LA LOCURA NECESARIA


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@NAMYHOJA

12/03/2009#N25646

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LA LOCURA NECESARIA por Isidoro Blainstein. Para La Nación - Buenos Aires 1996.
Arte y locura, conferencia pronunciada en el Museo Nacional de Bellas Artes, durante el ciclo de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).

 
¿Cuál es la diferencia entre el genio y el alienado?
¿Hasta qué punto la enajenación es un estado imprescindible para crear?

"No me cure la locura Doctor. Es lo único que tengo". Esto escribí yo en la contratapa de mi libro Cerrado por melancolía. Allí también decía que escribir también es una forma de organizar la locura.

Mi humilde teoría, entonces, consistiría en afirmar que el arte organiza la locura. Ahora bien, toda organización implica un sistema, todo sistema implica un único punto de vista. Ese sistema intransferible, ese único punto de vista intransferible se llama estilo. Y como está demostrado, el estilo es el hombre y, como no hay un hombre igual a otro, el estilo es intransferible. Podríamos entonces definir al artista y decir así: "Artista es aquel que tiene un sistema propio para organizar la locura".

Pero, ¿qué locura organiza?: organiza su locura y, a través de la creación, la locura de los demás. Pero el artista no es un loco, a pesar que muchos creadores están o estuvieron locos. La diferencia estriba en que cualquier loco del Borda -o de otro establecimiento- puede cortarse una oreja, pero uno solo será Van Gogh. Este tipo de locura no organiza nada; al contrario, desorganiza todo.

Ateniéndonos a locos o semiloucos que han organizado un sistema, caeremos en el lugar común que impone dar nombres ilustres. Estos nombres son pocos o tienen la comodidad de ser siempre los mismos: Antonin Artaud, Schumann, Dostoievsky, Nietzsche, Van Gogh y, en la Argentina, Jacobo Fijman y Aida Carballo.

El pueblo dice que "de poeta y loco, todos tenemos un poco", con lo cual, de alguna manera, se está uniendo arte y locura en la imaginación de la gente o, como se dice ahora, en el imaginario colectivo.

Tengo para mí que la locura se hace necesaria en toda creación artística. Creo que todo arte es una transgresión. De alguna manera, siempre se está destruyendo lo convencional y lo pactado. La locura hace lo mismo, pero la locura es una enfermedad y el arte encarna la salud. 

Y si bien hay cierta similitud en la destrucción de lo consabido, hay una gran diferencia en el objetivo final. Los dos, el artista y el loco, están escapando de algo; mientras el loco destruye, el artista inaugura la belleza.

Foulcault escribió: "El alma de los locos no está loca". El artista, entonces, el creador, tomaría el alma de la locura y transformaría ese alma en obra perdurable, en belleza suprema.

Hay una figura retórica que se llama oxiromon. Consiste en atribuir a algo su contrario. "La cuerda locura de Don Quijote" sería el oxiromon que mejor define mi humilde teoría: la necesariedad de la locura.

En la obra capital de Marciel Proust, En busca del tiempo perdido, se lee: "Estaba loca y creía que tenia a la princesa de las Indias encerrada en una botella. La curaron de su locura pero se volvió estúpida".

Creo que tanto el problema de la locura como el problema del arte chocan con otro problema: el problema de la aceptación social. Yo creo que esto deriva de una antinomia: el arte descorre el velo. Recordemos los múltiples eufemismos para no mencionar la palabra maldita. Si alguien estaba loco, si había algún loco en la familia., se callaba. El silencio suplantaba a la información y, si no, se decía:
-   Está enfermo.
-   Enfermo de qué?
Titubeo
-   De los nervios.

Los nervios suplantaban a la angustia, la depresión, la epilepsia y la locura. Se decía también "come de nervios", se ríe de nervios", "se mantiene a puro nervio".

De manera que si la locura había que ocultarla, cuantimás, como se dice en mi tierra, si el loco era artista. El artista siempre despertó sospechas, y yo creo que las va a seguir despertando. El artista es un peligro. Yo sospecho que este peligro está vinculado con la locura. La locura es "el infierno tan temido", lo desconocido, el país de donde nunca se vuelve.
Pero entre los intersticios de la exacerbación, de la transgresión genial, se instalan, como siempre, los simuladores. José Ingeniero, casi un siglo atrás, hablaba de la simulación en la lucha por la vida y hablaba de la simulación de la locura. En 1904, el doctor Ramos Mejía haPló de los simuladores del talento.

En cuanto a los simuladores del talento, solo saben simular la locura, lo exterior de la creación. Copian la exterioridad intrascendente y humana del artista, sus tics, sus manías. Simulan la locura loca, pero no pueden aprehender su alma. Y, verborrágicos y estériles, contraidos y convulsos, invaden los medios, pululan por las exposiciones y, como decía Borges, fatigan las redacciones.

Pero hay algo que no se puede simular; algo que está latente, algo que está agazapado, algo que pertenece tanto a la locura como al arte: es la ambigUedad, es lo desconocido y es, además, el miedo terrible a lo desconocido.

Roberto Arlt cuenta que, cuando él era niño, su padre ante una travesura lo castigaba del siguiente modo:
"Andá a la cama. Mañana te voy a pegar". El chico, aterrado, no dormía en toda la noche esperando ese mañana.

Quizá la locura no sea más que esa espera. Una noche en vela, permanente y atroz, "a la espera del alba y con lanzas por almohada". Pero el arte siempre se abre paso a través de la locura, ilumina la tiniebla y redime a la humanidad.

 

 

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