BREVE HISTORIA COTIDIANA
Escrito por
@EUCLA
Amanecía en Nabucosgamcha, los soles se ocultaban rápidamente tras el cenit. Nustox corrió las chalascas de la treclanta con fastidio, las que quedaron colgando hasta casi tocar el parplisco. No había dormido bien: desde el trapesco contiguo, una y otra vez, el sonido de la farradasca con la que el vecino festejara su descenteño, le atosigó los partenchos. Bostezó con la boca cerrada, casi se ahoga.
Tuvo que abrirla en toda su amplitud para que saliera, plácidamente, la
muñarisca.
¡Qué pena! – pensó.
Se deslizó pesadamente hacia la coxisqueña. Abrió la farilla. Llenó la batapa
y se sentó a esperar. Con el primer ojo siguió un pensamiento; con el segundo, cuidó
que no desbordara el guacafate y con el otro miró al pochorosco que había florecido
dos segundos después.
... No tenía deseos de ir a transburar… Salir corriendo como todos los
disnocheres. Subir al truscochosque como podía, entre los culazpiazos de sus
congéneres, los cuerpujones por las frenascas ante los foratos y los flestiflascos de los
que no habían comido bien… ¿Todo para qué?
Llegar apurado, meter el codoquit en el restario y empezar la rusquina de
siempre: el jefesario que lo miraría con desprecio desde su atricidio, esperando el
mínimo error en el manejo de la Comprostipell para caerle encima con toda su
fofilatosa…
Y el bostesticón de Nibus esperando para cerrujarle el parplisco rondando…
siempre rondando como un bichenzco de crapinia…- ¡Menos mal que estaba
Nanisnana! Con tres hermosas ubrangas exudando organisibios por sus ocho
costados… (de sólo pensarlo se ponía flaxilongo…) ¡Y esos eunoludos que la
corrofleteaban con la mirada haciéndose flacretas sesales…!
¡En fin! … Él sabía que no había florecido para ese trasburo, pero tenía que
ir –por lo menos hasta que el otro creciera lo suficiente…
Miró alrededor como no buscando nada: desde un trucón convexo uno de los
fofletes le sonreía pues se había puesto sepia. Nustox cambió al índigo lleno de
ternura.
Se arrastró nuevamente hasta la treclanta y se cobijó bajo las chalascas. El
ojo que había dejado en la coxisqueña seguía mirando al pochorosco que había
florecido.
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