El Tesoro de Puerto Padre


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Escrito por
@FITO

08/04/2013#N43115

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El Tesoro de Puerto Padre
 
 
 
         Traía como siempre mil historias sorprendentes y en la mano un libro con tapas azules muy ajado; pero esta vez sus ojos no eran los mismos, estaban vidriosos. Levantó el brazo mostrando lo que llevaba y con un gesto los invitó a sentarse para que lo escucharan.
         No todos en la taberna quisieron sentarse y oírlo, algunos preferían seguir con el juego de dominó, insistió y poco a poco logró que hicieran silencio, entonces bajó su brazo, bebió de un solo trago el ron que había pedido Luis Sánchez, su amigo y parroquiano y tan marino como él. Cerró sus ojos, respiró hondo y habló: “He logrado traducir el manuscrito. Está escrito en creole, la lengua criolla de Haití”
El silencio fue absoluto, todos le creían al Capitán Amelio Aragón; aunque algunas de las historias que había contado parecían surgir de otro mundo, mezcla de su mente y el alcohol, esta vez no había fantasías, todo era real, representado en un libro azul. Lo había encontrado escondido en un viejo arcón que quiso reparar, no supo en qué idioma estaba escrito, por eso fue buscando, con mucho cuidado quien podría ayudarlo.
Encontró a un hombre de barba blanca, enrulada, que decía ser el último descendiente de los Siboneyes, pero que su madre era africana. No sabía en qué año había nacido. Tenía las manos gastadas por cortar cañas de azúcar en el Ingenio de San Miguel. Juntos lograron traducirlo. Cuando lograron finalizar, el viejo sonrió mostrando sólo dos dientes marrones por masticar tabaco. Estaban contentos, pero mucho más lo estaba el Capitán.
En la taberna dijo: “John Roberts, conocido como Black Bart, estuvo en Cuba, acá en Puerto Padre y escondió un tesoro, a fines del siglo diecisiete y ahora en mil novecientos veintiocho lo vamos a encontrar.”
 
Los parroquianos se miraron, inquietos. No lograron descifrar el mensaje si es que había alguno o el viejo Capitán no daba a entender lo que realmente quería contar. Algunos se dieron cuenta y murmuraron, luego hablaron y finalmente continuaron con su juego de dominó, como si nada hubiera ocurrido.
Con sus ochenta años a cuesta y sabiendo que había ido a la Taberna del Puerto para compartir un secreto tan importante con sus amigos, dudó en hacerlo, hasta quiso esconder el libro en su camisa. Casi la mitad de su vida transcurrió en esa barra, siempre iba cuando estaba en tierra, pero supo que ya no lo haría, que nada más contaría.
Amelio calló, miró su libro azul, tan ajado como su rostro. Se sintió defraudado o quizás impotente. Luis Sánchez, otro viejo Capitán lo notó, por eso se acercó para tranquilizarlo. Pensó que dos copas lo lograrían. Con Luis, Amelio, había compartido tantas millas en el Mar Caribe como vasos de ron tomaron.
 
-       ¿Es cierto lo que dice el libro? – preguntó Luis
-       Si, es cierto – respondió José, agitando su libro azul.
-       ¿Dónde está el tesoro?
-       En Maniabón, cerca del riachuelo de Paradas.
 
Se alejaron de la barra, los dos juntos para sentarse en una mesa. Era hora de cenar, pidieron Ropa Vieja.  
Algo acordaron, al día siguiente irían a Maniabón.
Llegaron temprano en la mañana, trataron de establecer el lugar exacto. Les resultaba imposible, muchas cosas cambiaron en doscientos cincuenta años. Tantas que los puntos de referencia del precario mapa que habían confeccionado, no pudieron hallarlos.
Regresaron a Puerto Padre, con tristeza, desilusión, igual fueron a la taberna, a pesar del cansancio que tenían.
Decidieron que la edad era un impedimento. Necesitaban ayuda, si es de alguien importante, mucho mejor. Escribieron una carta al mismísimo Presidente Gerardo Machado Morales, al fin y al cabo era un presidente popular, pero muy decidido a buscar el desarrollo del país.
“Hay en verdadero tesoro escondido en Maniabón”, rezaba la carta, pero omitieron contar de Black Bart, temían que sucediera lo mismo que en la taberna.
Poco tiempo después Fernando García Grave de Peralta, arqueólogo, llegó a Puerto Padre. Se reunió con Amelio en casa de éste. Luis preparó mojitos y bebieron.  Fueron juntos hasta Maniabón. Peralta tomó notas guiados por Amelio, hizo mediciones. Los capitanes volvieron a Puerto Padre, no tenían una labor y la ansiedad los devoraba.
Dos meses después Peralta les envió una nota. Había encontrado un tesoro.
 
-       “…figuras de barro, vasijas, hachas rituales y de trabajo, ídolos, pendientes, majadores, morteros, bolas líticas y muchos otros objetos que ponían de manifiesto el alto nivel alcanzado por los primitivos pobladores de Puerto Padre. Quiero que vengan lo antes posible”
 
Los dos capitanes, con sus viejas casacas de marinos volvieron a Maniabón, Peralta les mostró el lugar donde estaban haciendo las excavaciones.
 
-       ¿Qué es eso? - preguntó Luis
-       Parece la construcción de una casa. Debe ser de fines del siglo XVII.
 
Los ojos de Amelio brillaron, mientras su mano acarició el viejo libro azul, no lo
sintió ajado, ahora le parecía de seda.
 
Se hospedaron en un pequeño hotel, donde armaron un plan, en una mesa del comedor. Se tentaron, habían visto pelar las papas, las batatas, cortar la carne, no lo dudaron pidieron ajiaco y un vino.
A medianoche fueron hasta la excavación. El cuidador les permitió ver, ya los conocía. Se acercaron hasta los restos de la vieja casa. La referencia del libro. Tomaron una pala apenas notaron que el guarda se quedó dormido. A sólo un metro de profundidad encontraron algo. Era un cofre, sacaron la tierra con sus manos y lo abrieron, las monedas de oro brillaban en la noche. Les fue imposible levantarlo. Llenaron sus bolsillos con ellas y fueron a despertar a Peralta.
 
  
-       Esto es un milagro. - dijo el arqueólogo.
-       Y es su mérito Don Peralta – respondió Amelio.
-       Es de ustedes. Deben contarme algo, por favor.
-       No, no, es su mérito – contestaron casi juntos.
 
Una noche en la Taberna de Puerto Padre. Amelio y Luis, viejos capitanes, entraron y convidaron ron a todos. Lucían dos casacas impecables y una condecoración cada uno de ellos. José pagó al tabernero con un doblón de oro y luego se alejaron del lugar, rumbo al puerto. Un velero los esperaba, el “Black Bart”, de madera reluciente, todo barnizado. Izaron la bandera de Cuba al tope del mástil, sobre un obenque estaba la bandera pirata del bucanero.  
 
-       Suelte amarras Capitán. – ordenó Amelio
-       Si, mi Capitán – respondió Luis - ¿Rumbo?
-       Taberna de Dolores, en La Habana.
 
 

 

Comentarios

@GABRIELMAX

08/04/2013



 Bello cuento bien contado me gusto  
@SIL_VANA

09/04/2013



 Muy linda historia !!! Me encantò !  Amelio se parecia al protagonista de Piratas del Caribe ? Un toque de humor , perdòn !!!    Silvana   

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