texto , citas interesadas , sin cortes


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Publicado por
@SALU

22/03/2007#N14518

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este es uno de los textos , el otro reconozco que no lo recuerdo,los saque de una lista de mas de 100 articulos , este si , porque tuvo comentarios de Sua , de Maionline y de alguien mas que no recuerdo ahora
...........................................................Los hombres son unos pescados, pero algunos son más pescados que otros. Tienen la mala costumbre de pisarse solitos cuando nos invitan a salir. Pretenden hacernos creer que son generosos y galantes, cuando en realidad son mezquinos y llenos de segundas intenciones.

Es que la regla es simple: “Dime cómo te invitan y te diré qué quieren”.

Pudiendo quedar como duques cada vez que les pareciera, los tipos suelen quedar sistemáticamente como pelandrunes brutos sin una pizca de educación. Con esto no quiero decir que su falla consista en que pudiendo llevarnos a un restaurante cinco tenedores nos lleven a comer un chorizo a la pumarola en el bolichito de techo de chapa del baldío de la esquina. La ineptitud masculina radica en que ellos creen fervientemente que están actuando como Donjuanes irresistibles, cuando en realidad se están comportando de la manera más miserable.

Y de miserables trata el tema.
La parte más sensible de los hombre es el bolsillo. Ahí es donde más les duele. Y jamás encontraremos a un hombre que gaste más pesos de los estrictamente necesarios en una dama si no es que tiene segundas intenciones con ella. O primeras intenciones:
“Lo primero que voy a hacer en cuanto trague el último pedazo de milanesa es llevarla al telo de acá a la vuelta”.

Si no llegamos a intimar con él después de que tuvo el inmenso desprendimiento de invitarnos a cenar, es capaz de decirnos: “¿No querés coger? Entonces escupí ya mismo el flan con crema, y devolveme los bombones que te regalé”.

Hay una realidad ineludible que nos diferencia: los hombres tienen que demostrar que pueden bancarnos. ¿Cómo vamos a enterarnos de que pueden mantener a una familia sino? ¿Cuál es el sentido de salir con un tipo sino comprobar que puede mantener a sus hijos... si es que una tiene ganas de engendrar hijos con él? ¿O nos van a mandar a laburar a nosotras con los dolores de puerperio y un bebé de pecho colgando en los brazos? ¿O tal vez pretenden que dejemos nuestros míseros sueldos -míseros porque los hombres no les aumentan los sueldos a las empleadas mujeres- en manos de la primer servientita inexperta que nos pueda cuidar el hijo que él nos hizo?

Ratas de puerto
Hay mujeres que se especializan en el arte de fingirse interesadas por cualquier tarado, y lo entusiasman y seducen hasta el fin. El fin es cuando el tipo ya sabe que ella no cena sin champán del bueno, y que pone cara larga si le regalan cualquier cosa que pueda pagarse sin la tarjeta de crédito dorada. El fin es cuando el tipo está más caliente que el asfalto en mediodía de enero, momento en que ella astutamente se esfuma, dejando al tipo convencido de que hizo algo mal o que ella descubrió que él sigue acostándose con su ex mujer.

Las que somos más honestas –por no decir caídas del catre- y más compasivas con los animales, no solemos fingir sentimientos que no poseemos. Y somos las candidatas perfectas para ser timadas por toda clase de ratas de albañil de sexo masculino que andan dando vueltas por ahí.

Y el mundo está plagado de ratas. Corrijo: de ratones. Porque ni siquiera merecen un sustantivo de mayores dimensiones.

Ratón fue aquél que me invitó tres noches seguidas a la misma pizzería donde comía gratis –“Pedimos la de muzzarella para no abusar... ¿Entendés? - porque él le reparaba la máquina registradora al dueño cuando se le atascaba, dada su condición de técnico electrónico y de vecino del dueño de la pizzería.

Ratón fue el que me dijo “yo sólo te voy a invitar a lugares buenos” y luego limitó nuestras salidas a horarios diurnos argumentando que a la noche tenía que acostarse temprano. Almorzamos juntos hasta que descubrí que lo suyo era puro ratonerismo, la quinta vez que me instó a pedir el “Menú ejecutivo” del mediodía, menú fijo que costaba menos que cualquier plato nocturno a la carta. Cuando le dije que no tenía ganas de croquetas de canelones ni de zapallitos rellenos con puré de ayer, me miró espantado y luego me dijo: “Está bien, pedí lo que quieras, pero lo pagás vos” .

Ratón fue el que me dijo que odiaba el acartonamiento de los restaurantes “que ponen velas en las mesas, pero tienen toda la comida infestada de cucarachas, y te ponen dos manteles para tapar las manchas de grasa sin tener que lavarlos” . Entonces me invitaba a hacer en bicicleta 20 kilómetros hasta la Costanera, donde se sentaba en el pasto, sacaba dos sandwiches de miga y una botella de vino, exclamaba muy orondo: “¡Ah, qué placer!¡Ma qué restaurante ni ocho cuartos!¡Esto es incomparable! ¿Dónde podés comer mirando el crepúsculo sobre este río hasta el horizonte? ¿Dónde podés contemplar la luna, con ramas meciéndose sobre tu cabeza?¡Esto es vida!” .

Superratón fue el que, so pretexto de que la abuelita se quedó sola porque la tía salió de viaje, me llevó a cenar sopita de vitina a la casa de su nona. “Vas a ver, mi abuela es un personaje” , me dijo, sin caer en la cuenta de que en general TODAS las abuelas son personajes. Para colmo, una tuvo que escuchar toda la conversación de la anciana a cerca de la artritis, la jubilación y qué amarrete que era el nietito cuando era chiquitín.
“Ya lo creo” , pensé mientras me acongojaba pensando en mi propia abuela y el tiempo que hacía que no la visitaba.

Todo lo que necesitás es vergüenza
Ninguna de estas actitudes de levante tendría nada de malo si no fuera por que, tarde o temprano, nos enteramos que el mismo que nos convidó un sándwich desarmado junto a un sorete de perro y un par de bicicletas chorreantes de sudor, llevó puntualmente a bailar a su siguiente amiguita a cuanta disco de última onda se inauguró en la ciudad, y que el mismo que nos usó para hacer buena letra con su abuela fue visto muy acaramelado en amable compañía en un restaurante con sucursal en París.

Okey, se ahorraron unos pesos con una. Pero quedaron en la antología del papelón. A estos tipos berretas les sobra caradurismo y les falta vergüenza.

Pero hay otros peores. Son los que nos invitan con una salida de lujo y se quedan pasmados cuando después de comer les decimos: “Por favor, llevame a casa” . Son los peores porque nos persiguen día y noche, nos llaman 20 veces por día, nos tiran cartitas por debajo de la puerta y nos esperan a la salida del trabajo.

Hasta que un día no dan más y nos sueltan con tono lastimoso su máxima preocupación: “¡Pero te llevé a un lugar caro y te pedí champán! ¿Cómo ahora me decís que no?” . Algunos van más de frente: “¿Para qué me hiciste gastar tanta plata entonces?” . Son tan corruptos que no pueden concebir que una mujer no se prostituya a cambio de atenciones materiales.

Por último aceptemos que aunque estos hombres son engendros humanos del cálculo, la invitación interesada y la avaricia, las mujeres terminamos acostándonos con ellos después de que, como gran lujo, nos llevaron a comer croquetas de sobras o sopa de Vitina a casa de la abuela.

Porque tampoco es cuestión de ponernos muy exquisitas. No vamos a despreciar. ¡La calle está dura y ya no hay hombres!

 

Comentarios

@MABE

23/03/2007

José: Serías tan gentil de traducirlo al humano, por favor. Besooos Mabel