buque navegaba en una quietud total, mi cuerpo y mi mente aún se continuaban moviendo, las puertas ya las habían destrabado así que subí hasta el puente de mando. Debo reconocer que me impactó lo que ví, ya estábamos en la Antártida, el espectáculo era muy especial, al frente vi el primer e imponente témpano de hielo y luego otro y otros más, el San Martin se movía entre los témpanos y bandejones de hielo con la cintura de un boxeador, los marinos estaban en su reino, de vez en cuando rozaban alguno lateralmente y todo el buque trepidaba mientras todos gritaban por lo bajo “oooleee!!!!”, reconozco que a mi no me hacía ninguna gracia, pero bueno, mientras que se rieran era señal de que todo andaba bien.

La temperatura dentro del buque es normalmente excesiva, uno solo está en mangas de camisa y así y todo se llega a transpirar mucho.

Tentado por el pintoresco escenario, salí decididamente y vestido como estaba por una de las puertas laterales del puente de mando que estaba abierta y daba a una pequeña cubierta de maniobras, je!, en solo dos segundos me di cuenta que efectivamente estaba en la mismísima Antártida, el golpe de frío fue tal que sentí como si hubiera sumergido la cabeza en una bolsa de cubitos de hielo, la diferencia de temperatura con el interior del barco era de unos 45 grados centígrados. Como vi de reojo que los marinos me observaban con una sonrisita, especulando en que momento me zambulliría nuevamente adentro, apreté los dientes y me la banqué,  respiré profundamente, el aire fresco y absolutamente limpio sin contaminaciones y a una presión atmosférica increíble, me llegó creo que hasta los dedos de los pies, mis pulmones vibraron de satisfacción, era la primera vez que inhalaba tanta cantidad de oxígeno junto. La visibilidad era la que realmente merecería llamarse “ilimitada”, por la claridad del aire se distinguían objetos a distancias increíbles con una nitidez única.

Siph!, ya había llegado a un lugar diferente en el mundo y además, volaría por allí cientos de horas viendo lo que muy pocas personas pueden ver…pese a todo…no me podía quejar.

 

 

Comentarios

@SIL_VANA

13/04/2013



 Maravilloso relato !!! Valio la pena tanto sufrimiento . Es un fiel reflejo de la vida . Cuesta pero vale la pena y eso es lo màgico   . Un abrazo  -   Silvana