HENRY Y JUNE - Anaïs Nin [1903-1977]


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Publicado por
@ATI2006

06/08/2009#N27914

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Anaïs Nin estaba casada con un banquero norteamericano, y vivía en las afueras de París. Si bien llevaba una vida tranquila, algo en ella la hacía sentir vacía. En noviembre de 1931 recibe en su casa a Henry Miller, un escritor desconocido. Anaïs tiene 28 años, Henry 40. Enseguida se despierta una fuerte atracción entre ambos. Al principio, la relación entre Henry y Anaïs es puramente intelectual. Henry estaba en ese momento casado con June, una bailarina de tango. June viaja a París, y deslumbra a Anaïs con su exhuberante belleza y su extraña forma de ser. En marzo de 1932 June vuelve a Nueva York. Anaïs y Henry dan comienzo a una ardiente relación que significa para ella un despertar sexual. En octubre de 1932 June vuelve a París, dando comienzo a una relación triangular, vínculo que a Nin terminó por liberarla sexual y moralmente de sus íntimos conflictos y ataduras.. Anaïs encuentra en cada uno una atracción diferente: "Henry me da el mundo, June me da la locura".

"… En el fondo, todas las mujeres son putas

y quieren que se las trate como putas…

¡Mezclado con un poco de adoración!"

Extracto de Henry y June:

 
Me he encontrado con Henry en la estación gris y la sangre se me ha alterado de inmediato; he reconocido los mismos sentimientos en él. Me ha dicho que apenas podía dirigirse a la estación porque se lo impedía el deseo que sentía de mí. Me he negado a ir a su piso porque estaba Fred y he sugerido el «Hotel Anjou», donde me llevó Eduardo. He visto la sospecha en sus ojos y me ha gustado. Hemos ido al hotel. Quería que hablara yo con la recepcionista. Le he pedido la habitación número tres. Me ha dicho que eran treinta francos.
 
—Nos la dejará por veinticinco —le he dicho, y he cogido la llave del casillero. He empezado a subir las escaleras. Henry me ha detenido a medio camino para besarme. Una vez en la habitación, me ha dicho con esa cálida risa suya:
—Anaïs, eres un demonio. —Yo no digo nada. Está tan ansioso que ni tiempo tengo de desvestirme.
Y aquí tropiezo, a causa de la inexperiencia, cegada por la intensidad y el salvajismo de esas horas. Recuerdo solamente su voracidad, su energía, el descubrimiento por su parte de mis nalgas, que encuentra bonitas, y, ¡ay!, el fluir de la miel, el paroxismo de la alegría, horas y horas de coito. ¡Igualdad! Las profundidades que ansiaba, la oscuridad, la finalidad, la absolución. La parte inferior de mi ser es alcanzada por un cuerpo que subyuga al mío, que inunda el mío, que retuerce su inflamada lengua dentro de mí con fuerza.
—Dime, dime lo que sientes —grita.
Y no puedo. Tengo sangre en los ojos, en la cabeza. Las palabras se ahogan. Quiero gritar como una salvaje, sin palabras, gritos inarticulados, sin sentido, procedentes del fundamento más primitivo de mi ser, manando de mis entrañas como la miel.
Alegría lacrimosa, que me deja sin arte, sin palabras, conquistada, silenciada.
Dios mío, he conocido el día, las horas de femenina sumisión, tamaña entrega de mí misma que no puede quedar ya nada más que entregar.
Pero miento. Lo adorno. Mis palabras no son lo suficientemente profundas, ni lo suficientemente salvajes. Disfrazan, ocultan. No descansaré hasta haber relatado mi descenso a una sensualidad que era tan oscura, tan magnífica, tan salvaje como mis momentos de creación mística han sido deslumbrantes, extáticos, exaltados.
Antes de encontrarnos aquel día, me había escrito: «Lo único que puedo decir es que estoy loco por ti. He tratado de escribir una carta y no he podido. Espero con impaciencia el momento de verte. El martes está muy lejos. Y no sólo el martes, ¿cuándo te quedarás a pasar la noche?, ¿cuándo podré tenerte durante un período largo de tiempo? Para mí es un tormento verte tan sólo unas horas y luego entregarte. Cuando te veo, todo cuanto quiero decir se desvanece. El tiempo es precioso y las palabras contingentes. Pero tú me haces feliz porque puedo hablarte. Me gusta tu luminosidad, tus preparativos para el vuelo, tus piernas poderosas, el calor que guardas entre ellas. Sí, Anaïs, quiero desenmascararte. Soy demasiado galante contigo. Quisiera mirarte larga y ardientemente, levantarte el vestido, hacerte mimos, examinarte. ¿Sabes que apenas te he mirado? Estás rodeada aún de una aureola demasiado sagrada. No sé cómo decirte lo que siento. Vivo en una perpetua esperanza. Llegas y el tiempo se esfuma como un sueño. Hasta que te has marchado no me doy perfecta cuenta de tu presencia. Y entonces es demasiado tarde. Me aturdes. Intento imaginarme tu vida en Louveciennes y no puedo. ¿Tu libro? También eso me parece irreal. Sólo cuando vienes y te miro, la imagen se hace clara. Pero te marchas tan de prisa que no sé qué pensar. Sí, veo la leyenda de Poushkin claramente. Te veo en mi mente sentada en ese trono, rodeado el cuello de joyas, sandalias, grandes anillos, las uñas pintadas, una extraña voz española, viviendo una especie de mentira que no es tal sino un cuento de hadas. Es una pequeña Anaïs bebida. Me digo a mí mismo: "Ésta es la primera mujer con quien puedo ser absolutamente sincero." Recuerdo que dijiste: "Podrías engañarme; no me daría cuenta." Cuando ando por los bulevares pienso en eso y me es imposible engañarte; sin embargo, me gustaría. Quiero decir que no puedo ser absolutamente leal, no está dentro de lo que soy capaz. Me gustan las mujeres, o la vida, demasiado... No sé cuál de las dos cosas. Pero ríe, Anaïs. Me encantaría oírte reír. Eres la única mujer que tiene un sentido de la alegría, una sabia tolerancia; no, es más, parece que me instas a que te traicione. Por eso te amo. Y ¿qué es lo que te lleva a hacer eso, el amor? Es hermoso amar y ser libre al mismo tiempo.
»No sé lo que espero de ti, pero es algo parecido a un milagro. Te voy a exigir todo, hasta lo imposible, porque me animas a ello. Eres realmente fuerte. Me gusta incluso tu engaño, tu traición. Me parece aristocrático. (¿Suena inapropiada la palabra aristocrático en mi boca?)
»Sí, Anaïs, pensaba en cómo traicionarte, mas no puedo. Te deseo. Quiero desnudarte, vulgarizarte un poco... no sé, ay, lo que me digo. Estoy un poco bebido porque tú no te encuentras aquí. Me gustaría dar una palmada y voilá, ¡Anaïs! Quiero que seas mía, usarte, follarte, enseñarte cosas. No, no siento aprecio por ti, ¡no lo permita Dios! Tal vez quiera hasta humillarte un poco, ¿por qué? ¿por qué? ¿Por qué no me arrodillo ante ti y te adoro? No puedo, te amo alegremente. ¿Te gusta eso? Y querida Anaïs, soy tantas cosas. Ves solamente las cosas buenas ahora, o al menos eso es lo que me haces creer. Quiero tenerte al menos un día entero conmigo. Quiero ir a sitios contigo, poseerte. No sabes lo insaciable que soy, ni lo miserable. Además de egoísta.
»Me he portado bien contigo. Pero te advierto, no soy ningún ángel. Pienso principalmente que estoy un poco borracho. Me voy a la cama; resulta demasiado doloroso permanecer despierto. Soy insaciable. Te pediré que hagas lo imposible. No sé lo qué es. Probablemente tú me lo dirás. Eres más rápida que yo. Me encanta tu coño, Anaïs, me vuelve loco. Y tu manera de pronunciar mi nombre. ¡Dios mío, parece irreal! Escucha, estoy muy ebrio. No soporto estar aquí solo. Te necesito. ¿Puedo decírtelo todo? Puedo, ¿verdad? Ven en seguida y fóllame. Descarga conmigo. Rodéame con las piernas. Caliéntame.»
 
 

 

Comentarios

@OJOSVERDES

06/08/2009



lo lei todo....  
@ATI2006

06/08/2009



Muy bien 10 Majo!!!

ya que te veo con ganas de leer podes bajarte este libro y otro que escribio Henry Miller en

http://www.elbeso.cl/ElFestinElara_Rhea_Tres_Poemas_Anais.htm

si no te hago mas resumenes

besito

guille

 

   
@ATI2006

07/08/2009



Si, hay una pelicula del año 1990 con Uma Thurman  

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