CITA A CIEGAS


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Escrito por
@ROBINA

07/05/2010#N31666

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cita a ciegas 
Por estar aburrida en ese verano caluroso y árido.
Por no tener respuesta a las expectativas puestas en un apuesto joven 17 años menor.
Por haber sido vencida por la rutina laboral y por no poder contar con mis amigas para la tan preciada recreación
Tuve mi primera cita a ciegas.
La responsable del contacto fue la ahora ex amiga, que me aseguraba desde hacía más de un año que con este candidato teníamos “muchísimas cosas en común”. El gusto por la pintura, la escultura, el ejercicio, la vida sana, el teatro, la comicidad, escribir cuentos, hacer un programa de radio, la edad, los gustos musicales, las películas de ciencia ficción, el vivir solos
Nunca había escuchado una lista tan larga de coincidencias. Incluso respecto a mi ex amigo Pancho, me alcanzaron para enamorarme sólo su habilidad para la escultura, la alfarería y los quehaceres sexuales intensos
Debería haber desconfiado del criterio de mi “amiga” que insistía con el peluquero destinado a mi encuentro. Hacia ya diez años que recorriamos caminos diferentes y en consecuencia veiamos las cosas desde ópticas tan irreconciliables como cuando no se comparte una escala de valores. Ejemplo de ello fue un dinero que le presté cuando llorando me dijo que se quedaba sin techo.
Me defraudó en mi peor momento, no me lo devolvió nunca, no me pidió disculpas y se ofendió cuando se lo reclamé anoticiándola del número de mi caja de ahorro para que fuera depositando aunque fuese de a poco.
Ahora comprendo que apenas me conocía tal cual era en el momento de la transacción, solo una boludita sensible a la que se podía sacar dinero, que nunca se enoja, que se conforma con poco, que es “buenita”.
A mi falta de previsión se le sumó el apremio por hacer uso de mi vida sexual, y no aquella que se confunde con amor sino la que funciona como alimento base de una dieta equilibrada.
No sin cierta vergüenza accedí a darle el permiso para que hiciera el nexo. Me motivo principalmente la curiosidad. Pero ya mi prima Lili me había advertido:”viniendo de Dorita, desconfío de su buen gusto, vos perdóname Samara, encima de lo que te hizo.”
 
La cita fue en una confitería elegida por mí, en el barrio de Belgrano. El es de Villa Adelina.
Entré a la hora señalada y al lado de la puerta, lo vi. Quise salir corriendo. Su cuerpo parecía el de un chico de 12 años. Llevaba una camisa bordó y estaba sentado, acompañado de un libro enorme de Krishnamurti. Su rostro era diminuto y su frente abultada. Tenía una nariz respingada con un hundimiento en el entrecejo que acentuaba la curvatura de la punta. Su boca era chica, 5 o 6 centímetros y sus dientes, juntos como los de un niño.
El pelo se veía suave, color castaño claro, con el flequillo redondo estilo Balá. Me impresionaba su parecido con el enano que trabajaba en el circo de Marrone. Su cara era realmente la de un enano acondroplásico (los que tienen cabeza y frente grande y brazos cortos). Su voz era aguda y hablaba sin parar para respirar
No sentía que hablaba con un hombre, sino con una criatura viviente de incierta procedencia. Las manos eran más chicas que las mías y tenia dos anillos de plata, uno de ellos con un ying yang. También tenía una pulsera de sello y una cadenita apenas visible. El perfume era horrible, ordinario y mucho.
Yo supuse que el tema principal seríamos nosotros y nuestras vidas. Sin embargo el único tema era él. Yo tenía que esperar que el monólogo se interrumpiera para meter bocado acerca de mis cosas. Cuando lo lograba él miraba para afuera, como aburrido, hasta que me interrumpía para decir que a él le había pasado lo mismo pero mejor, o peor, o mas interesante y me tapaba con otra de sus múltiples anécdotas de las que siempre era el protagonista. Otra vez me tocaba esperar mi turno
En un momento me atreví a preguntarle si le interesaba saber algo de mí, porque notaba que no me dejaba hablar. Dijo que no, que ya surgiría, que no le gustaba preguntar.
Empecé a sentir que no nos gustábamos, que estaba fuera de lugar, perdiendo el tiempo con un personaje repulsivo. Su boca me desagradaba, era corta, además de su tic consistia en tocarse la cara a cada rato como si le picara o buscara algo en la piel.
 
Percibí que era algo pobretón. Cuando llegué tomaba un café. Yo pedí una Coca Light y recién a las dos horas me preguntó si quería comer algo. Le dije que no. Pidió una porción de tarta pascualina. También me daba asco verlo comer y ver los restos de verdura entre sus dientes a través de su ínfima boca.
Fumamos algunos cigarrillos. Cuando los suyos se habían acabado, no dudó en pedirme el único que me quedaba. Tampoco dudó en estirar el brazo y tomarse lo poco de coca que quedaba en mi vaso después de terminar su tarta.
Habían pasado cuatro horas y el bar estaba cerrando. ”Buena ocasión para dar por terminado el encuentro”, había alcanzado a pensar cuando comenzó a sentirse un olor a flatulencia pesada, silenciosa. Comentó sacando solito el tema, que seguramente el mozo había tirado una bomba de olor, pero no pude evitar pensar que en la posibilidad de él se hubiera desgraciado, ya que yo no había sido y no había nadie más.
Pidió la cuenta. Once pesos; barato para tantas horas. Pero el levantó las cejas como si fuera mucho. Me alcanzó hasta casa en su auto; era muy lindo.
Yo sólo quería sentir el alivio de estar en mi casa. Nos despedimos fríamente. Ni siquiera atiné a averiguar su teléfono. El, sin disimular el compromiso, dijo la había pasado muy bien.
Yo no dije nada, porque los domingos no hay que mentir, al menos eso dicen.
Y me fui a dormir sola, que era el mejor de los estados

 

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