Mario

Mario es un tarado, eso se ve a la legua. Saluda para adentro ¡Ma que tímido, es un tarado! Todos los días sale a la misma hora, lo sé porque es justo el momento en el que llega el camión de descarga de combustible de la estación de servicio de enfrente. La chica que trabaja ahí me dijo que es puntual por no sé qué cosa del depósito que abre con relojes, qué sé yo, esas cosas modernas que no entiendo, pero lo que sí sé es que a las 7.15 llega el camión y sale Mario del ascensor. Mira al piso, como si se le hubiera perdido algo y saluda para adentro  “bus guias”.  Entonces, yo,  pa joderlo nomás, lo saludo efusivamente, le digo “¡buenos días, Mario!, ¿cómo amaneció?” y agrego algún comentario que puede ser sobre el clima, fútbol o lo que se me ocurra en el momento. Él generalmente murmura algo más que no alcanzo a entender y se va corriendo, como escapándose. Yo me quedo riendo por lo bajo, este tipo le tiene alergia a la gente. A eso de las 18 vuelve, salvo dos veces por semana. Alguien me dijo que va al locólogo esos días, yo no creo, debe ir a una reunión de tarados que se juntan a hablar taradeces, jaja.  Entra mirando al piso pero con un “guens trdes” en la boca y sale corriendo para el ascensor. De vez en cuando, alguna tarde, es capaz de decir una frase completa antes de salir corriendo.

 

Mario llega a su casa contrariado con el encargado (¡qué tipo pesado!). Solo quiere sacarse el chaleco, poner a calentar el agua, hacerse un té, sentarse a la mesa y tomarlo con tres galletitas dulces. Antes eran rellenas con crema, pero después de los últimos análisis y su nivel de colesterol, vienen sequitas. ¡Cómo odia a los médicos! Si no lo obligaran a un chequeo anual en el colegio su vida sería más tranquila y estaría comiendo esas galletitas que tanto le gustan. Después de la merienda se saca los zapatos y los pantalones, desabrocha su camisa y lee veinte hojas del libro del momento, ni una más. Si tiene un alumno particular se ducha y cambia para recibirlo, si no se ducha antes de cenar. A la noche se prepara la cena, come mirando el noticiero. Al terminar levanta la mesa y lava los platos. Se lava los dientes. Controla que el gas haya quedado cerrado. Deja la ropa prolijamente acomodada en la silla que tiene al lado de la cama. Se acuesta y lee cinco hojas más de su libro. Deja el libro. Verifica que la alarma del despertador esté bien puesta. Va al baño (el último orín para no levantarse a la noche). Controla que las ventanas estén bien cerradas, de nuevo que el gas esté cerrado, se mete en la cama, apaga la luz y se duerme.

 

Para mí Mario es una intriga, yo lo veo tan lindo, tan elegante con ese chaleco negro. Siempre está impecable, la camisa planchada, los pantalones con la raya derechita. Uno de estos días me acerco más para ver si está perfumado, pero seguro que está perfumado, ¡si es tan pulcro! Yo le sé los horarios, está por llegar en un rato. Salgo al pasillo con cualquier excusa, tengo que estar atenta al ascensor. ¡Uy, ahí llega!

- Buenas tardes- le digo. Lo sorprendí, no me esperaba. Me saluda y se mete rápidamente dentro de su casa. ¡Guau, qué linda voz tiene, y los ojos son claros! Mmm, qué ganas de sacarle los anteojos… ¡Basta Raquelita, comportate! Ya se me hizo tarde para mi clase de bonsái. Hoy les tengo que contar a las chicas que me saludó ¡Qué emoción!

 

- ¿Qué pasó Ramón, qué es todo este lío?

- Raquel, una desgracia, una desgracia, el señor Mario, su vecino, ¡una desgracia!

- ¿Qué desgracia? ¡No me asuste!

- Lo encontraron muerto, intoxicado con gas, se tuvo que haber suicidado pobrecito.

- ¡No me diga eso! Ayer lo encontré en el pasillo… ¡no puedo creerlo!

 

Raquel, ¡qué mujer, por favor! Ni siquiera pude mirarla. No puedo seguir así, tengo que cambiar, tengo que cambiar, tengo que tomar coraje, tengo que animarme. Voy a hacer como me dijo el psicólogo, voy a empezar por pequeñas cosas. Tengo que romper con mis rutinas, voy a empezar hoy mismo…

 

 

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