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Escrito por
@FITO

20/03/2013#N42999

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El Pescador

 
El pescador llegó a la casa de citas. En su bolsillo, unos pesos y el tabaco. Recorrió el laberinto de cuartos vacíos. Lo invadió la desolación.
 
Minutos antes en el muelle, le asombró que los habituales compradores de su pesca, no se hubieran acercado a la chalana, ni aún los perros sin dueño, que en forma cotidiana intentaban recibir un bocado. Había acomodado los remos, luego los trasmallos de algodón, que aún estaban húmedos y había decidido dejar el pescado para buscar a la gente que siempre merodeaba por el atracadero. Había notado la marea alta, quizás un metro y medio más de lo normal. Había recordado los consejos de otros pescadores, de colocar una vela cuadra para navegar con mayor rapidez, quizás así, con el aparejo y el viento favorable, no hubiera estado tres días fuera del pueblo.
Luego de estibar todo, con prolijidad, caminó para adentrarse entre las primeras casas, al llegar a la primera calle y no haber visto a ninguna persona o animal alguno, sintió una angustia que crecía a cada paso. Había distinguido la casa de citas y se encaminó hacia ella.
 
Fue tocando con su mano rugosa todas las puertas, para empujarlas y abrirlas, siempre se veía lo mismo, cuartos vacíos, sin muebles, sin adornos, al igual que en la sala donde hasta hacía horas reinaba una madama de amplio y generoso escote. Se sentó en la escalera, se armó un cigarrillo y trató de entender que era lo que estaba sucediendo en ese pueblo del litoral. Él pocas veces lo visitaba; cuando la pesca era abundante; como había sido en esta última salida  y que había obtenido más comida de la que necesitaba, quiso venderla y con el dinero recibido podría comprar algo de ropa o utensilios para la pesca.
A pesar de esa carga emocional, saboreo el cigarro. La noche iba apagando todos los colores y pretendió prender una lámpara para que la espera no fuera tan solitaria. Sentía que la luz era una compañía, como en estas dos noches, que alejaron a los animales peligrosos. El solo hecho de poder ver las manos, el torso, lo había tranquilizado.  Notó que al evocar esos momentos dónde paz lo había invadido, volvía a sentir la misma sensación. La luna tardó en salir, por lo que quedó solo en la sala y a oscuras, nada estaba conectado a la electricidad, ningún ruido extraño lo alteraba, solo el sonido del agua corriendo por el cauce de miles de años, transportando en ella su forma de vida. No sabía hacer otra cosa que pescar, reparar la vivienda, las redes, cambiar alguna traca del pequeño barco, pero esa forma de vida silvestre y el entorno, lo contentaba, se sentía un triunfador si recogía varios peces en una sola lanzada y eso era suficiente. Conocía de peces, qué carnada o sebo colocar, ese era su mundo, el río.
    Cuando la luna, iluminó la calle y se notó desde la escalera el resplandor, pensó que quizás alguien hubiera vuelto, pero aún no podía descifrar qué sucedia. Al salir a la calle vio a la luna majestuosa y vio el reflejo de ella en la calle. Dio dos pasos hacia atrás, en forma brusca, no pudo dar más, la pared de madera de la casa se lo impedía. La calle estaba inundada. El agua la cubría de pared a pared, no se distinguían las veredas, seguía creciendo trayendo hojas, ramas. Arrojó lo que quedaba del cigarro y remontó la corriente hacia el pequeño barco. Al llegar a la esquina e intentar distinguir el puerto, no lo vio, se había hundido su chalana, su compañera, de tantos viajes. Había dejado los cabos de amarre cortos, en la proa y en la popa, para que no tambaleara y poder desembarcar todas las cosas sin caerse. Eso provocó  que el agua se embarcara y la hizo zozobrar.
El pescador del río se sintió desanimado, sin fuerza alguna, sin motivación alguna. De nada le valió recordar la advertencia que le habían dado sobre las lluvias intensas que habían caído al norte. El río le cobraba el olvido, entonces tomó la decisión, se dejó caer, para flotar y permitir ahora que la corriente lo llevara. Cerca los peces se abrieron para darle paso a su cuerpo.
 
Rodolfo
 

 

Comentarios

@FITO

26/04/2013



Estoy de acuerdo contigo. Lo importante es vivir cada día con intensidad y no con habitualidad.

Gracias por leer, el cuento.

Rodolfo