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Escrito por
@GABRIELACASANAS

14/03/2010#N30883

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LA TRAMPA

 

Era un cubo de acrílico transparente en el que yo me ubicaba parada, muy justa,  sobrándome unos centímetros por encima de mi cabeza. Por uno de sus laterales exteriores y a la altura de mis ojos, había un círculo  del diámetro de un plato chico. Podía ver desde el interior, la manguera similar a las de las aspiradoras modernas, que salía del orificio hacia el exterior. Ella quedaba abrocada  a una máquina lanza pelotas.

 

No sé en que momento, alguien la encendió. El ruido me sobresaltó. Una lluvia de pelotas empezó a golpearme en forma suave. Eran pelotas livianas, de esas plásticas que se ven en los peloteros. Las había de todos los colores, blancas, verdes, rojas, ninguna negra. Siempre me resultaba alegre ver a los ninos revolcarse en esa pileta de pelotitas multicolor.

 

Rápidamente mis pies quedaron cubiertos por las  pelotas. Algunas rebotaban en mi cara antes de caer. La máquina, bastante ruidosa por cierto, no me resultaba amenazante. Al tiempo  sólo incómoda. Dejé de prestarle atención.

No sé cuanto estuve así, las pelotas ya tapaban la manija de la puerta, ubicada a la altura de mi cintura, era una tranquilidad saberla allí.

 

Mis manos estaban  libres aún, pero las piernas casi no las podía mover. ?Quedé paralizada? Intenté alzar un pie, como  quien se dispone a saltar. Apenas  un torpe movimiento que sacudió una cuantas pelotas, lejos quedaba mi inocente pretensión.

 

Entonces comencé a preocuparme. Todavía contaba con los brazos libres, pero? Por cuanto tiempo? ¿Cómo había llegado a esta situación? Hice el primer intento serio de llamar a alguien que estuviera afuera, tal vez, al que encendió la incordiosa  maquinita.

 

Grande fue mi asombro al descubrir que nadie me oía. Alcé la voz, grité, lloré. Nada.

El cacharro paró, un alivio. ¿Quién lo hizo? ¿Me sacarán por fin de ahí?. Y  descansé.

Luego arrancó y paró, sin saber porque, varias veces más. Esos intervalos de alivio no

Eran manejables por mí, y eso hacía que aumentara cada vez, la ansiedad de la expectativa por el encendido o por el apagado.

 

El miedo me invadió, las pelotas cubrían mis manos y estaban por llegar al antebrazo. Era absurdo que mi vida se hubiera atado al comportamiento aleatorio de aquel artefacto maléfico. Las pelotitas que entraban, tan inofensivas al principio, ya me empezaban a lastimar. Golpeaban una y otra vez en los mismos lugares y yo ya no podía esquivar el impacto.

 

Con las pelotas hasta el cuello y con los intervalos de descanso cada vez más distantes, vi que este iba a ser mi fin. Sentí  el ahogo, pobre era mi aliento. Solo las lágrimas me recordaban aquella que fui. Tan joven, llena de ganas y proyectos. El anhelo del príncipe azul de tantos sueños. Todo lo que quedaba de mí terminaba enterrado en esta estúpida máquina de pelotas de juguete.

 

Comentarios

@GABRIELMAX

15/03/2010



Una pesadilla, pero bien relatada me gusto Gmax