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@LAPETY

03/05/2007#N15307

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Fue una linda noche de verano: Se festejaba la boda del tío, Rey de SAXOLANDIA. SAXOLANDIA, que quería decir país del saxo; era en realidad un país donde casi todos sus habitantes tocaban música; el órgano lo tocaba, no muy bien pero lo tocaba, la mamá del Rey; el papá de la novia, la princesa Claudia, tocaba el clarinete; el tío de la novia, tocaba el acordeón a piano; el papá del novio tocaba la puerta, algo es algo, o no?
Bueno, en serio, fue una linda noche de verano, cuando se festejaba la boda del tío de los nietos de los abuelos. Para esa boda fueron invitados muchos, muchos príncipes y princesas, damas y caballeros, que llegaban en sus carruajes llenos de regalos para los novios, mantas de oro para taparse en invierno, copas de cristal de hielo para tomar bebidas frías en verano, lámparas de pie que parecía que tenían el sol escondido para iluminar el castillo, platos de porcelana que ya venían con la comida mas rica preparada para cuando tuvieran ganas de comer, botellas de bebidas que no se terminarían nunca, cajas con monedas de oro de muchos países, etc etc. La nieta de los abuelos, cuya mama (a quien le decían mamita, porque era muy chiquitita y siempre reía con vos de plata, cuando se reía, aunque no siempre lo hacia) era una de las principales invitadas que esperaba a su primo, nieto de los abuelos, que venía de Suecia junto a su padre, hermano del novio, igual que la mamita de la nieta de los abuelos que era hermana del mismo novio. Decíamos que venía de Suecia, volando en una alfombra mágica, para que junto a ella, llevara la cola del vestido de la novia, que era una cola larga, larga muy larga de tules, con piedras preciosas y flores y frutas de platino y oro. Tan larga era la cola, que para que no se ensuciara les pidieron a ellos, los nietos de los abuelos, que le ayudaran a llevarla, y entonces los primos, que se querían muchísimo, aceptaron y fueron vestidos casi igual a los novios: ella de blanco, blanquísimo y el de negro con camisa bordaba blanca. El, parecía un director de orquesta como los de Saxolandia, ella como si fuera una cantante del coro de Saxolandia. Y así comenzaron los festejos de la boda del Rey de Saxolandia y su novia la princesa Claudia.
Se encendieron las luces del castillo, la orquesta tocaba una música de bienvenida y cuando se abrieron las puertas del salón principal, que medía como mil metros, casi, casi como una manzana, los novios y los primitos que ayudaban a llevar la larga larga cola, entraron majestuosos, emocionados y hasta un poco asustados, porque los miles de invitados, los recibieron con aplausos, besos, vivas, mas vivas, más besos, más aplausos. Y en ese momentos se inició el baile, primero los novios, luego el novio rey con la reina madre, la novia con el papá que tocaba el clarinete, también la mamá mamita (esa que dijimos que era chiquitita) que bailó con el abuelo de los primos, que era su papá y con su hermano el rey de Saxolandia, después todos con todos, bailaban y bailaban, un baile que parecía que nunca iba a terminar, el primito que vino volando de Suecia, que se llama Jonathan por si no lo dije y su primita, que le ayudó a llevar la larga larga cola, que se llama Verónica, por si tampoco se los dije, pero si dije que se querían muchísimo, también bailaban y bailaban. De vez en cuando el primo Jonathan se tapaba los oídos con las manos, porque decía que en Suecia, la música no aturdía como en Saxolandia.
De pronto, se paró la música y los invitados fueron acomodándose en las mesas. Cada uno usaba la bicicleta que con su nombre, estaba preparada para llevarlo a su lugar y allí los esperaban los servidores del castillo, con las mejores comidas, que trajeron de todo el mundo, de Italia, de China, de Francia, de España y muchas muchas mas, preparadas por los buenos cocineros de cada uno de esos países, y fueron servidos licores, vinos, bebidas con burbujitas que se tomaban con unos tubitos de colores que hacían las delicias de todos los invitados y en especial a los primitos, que ya dijimos que se llamaban Jonathan y Verónica, quienes se divertían muchísimo con las bebidas con burbujitas que les hacían cosquillitas en sus naricitas. Y después de comer, otra vez a bailar, y después de bailar, otra vez a comer y beber y después a bailar y así seguía y seguía esta hermosa y divertidísima fiesta de las bodas del rey de Saxolandia y la princesa Claudia.
Todavía no les conté cual era el nombre del Rey, Isidro, tampoco les conté que ese nombre a el mucho, mucho no le gustaba, así que se hacia llamar muchacho, en fin como en gustos no hay nada escrito, allá el con sus nombres. Mientras tanto los primitos, charlaban y charlaban mucho porque como hacía muchísimos años o meses, no se, que no se veían, se contaban sus cosas y sus juegos y cómo les había ido en sus países y bla, bla, bla. Cuando de repente, se apagaron las luces y con un redoble de tambores se anunció la entrada de “El príncipe de las alturas”, quien había ido especialmente a bailar con todos, como regalo especial del director musical de Saxolandia. Y cuando se encendieron las luces y todos los músicos tocaban alegres sus instrumentos, el príncipe de las alturas, vestido con largos pantalones negros que median como tres metros y una chaqueta toda iluminada con luces de colores, sacó a bailar primero a la novia, que parecía de juguete, chiquitita al lado del alto bailarín, y luego al novio y a la mamá del novio y al papá de la novia y a muchos, muchos mas. En un momento miró a la nieta de los abuelos y se dobló, se dobló, casi parecía que se iba a partir en dos, y la sacó a bailar. Ella se sorprendió de esa altura, se enamoró del príncipe y bailó, bailó con el mucho, mucho, mucho, casi se había olvidado de su primito, quién algo triste miraba a su primita bailar y bailar.
De repente alguien, celoso del altísimo bailarín, le tiró un pedazo de torta en el piso, y el príncipe de las alturas se resbaló y se le vieron las patas de palo o zancos, que le permitían bailar desde tan alto, porque en cuanto se cayó, se vio que era, no “El príncipe de las alturas”, sino un enanito disfrazado. Y todos aplaudieron al simpático bailarín y así siguió la fiesta, hasta que se hizo de día y todos los invitados se fueron en sus carruajes, cansados pero felices, a sus casas. Los primitos, tomados de la manos, se fueron a dormir y soñar con las bodas más hermosas que habían visto y sabiendo que iban a recordar a Saxolandia y su fiesta toda toda la vida.
Este cuento que no es cuento, yo lo cuento exagerado, pues fue cierto que ha pasado, los primitos encontrados, los casados, enamorados, los invitados, lo recuerdan encantados y cuando yo cuento este cuento, me siento muy pero muy emocionado.

 

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