HACIA EL PALACIO DE LA LUZ


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@LOCOPOETA

24/01/2006#N7669

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HACIA EL PALACIO DE LA LUZ

Por encima de los montes, más allá de los picos más altos, estaba el Palacio de la Luz. El peregrino lo advirtió un día diáfano en que sus ojos implorantes se alzaron al cielo. Desde ese momento, sintió que una fuerza interna lo impulsaba a la marcha; mas..., no hallaba el camino.

Sobre sus hombros, pesaba agobiante mochila, y ante sí todo era maraña, laberinto, obstáculos.. A lo lejos irradiaba el Palacio de la Luz, y hacia él dirigía el peregrino su mirada anhelante.

¡Señor!, ¿Cómo haré para ir hasta él?, Me pesan mis culpas y no encuentro el camino! ...

¿En verdad anhelas llegar? - le preguntó una voz. Y el peregrino sin despegar los labios, escuchó que su corazón contestaba afirmativamente. Fue entonces cuando apareció ante él un Ser, cuyos ojos dulces y amorosos, tenían destellos de aquella Luz que brillaba en el Palacio.

Toma éste pan - díjole con un acento en el cual había canto de pájaros lejanos. Si lo repartes con aquellos que encuentres en el camino, te alcanzará para el viaje. Si lo guardas sólo para ti, pronto se acabará. Es el único pan que crece a medida que se reparte.

Y el Ser se alejó dejando tras de sí una estela luminosa.

Ávido de alimento, el caminante hundió sus dedos en las entrañas de aquel pan, y llevó a su boca hambrienta un montón de migajas. ¡Que gusto extraño! ... Le parecía haber comido alguna vez de ese pan, pero su memoria no le aportaba recuerdos...

Entre la maraña, entre el tupido monte, entre las tinieblas, se abrió un Sendero que era un hilo de Luz haciendo brecha en el misterio.

Comenzó a andar... Primero con pasos vacilantes; luego, como si aquellas migajas se hubieran convertido de inmediato en energías, afirmó sus pasos en la Senda.

-¿Adónde vas? - le preguntó un peregrino que estaba a la vera del camino.
- Hacia el Palacio de la Luz.
- ¿A qué? ...
- A conocer la Verdad. ¿Quieres venir?
- ¡Anda tú!, Yo prefiero dormir...

Siguió andando el caminante, pero antes dejó al que preguntara un trocito de pan.

- Si algún día tu alma es escuchada por ti, comprenderás que te pide de éste pan - le dijo.

La mochila le parecía cada vez menos pesada, los pasos se tornaban más seguros, la Senda de Luz aparecía más hermosa, invitándole a proseguir la marcha.

-¿A donde vas, buen caminante? - Oyó que le preguntaban desde la oscuridad.
- Hacia el Palacio de la Luz.
- Espera, que voy contigo.

- Toma de éste pan y nútrete. El camino es largo; adquiere fuerzas primero.
Y siguió andando...

Comprobó muy pronto que su pan no perdía volumen, antes bien, parecía aumentar. Y la mochila se hacía más liviana, y el Alma entonaba salmos, y el silencio tenía melodías.

- ¿Me das una limosna hermano?
- Limosnas no. Puedo darte de éste pan y señalarte un camino.
-¡ He andado por tantos! ... agregó el mendigo con voz cansada.
- Es que sólo hay uno y ese no lo conoces. Quieres venir?
- Síguelo tú, iluso...
- La Verdad no es ilusión.

El caminante siguió avanzando. Más adelante encontró a un ciego que le habló así:

- Estoy sin luz y hace mucho que anhelo ver.
- Come de mi pan y sígueme.

Y el ciego sintió que veía y que frente a sus ojos, antes apagados se extendía un camino maravilloso.

- Voy contigo - exclamó radiante de alegría.
- Acostumbra primero tus pupilas a la Luz, porque podría deslumbrarte.
- Dame de tu pan - susurró una voz próxima a él.
- ¿Quién me lo pide?
- Un Alma.
- Toma y repártelo.

El nuevo caminante se le unió en la marcha y juntos recorrieron otro trecho.

- ¿Me das un poco de pan? - imploró alguien

El buen caminante se apresuró a complacer al que pedía; en tanto el otro guardó su pan pensando que así tendría más que aquel que se había mostrado tan caritativo. Pero he aquí que al querer reanudar la marcha, tropezó contra una piedra y cayó.

- ¡Esta piedra tiene la culpa! - dijo enfadado
- Dices así porque no has comprendido. Cada piedra, cada obstáculo que se alza en el camino, es una lección que debes aprovecharle contestó el caminante. Luego le ayudó a levantarse, le curó la herida, le dio aún más pan y continuaron avanzando. Mas al rato, el egoísta volvió a pedir:

- Dame más pan que se me acabó.
- Al que más da, más le será dado; al que no da, lo poco que reciba le será quitado.

Así dijo el caminante al egoísta y siguió andando y andando.

La Senda era cada vez más recta, la carga menos pesada, los pasos más firmes. Algunos de aquellos a quiénes había ayudado, pasaban a su lado y le ayudaban a su vez. Y siempre detenía sus pasos para socorrer a los peregrinos que se desviaban y se perdían en las tinieblas. Observaba que adquiría nuevas fuerzas, que el peso de su mochila disminuía y sentía como si en lugar de ella fueran creciendo alas a su espalda.

- ¿Hace mucho que caminas? - le preguntó una voz.
- Hubiera caminado mucho más aún de no encontrar la Senda.

A cada flaqueza, a cada tropiezo, levantaba los ojos y veía la Luz del Palacio. Y sentía el caminante que nuevas corrientes de energía le fortalecían, y seguía andando y andando en busca de la Verdad que brillaba allá lejos, por encima de los montes, mas allá de los picos más altos.

Y así, dándolo todo, rehaciéndose de las fatigas, llegó un día al Palacio de la Luz...

¡Gracias! - le dijo a su Alma...

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