SOLOS Y SOLAS II (RELATO INESPERADO)


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Escrito por
@KOPSI

10/12/2005#N7195

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Abrió los ojos. Miró hacia el techo. Un rayo de luz entraba por la ventana. Pensó levantarse y mirar a través de ella, pero no lo hizo. Además de la pereza que lo invadía, consideró que no debía distraerse. Era menester concentrarse, estar atento a todo. Debía ante todo calmarse para poder reflexionar. Miró una y otra vez el ambiente en que se encontraba: Las paredes, pintadas de color verde claro. El piso, de madera plastificada. Todo lucía ordenado, limpio, prolijo.

En un rincón de la habitación, un perchero de pie tenía ropa colgada. No la reconoció como suya. En realidad, todo lo que lo rodeaba le resultaba extraño, aunque con un toque de familiaridad. No entendía nada, ya fuesen las circunstancias o los motivos por los que estaba allí.

Se sentó en la cama. Había tres puertas. Se levantó y abrió una de ellas. Era un placard que estaba vacío. Abrió la segunda. Era un baño completo, tanto por los accesorios como por elementos de uso cotidiano: Tohallón, tohalla de mano, bata, chinelas, espuma de afeitar, rasuradora, gel para ducha, colonia, cepillo de dientes y dentífrico. Todo era nuevo y de las marcas que él usaba.

Decidió tomar una ducha. Abrió la canilla al máximo. El agua salía con fuerza. Durante largo rato dejó que cayese sobre su espalda. Al enjabonarse se frotó vigorosamente, como si con ello pudiese despertar de esa pesadilla. El ruido de la ducha impidió que escuchase nada.

Cerró la canilla, se secó y puso la bata. Peinó su cabello y se afeitó. Se sentía mucho mejor. Más relajado. Sin embargo, al salir del baño quedó pasmado al ver una mesa rodante. Sobre ella había una bandeja con una jarra de café caliente, otra de leche, un plato con tostadas, y dos pequeñas bandejitas: una con manteca y otra con mermelada. Una taza, un platito, una espátula para untar y una servilleta.. Hasta un pequeño florero con una sola flor: Una rosa color té. Exactamente así comenzaba todos sus días. Con un desayuno servido de ese modo.

Miró con desconfianza los alimentos, pero el hambre pudo más. Se sentó a desayunar. De pronto, escuchó risas infantiles y una voz de mujer que sin gritos pedía a los niños que no hiciesen tanto ruido.

Terminada la colación, hizo la bandeja a un lado y vio un diario. Leyó la fecha. Era del día, o por lo menos eso creyó. Revisó frenéticamente todas las hojas esperando encontrar noticias acerca de él. Pero no encontró ni una línea. Desanimado, hizo a un lado los papeles.

Se recostó en la cama nuevamente y cerró los ojos. Un rostro de mujer se le presentaba permanentemente. Musitó su nombre: Sofía. Los recuerdos se agolparon como catarata en su mente. Rememoró cuadro por cuadro lo vivido. Nuevamente sintió pánico, aunque ahora matizado con incertidumbre. Pensó en sus hijos, en sus amigos, en sus empleados, en sus actividades diarias. Ese encierro le provocó una intensa desazón que, con el correr de las horas, se convirtió en sorda rabia.

Cansado de estar acostado se levantó. Comenzó a dar vueltas por la habitación. Nunca antes había vivido una experiencia similar. Se sentó en el borde de la cama y comenzó a hojear el diario. Se concentró en el suplemento bursátil. Celebró con una sonrisa el aumento de la cotización de las acciones de su empresa. Al menos, pensó, los negocios iban bien. Miró su reloj. Eran las 11.00 a.m. del día domingo...¿domingo? –pensó - ¡Claro! Ayer, sábado, fui a esa reunión de Solos y Solas.

Nuevamente se sintió somnoliento, se reclinó en la cama y se propuso dormitar. No quería dormir profundamente. Sabía que debía aguzar sus sentidos, luchar contra el sueño. Pero a los pocos minutos dormía profundamente.

La puerta de la habitación se abrió. Alguien cambió la mesa rodante por otra de 2 tapas. En la superior había un balde de hielo con una botella de vino blanco, una de agua mineral sin gas y dos copas. En la inferior, un equipo de sonido y varios CD’s. Lo enchufó y salió.

Cuando él despertó notó el cambio y se sentó bruscamente en la cama. Miró hacia todos lados. Pensó para sus adentros: “Esto es un sueño. No puedo estar viviendo realmente esto. No puede ser. No resiste el menor análisis”. Se levantó y revisó la bandeja, leyó las tapas de los CD’s. Su música preferida.

Cada vez entendía menos. Privado de su libertad, era atendido como en el mejor hotel. ¿Cómo podían sus captores conocer tanto acerca de él, de sus gustos musicales, de sus hábitos alimenticios? ¿Cómo sabían qué comía y bebía y a qué horas?.

Se prometió a sí mismo no volver a acostarse. Puso un CD, se sirvió una copa de vino y observó la ventana. Estaba demasiado alta como para poder mirar hacia fuera. Entonces se percató de que no tenía rejas.

Pasó un largo rato. De pronto, una voz masculina que no reconoció dijo, desde el otro lado de la puerta:

- Lo estamos observando, aunque suponemos que ya se dio cuenta. Póngase de cara a la pared, brazos a los costados. No gire la cabeza. No intente nada alocado porque estamos armados.

Carlos obedeció. Escuchó pasos tras él que se iban acercando. De pronto, sintió que algo frío estaba apoyado en medio de su espalda. Le colocaron una capucha y ataron sus muñecas. Lo sentaron en la cama, y le dijeron:

- Esto es cuestión de tiempo, ¿sabe?. En una hora se resolverá todo. Hay dos posibilidades: Si se nos paga lo pedido, volverá a su vida habitual. Si eso no ocurre...bueno, daremos un paseo.

Carlos no pronunció palabra. No se le ocurría nada para decir. De todos modos, sus interlocutores salieron de la habitación.

Maniatado y encapuchado permaneció inmóvil. En la penumbra en que se encontraba no sabía si aún era de día. Intentaba estar tranquilo, pero su estado nervioso iba en aumento.

De pronto, oyó el ruido de la puerta que se abría. La misma voz que le había hablado antes, dijo:

- Bueno, es hora de irnos.

-¿Cómo? –preguntó Carlos-

-Vamos a dar un paseo – recibió como respuesta.

Lo pusieron de pie y lo ayudaron a caminar hacia un auto, donde lo introdujeron.

-¿Dónde me llevan? –preguntó Carlos.

- No tiene importancia para Ud.- contestó alguien.

-¿Puedo decir algo? –volvió a preguntar Carlos.

- No hay nada más que hablar- le replicó otra voz.

Carlos calló. Quiso atrapar hasta el más mínimo detalle. El auto iba a mediana velocidad, sobre un camino liso, aparentemente una ruta. Fue un viaje que se le hizo interminable. De pronto, la velocidad disminuyó. Se oyó el chirrido de una tranquera. El auto avanzó algunos metros más y se detuvo. Se abrieron las puertas y una mano lo tomó de un brazo. Caminaron pocos pasos, subieron dos escalones, pasaron por una puerta.

- Aquí estamos- dijo la misma voz que hasta ahora le había hablado, en voz alta.- El viaje terminó.

-¿Sirve de algo que ruegue por mi vida? ¿Si me arrodillo tendrán piedad?- preguntó Carlos.

- Si se arrodilla será menor el ruido cuando caiga al suelo. Si lo prefiere...¡allá Ud.!

Le sacaron la capucha. Todo estaba a oscuras. Se encendió un foco muy luminoso que proyectó un haz de luz blanca, muy intensa. Alrededor todo seguía oscuro. Alguien avanzó y se ubicó bajo el mismo. Era Sofía que caminaba hacia él empuñando un arma. Le apuntaba al pecho.

Carlos se arrodilló y la miró implorante. Alguien, desde atrás, le desató las muñecas. Sofía preguntó, con una sonrisa:

-¿Seguís mansito?

Acto seguido se puso el revólver en la boca y le dio un mordisco. Carlos estaba atónito.

Se encendieron las luces del aposento. Todos sus amigos estaban allí y a coro gritaron: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

 

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