VEINTE AÑOS DESPUES


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@ROBMUN

04/02/2007#N13797

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VEINTE AÑOS DESPUÉS


- ¡Mamá, mamá!, quiero zapatillas como las de Carmencita -
- ¿Y qué tienen las zapatillas de ella que no tengan las tuyas? -
- El agujero en la punta -
- Anita,…hija, las zapatillas de Carmencita están agujereadas porque ellos son muy pobres y el papá no tiene plata para comprarle nuevas - Dijo Amelia como esperanzada de que su hija la entendería.
Anita era hija única de una familia adinerada, su tez pálida delataba que su salud requería del cuidado y la preocupación constante de sus padres.
Cuando se asomó por entre las piernas de su madre y tomó su primer bocanada de aire, el chillido que emitió fue estridente, pero para sus padres sonó como una música celestial. - ¡Buaaa…! - fué su saludo al mundo.
A partir de ese momento, durante las primeras noches, para Amelia y José todos los sonidos hacían “¡buaaa…!”
“¡buaaa…!” hacía el taconéo de Clara cuando entraba a la habitación para atender a madre e hija.
“!buaaa…!” hacían los muebles cuando crujían en el silencio nocturnal.
“!buaaa…!” hacían las voces de los que pasaban por la calle.
“!buaaa…!” hacían los grillos y las ranas en el patio de la casa.
“!buaaa…!” hacían los cascos del caballo del lechero cuando llegaba con su carro por la mañana.
Para ellos era como si el universo se hubiera detenido para escuchar a esa niña, futura malcriada.
A los pocos días, en la casa que lindaba con los fondos de la de ellos, nacía Carmencita. El chillido que emitió al nacer fue tan estridente como el de Anita,…pero no tuvo la misma trascendencia. Era la quinta hija de Miguel y Catalina. El trabajaba como peón en la estación del ferrocarril y ella lavaba la ropa que otros ensuciaban.
Ambas nacieron como las flores, en primavera.
Durante el primer año de vida, una era atendida por Clara, su niñera, la otra por su madre y sus cuatro hermanos.
Cuando cumplió su primer mes, Anita comenzó a alimentarse con la mamadera, a los dos años Carmencita aún tomaba la teta.
Los patios de ambas casas estaban separados por un alambrado que había pagado José y colocado Miguel. En uno de ellos el color predominante era el verde del cesped impecablemente cortado, matizado por el color de las flores y de algunos árboles frutales, en el otro era el marrón de la tierra.
Cuando las niñas comenzaron a dar sus primeros pasos se conocieron a través del alambrado que separaba a ambas casas, y unía a ellas.
Los juguetes que recibía Anita de regalo para su cumpleaños o Reyes los compartía con su amiga, pero Carmencita no jugaba con ellos, los admiraba con ojos de asombro, los suyos eran fabricados por su hermano mayor y también compartidos democráticamente.
A cada rato se encontraban a través del alambrado, una envidiaba la ropa y los zapatos o zapatillas casi siempre nuevos de su amiga, la otra las zapatillas agujereadas y la ropa fraternalmente gastada por generaciones anteriores.
Al cumplir los cinco años ingresaron a la única escuela primaria que había en el pueblo, una contó con el apoyo de una maestra particular, la otra con el de sus hermanos.
A los doce años de edad una ingresó al colegio secundario, la otra comenzó a trabajar como sirvienta.
A partir de entonces comenzaron a verse muy esporádicamente.
Ana y Carmen comenzaron a andar por caminos distintos.
Una terminó el secundario, se fue a la gran ciudad a estudiar al Conservatorio Nacional de Música y a pesar de su frágil salud terminó su carrera, se hizo concertista de piano, recorrió el mundo, conoció el éxito y la fama.
Carmen continuó trabajando de sirvienta, conoció el amor, se casó y tuvo varios hijos.
Sus hermanos se habían ido del pueblo buscando otros destinos. Ella seguía viviendo, ahora con su marido y sus hijos, en la misma casa donde había nacido.
Cuando Ana cumplió los treinta y dos años comenzó a sentirse mal, su palidez se había asentuado, los médicos no presagiaban nada bueno. Volvió a su pueblo natal y buscó refugio en su casa paterna.
- Mamá, decile a Carmen que necesito verla - dijo con un hilo de voz.
Cuando Carmen llegó se inclinó para escuchar lo que quería su amiga.
Salió apresurada de la habitación, fué a su casa y comenzó a buscar casi con desesperación lo que Ana le había encargado.
Volvió al lado de la enferma y colocó el encargo entre sus manos.
Cuando Ana notó que eran las zapatillas agujereadas, sonrió y se durmió para siempre.


 

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