El reconocimiento de la empatía en Una simple Camisa.

Una de las cosas que aprendí cuando tenía unos quince años es que las escaleras no son todas iguales. Era el mes de marzo y corría el año 1987 y mi papa había decidido viajar a otro Mundo con el fin de conseguir descansar de su gran lucha. Ese día fue atípico, mi madre me llamó y salí hacia el hospital.

Llegué y en lugar de utilizar el ascensor, subí las escaleras como queriendo hacer tiempo, entre en la habitación y ella solo me dijo unas palabra, es el momento de despedirse, frente a mi estaba él y se me cruzaba la imagen de la escalera, del tiempo. Nada fue más raro que esa sensación de mi papá mirando hacia abajo y subiendo poco a poco en un trayecto eterno. Luego regrese a casa. Yo estaba bien, salvo por el hecho de que me sentía algo más grande. No lloré. Solo me sentí más responsable.

Después de todo lo ya conocido llegamos a casa y todo seguía más o menos igual aunque algo vacío, como si hubiera un eco flotando en el ambiente. Mi mamá se encerró en su habitación y cuando espío entre la puerta la descubro abrazando una vieja camisa, mientras lloraba bajito la ausencia de mi padre.

No entendía muy bien porque lloraba tan profundamente si al fin y al cabo siempre dicen pronto nos veremos.

Los días fueron pasando y vi esta escena varias veces. No pregunté nunca nada, pero una tarde despues de unos años me metí en la habitación, tomé la camisa y me tiré en la cama estrechándola contra mi cara, en un intento por darle sentido a lo que pasaba. Eso fue todo lo que necesité para entrar de lleno en la experiencia de mi madre.

Ya no me pude contener, el olor a mi papa me trasladó a su presencia, fue tan fuerte que mi llanto no tenía contención. Ahora si sabía por qué lloraba ella…

En mi memoria ésta es una de la experiencia más vivida que tengo, pero durante años no supe su nombre. Esa capacidad de ponerse en el lugar del otro, casi literalmente, se llama Empatía y una vez que te das cuenta de este poder es imposible volver atrás.