KIMBO (PARTE 3. EL ÉXODO)


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Escrito por
@RUYVALENTE

23/02/2017#N62363

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III

.El éxodo.

     A mes y medio de la desaparición de Kimbo, Diana se preparó para salir en su búsqueda en solitario. Se dejaría llevar por su instinto, confiada en ese vínculo intangible que la unía a su amada mascota. El territorio a recorrer era inmenso. Sheila se opuso a que su hija saliera en semejante expedición sola. Ya habían perdido a Kimbo, no tenía razón de ser que se perdiera ahora una hija. Richard Bentley logró convencerla al fin y el matrimonio condujo a Diana fuera de la ciudad de Aspen, a unos cinco kilómetros por la US 80, en dirección a las montañas Elk. Bajaron los tres del auto. Sheila no pudo contener las lágrimas al despedirse de Diana. Richard abrazó a su hija, al tiempo que le daba una serie de consejos de supervivencia. Cuando ya no había más que decir, un auto se detuvo junto a ellos: eran los Jensens. Robin Jensen, joven de 17 años y novio de Diana, fue el primero en apearse del vehículo.

     —Te acompañaré —dijo el muchacho, tomándola de la mano.

     Sheila suspiró aliviada. Sabía cuánto significaba la presencia de un hombre en una travesía por el bosque y las montañas. La parejita se puso en camino, dejando a sus padres a sus espaldas, todavía con las manos en alto, despidiéndose. Una vez más; las lágrimas aparecieron en los ojos de Sheila.

     A la mañana siguiente, los habitantes de Aspen se despertaron con una novedad: todas las mascotas de la ciudad habían dejado sus hogares durante la noche, incluso hasta las jaulas de las veterinarias estaban vacías, sin saber quienes pudieron haberlo hecho o por qué. Las noticias en internet y televisión por cable aportaron otra novedad aún más sorprendente: el éxodo de mascotas respondía a un líder. Para mayor sorpresa, el líder era Kimbo, había vuelto. La vista, tomada desde un helicóptero, de la caravana masiva de animales, encolumnados detrás de Kimbo deslumbró al mundo como el fogonazo de un millón de relámpagos. Personajes de todas las religiones, coincidieron que el éxodo era la advertencia más clara que se podía tener en cuanto a la inminencia de una catástrofe global. Desde entonces, algunas familias, con sus mascotas, empezaron a abandonar sus hogares para dirigirse a las montañas, siguiendo a líderes carismáticos.

     Kimbo ascendió a un monte con su ejército de animales domésticos. Después, bajó solo y emprendió una fatigosa caminata. A mediodía olió y oyó a dos viajeros extenuados que se abrían paso a través de la espesura. Kimbo emitió su clasico ladrido ruf, ruf, que utilizaba para comunicar novedades. Diana lo vio y, al instante, se desembarazó de su mochila y corrió a su encuentro. Kimbo se echó en el suelo de modo que le resultara fácil a Diana acariciarlo.

     —¡Pequeña criatura traviesa! —exclamó la muchacha, con los ojos llenos de lágrimas—¡Por qué tenías que irte!

     Kimbo le respondió con gemidos cortos. Sus redondos ojitos adquirieron un brillo muy vivaz.

     Media hora después, los tres subieron al cerro de las mascotas. Para entonces habían llegado ya muchos humanos. Entre ellos estaban sus padres, su hermana Jennifer y el marido de ésta. El reencuentro fue muy emotivo.

     —¡Sabía que Kimbo había salido a buscarte! —exclamó Jennifer—. Cuando llegamos aquí, sólo vimos a las mascotas.

     —¿Cómo es que no se alejan del campamento? —preguntó Robin Jensen.

     —Obedecen a Kimbo; siguen sus directivas. Puede comunicarse con ellos.

     —¿Obedecen a Kimbo?, ¡un animal! —terció Karl, el esposo de Jennifer, extrañado.

     —Sí. Y, por si aún no lo sabes, ese “animal” será el autor de nuestra salvación. Lo ha hecho para llamar nuestra atención y que escapemos de la catástrofe que se avecina. Si no, ¿por qué estarías tú hoy con nosotros, si no creyeras que hay riesgo de muerte, ahí abajo, en la ciudad?

     Karl emitió un bufido de contenida burla sardónica y escupió en el suelo.

     —Estoy acá acompañando a mi esposa que, por desgracia, resulta ser también tu hermana. —Desvió la vista hacia Jennifer—. He tratado de disuadirla para que desista de esta estúpida excursión zoológica.

     Diana respondió a los comentarios de su cuñado con una mirada fulminante.

     —Nunca tendrás éxito en sacarla de este refugio. Si quieres volver a la ciudad, es tu pellejo.

     —Claro que lo haré. Me vuelvo; ya mismo. —Se dirigió ahora a Jennifer—. ¿Vienes?

     Jennifer negó con la cabeza.

     —Mi lugar está acá, con mi familia —respondió la muchacha.

     —Tu familia soy yo —insistió Karl.

     —No insistas. No iré a morir ahí abajo.

     —¿Crees en el instinto de un animal? Si Dios quisiera salvarnos de una catástrofe, nos enviaría a un Mesías, un ser humano, no una bestia mutante y deforme...

     Un hombre que, por su vestimenta y aspecto, debía de ser un monje tibetano se acercó al grupo.

     —Joven, deberías escuchar a tu esposa y a su hermana —sugirió el extraño.

     Karl lo miró de arriba abajo.

     —¿Y usted quién es?

     —Quien sea yo no es importante. Lo que te voy a decir sí lo es. Los hombres ya no escuchan a los hombres, por eso hoy el mensaje nos llega a través de esta criatura. Te lo diré con el lenguaje de tus creencias: Dios se hizo a sí mismo bestia para rescatarnos.

     —¿Y por qué no rescata a los que están abajo, siendo todopoderoso como es?

     La respuesta del monje fue categórica.

     —Los que se quedaron en las ciudades no quieren ser rescatados y su voluntad debe ser respetada.

     —¡Bah! —exclamó, ofuscado—. Todos ustedes no son otra cosa que un montón de chiflados.

     Se marchó, sin que nadie intentara detenerlo. En las ciudades del mundo, reducidos grupos de personas, con sus animales, continuaban escapando en busca de refugios naturales. Los que se iban, lo hacían con el convencimiento de que el desenlace catastrófico estaba a las puertas. Muchos esperaban la caída de un meteorito o el choque contra un cometa, pero tanto la NASA como la ESA europea negaban que existiera la más remota posibilidad de colisión con un cuerpo celeste. Lo mismo afirmaba la Agencia Espacial China. Los geólogos dijeron que la actividad sísmica se mantenía dentro de los parámetros previstos y que no había motivos de alarma. Sólo quedaba la posibilidad de un repentino y violento cambio en la estructura del sol. En este caso, la ciencia no podía afirmar ni negar nada. La prensa amarilla lanzó la versión de una posible invasión extraterrestre, pero no fue aceptada por la mayoría, tal vez, porque en ese caso, de nada valdría esconderse en los refugios apartados.

     A veces, Robin bajaba de las montañas a buscar provisiones. Pero una mañana, cuando se disponía a hacerlo, se le interpuso Kimbo. Robin intentó rodearlo, pero la gigantesca mascota hizo algo que nunca había hecho antes: lo gruñó. El joven entendió que no debía bajar y se volvió al campamento. Cuando se lo contó a Diana. Ella asintió con la cabeza, sin sorprenderse demasiado. Lo que le hizo pensar que Diana ya lo sabía.

     —Hoy es el día —aseguró Diana.

     Kimbo subió a la parte plana de la montaña, levantó su hocico y olisqueó un poco. Era mayo, primavera, y el aire olía a la fragancia de las flores silvestres. Se quedó allí, petrificado, mirando en dirección a las ciudades, ocultas por las montañas y el smog. Humanos y animales lo rodearon y alzaron su vista al cielo. 

—Quizás Dios baje hoy —sentenció Robin Jensen.

     

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios

@CARLOS_PILAR

23/02/2017



Estamos a nivel novela de aventuras!!!!smiley  
@LUCIA21

24/02/2017



Qué final tan mítico! Todo puede pasar (o volver a pasar)!