KIMBO (PARTE FINAL: EL REENCUENTRO)


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Escrito por
@RUYVALENTE

24/02/2017#N62367

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IV

El reencuentro.

 

     Pero Dios no bajó.

     Una luz blanquísima y deslumbrante los encegueció por unos momentos y un viento recio sopló desde sus espaldas hacia la luz. Luego vieron el hongo abriéndose en el cielo. El viento cambió subitamente de dirección y ahora les llegaba cálido y potente desde el lugar de la explosión. Otras bombas estallaron en otros tantos lugares y una media docena de hongos saturaron la visual. Los árboles del bosque se bambolearon con cada estallido y el calor llegó a hacerse insoportable. Diana se volvió para mirar a sus espaldas y el panorama era el mismo. Ocho minutos y siete segundos exactos desde la primera hasta la última bomba. Nadie habló durante varios minutos. Kimbo aulló tres veces y después él también se quedó en silencio. Robin no pudo contenerse y explotó en un arrebato de furia, impotencia y miedo reprimido.

     —¡No tenía que ser de este modo! ¡No tenía que ser de este modo!

     Kimbo se retiró a las partes altas de la montaña, solo.

     Una semana después llegó un grupo compuesto de hombres, mujeres y niños con sus mascotas desde los territorios del sur: setenta y ocho personas y ciento veinte animales. Fue el primer contacto con humanos ajenos al campamento. Los sobrevivientes se concentraron en grupos de decenas de miles en un año. El segundo año después del holocausto, emprendieron el éxodo hacia los países menos contaminados ubicados al sur del continente americano, centro y sur de África, Australia, y las islas del Pacífico.

     Pasaron veinte años, y las ciudades derrumbadas seguían inhabitables. Las únicas que se conservaron casi intactas y en las cuales se pudo entrar en poco tiempo fueron aquellas ciudades sobre las que cayeron bombas de neutrones que, a diferencia de las bombas de fisión de uranio o de fusión de hidrógeno, aniquilaban la vida con escasa destrucción de los edificios.

     Kimbo no volvió a bajar desde que se fuera a las tierras altas. Naomi desapareció poco después y era seguro que debió morir junto a Kimbo. Diana tenía ya dos hijos y seguía junto a Robin. El nuevo compañero de Jennifer murió a los dos años, después de que naciera su hija. Ella no volvió a formar pareja. Los padres de Robin y Diana aún vivían. La vida continuaba a pesar de las circunstancias adversas. En esos días, Diana enfermó, como muchos, de un cáncer y su estado se agravó en pocos meses. Robin se hallaba desesperado: no tenía a quien recurrir y debía enfrentar los hechos sin derrumbarse anímicamente. Sheila y Richard no tenían consuelo. Cuando ya se aproximaba el final de Diana, Kimbo salió de su letargo y descendió a la aldea. Vino y se echó junto a su dueña. No había crecido ni un centímetro más y había perdido mucho peso, lo que hizo pensar a muchos que el animal había estado hibernando. Cuando Diana abrió los ojos y lo vio, no pudo contener las lágrimas.

     —¡Kimbo, estás aquí! ¡Cuánto te extrañé! —exclamó, entre sollozos—. ¡Pequeña criatura traviesa!

     Kimbo lambeteó la mejilla de Diana y emitió una serie de gemidos. Ella recostó la cabeza sobre una de las patas de su mascota y le acarició la frente. Diana fue cerrando los ojos lentamente.

     —Tengo sueño —dijo.

      A la hora del crepúsculo, Robin confirmó la muerte de Diana. Pensó que Kimbo había entrado en hibernación, pero no, el animal había muerto. Los enterraron uno al lado del otro. Jennifer y Robin se quedaron solos un rato, junto a las sepulturas, después que todos se hubieron marchado.

     —Sabes —dijo Robin, pensativo—, solía pensar que Kimbo era eterno y que nos ayudaría a reconstruir el planeta. Siempre creí que su misión era alumbranos el camino. ¡Y nos ha dejado! ¿Por qué?

     —Se trata de amor y nada más que eso —respondió Jennifer.

     Robin la miró extrañado.

     —No te comprendo —dijo él.

     —Una niñita de siete años lo rescató y le ayudó a dar los primeros pasos en este mundo. Kimbo vino a hacer lo mismo: a rescatarla en esta hora y ayudarla a dar los primeros pasos en su mundo.

     Robin no pudo contenerse y lloró desconsoladamente, recostando su cabeza sobre el hombro de Jennifer. Pidió disculpas por su debilidad.

     —Perdón.

     —No es nada —dijo ella.

     La vida debía continuar.

 

Comentarios

@LUCIA21

25/02/2017



Triste y apocalíptico, pero hermoso. Gracias!  

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