El mito de la Media Naranja


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@ROSARIOCENTRAL

11/05/2011#N36198

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¿Para qué nos unimos…? Esta puede ser una buena cuestión para reflexionar si tenemos en cuenta el gran número de separaciones y divorcios que se dan en nuestros tiempos. Una gran mayoría de las parejas se unen de una manera apasionada, pero en muchos casos se acaba en la separación más tarde o más temprano, siendo frecuentemente motivo de un gran sufrimiento y desestructuración para las personas que se ven implicadas en este tipo de situaciones.

Tradicionalmente muchas parejas eran arregladas por la familias de los novios, sobre todo en los ámbitos rurales y campesinos y estos continuaban el tipo de trabajo y de vida de sus familias de origen. Eran parejas más o menos concertadas y generalmente avocadas a una subsistencia difícil, marcada por la austeridad de los tiempos, donde el hombre trabajaba duro y la mujer se dedicaba a la crianza de los hijos. En este ámbito la relación romántica era fugaz o inexistente, dando paso rápidamente a una realidad muchas veces dura. Este era un modelo aceptado por todas las partes y al mismo tiempo una pauta social generalizada.

Pero en los últimos tiempos y coincidiendo con el desarrollo de las sociedades modernas vemos un cambio en la forma en que se unen y relacionan las parejas. Por un lado es evidente la mejora en el nivel de vida y por otro lado la incorporación de la mujer al mundo del trabajo. Esto es una realidad a pesar de que pueda quedar mucho por conseguir en lo que se refiere al bienestar social e igualmente en la igualdad de oportunidades para las mujeres. En este nuevo contexto la subsistencia no está en un primer plano, al igual que muchas mujeres trabajan y son autónomas y por tanto pueden y de hecho toman sus propias decisiones en todos los asuntos y también en el ámbito de la pareja.

 

Todo esto nos lleva a un nuevo escenario donde las parejas se unen por motivos románticos, los roles de hombre y mujer ya no son los de antes; la sensación de enamorados es romper con todo para formar un núcleo propio, único e inexpugnable. Las emociones se inflan, incluso se inflaman y lo que en otras circunstancias era secundario ahora toma un primer plano.

Así pues, enamorarse es de las cosas principales de la vida, la seducción, el cortejo y el erotismo despliegan una intensidad sin límites; por contrapartida la infidelidad, la vivimos como “alta traición” algo imperdonable por vida, las separaciones y divorcios son a veces desastres emocionales, llenos de decepción y fracaso.

Esta es la situación en una cultura romántica, alimentada por los medios de comunicación con romances fabulosos donde “el príncipe azul” y la “doncella maravillosa” se encuentran en un idilio de amor y pasión sin límites y donde su unión les llevará a un éxtasis nunca conocido. Y todo este encantamiento se escenificará en una boda fastuosa y elegante, donde las partes llenas de juventud y belleza se consagran a permanecer juntos hasta que la muerte los separe.

Hay un viejo chiste que dice; “el amor es ciego y el matrimonio devuelve la vista…”

Este tipo de parejas románticas ha existido en todos los tiempos, pero ahora es una tendencia masiva en nuestra sociedad. Se trata de todos lo mitos en relación al “príncipe azul” o “la princesa maravillosa” o todo lo concerniente a la búsqueda de “mi media naranja”. Estas parejas viven muy apasionadamente los primeros tiempos pero si no hay otras cosas de fondo es posible que caigan en la rutina y después tal vez en una separación difícil donde las dos partes pueden llegar incluso a preguntarse perplejos… ¿qué ha pasado?

Este mito de la “media naranja” nos hace creer que la solución de nuestros problemas y nuestro desarrollo está fuera de nosotros, en otra persona que nos hará completos. Nos consideramos a nosotros mismos la mitad de algo y buscamos a alguien que cierre ese circulo y nos lleve al mito de la felicidad, un estado superior por encima de las cosas comunes y que nos da sentido a la vida. Cabe preguntarse si dos individuos incompletos forman algo completo o por el contrario si aumentan esta condición de no completos. Verdaderamente los dos miembros de una pareja se unen para completarse en el sentido de desarrollarse cada uno a sí mismo y por sí mismo, y para ello utilizan entre otras cosas y de manera principal la unión y relación con su pareja. Pero no se completan sumándose la una la otra. No se trata de fusionarse con el otro sino de caminar en paralelo, uno al lado del otro.

Uno de los problemas está en que si consideramos al otro mi “media naranja” nos consideramos a nosotros mismo de igual manera, la mitad de algo y a continuación ponemos nuestro bienestar en manos del otro en el sentido de que nos hacemos dependientes del otro para estar bien; es decir, todo ese cúmulo de cosas en torno a la idea de… “sin ti no vivo”

De esta manera se ve, como mucha gente se une para no estar sólo y en este sentido, hace más por solucionar sus propios problemas de inseguridad, que por estar propiamente con la otra persona.

La soledad es una faceta de la condición humana que debe ser conquistada y aceptada. De igual modo debemos despojarla de todo matiz dramático aprendiendo a manejarnos razonablemente bien dentro de ella. Cuando aprendemos a estar solos explorando nuestra individualidad, aceptando nuestras problemáticas, y asumiendo que nuestro bienestar depende principalmente de nosotros, entonces somos más autónomos y podemos unirnos a otros libremente y sin depender de ellos.

Cuando dependemos del otro para sentirnos bien, estamos eludiendo nuestra propia responsabilidad, cargando al otro con lo que no le corresponde. Si no me quieren, o no me siento querido como yo quiero o dicho de otra forma si la otra parte no responde a mis expectativas, me siento mal y es probable que culpe al otro de mi malestar. De esta manera se pueden desarrollar conductas poco saludables para uno mismo y para la pareja. Aquí la clave es poder desarrollar una comunicación honesta que permita a cada cual expresar sus sentimientos y anhelos sin sentirse criticado al igual que aceptando que la otra parte pueda tener un punto de vista diferente.

Esto solo se puede hacer cuando en los cimientos de una pareja hay una verdadera amistad, por encima de la atracción física o de los intereses que cada cual pueda tener para seguir juntos. Una amistad en la que cada uno no se propone cambiar al otro para ajustarlo a sus intereses, sino que lo acepta tal como es y en todo caso persigue cambiarse a sí mismo, en el sentido de querer ser mejor para así aportar cosas mejores a la pareja.

De esta manera es mucho más saludable considerarse a sí mismo como una “naranja completa” con todas sus posibles imperfecciones y debilidades, pero algo entero y no a medias que después deba ser un añadido a otra parte. En este sentido somos íntegros y acabados, individuales con nosotros mismos y preparados para evolucionar. Desde esta posición de autonomía y responsabilidad con uno mismo, podemos y debemos buscar a la persona que nos guste para compartir con ella esta visión de uno mismo de la relación, y de la vida.
Así llegamos a un planteamiento diferente a la hora de relacionarnos: “me relaciono contigo desde mi libertad y autonomía personal y emocional y no desde la dependencia o necesidad de cubrir mis expectativas.

Por tanto se trataría de llegar a la pareja con un grado razonable de esta autonomía personal y emocional, una madurez que permitiera a cada cual hacerse responsable de su persona, su pasado, sus propios asuntos y desde ahí compartir con el otro en un ámbito de igualdad. En este sentido no somos media naranja el uno del otro, sino completos cada cual consigo mismo, con sus propias virtudes y defectos, individuos enteros responsables de sí mismo.
Así pues, la visión romántica de la pareja no es suficiente para que una relación sea saludable y duradera. Se trata de tener una genuina amistad, incluso ser amigos antes que amantes, capacidad de apoyarse en los proyectos de cada uno, un verdadero gustarse más allá de “lo físico” y la capacidad de atravesar momentos difíciles escuchándose y compartiendo.

Juan Bautista Pino

 

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