Amar Sin Sufrir...


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@LADY_SWEET39

22/03/2006#N8719

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A todos los hombres y mujeres les gusta alimentar su costado romántico. En algún lugar todos comprendemos el sentimiento que lleva al caballero de la literatura épica, que todas las noches recita su amor bajo la ventana de la alcoba de su amada, o “la loca” de la canción de Maná, que espera a su amante vestida de novia en el muelle de San Blas, o la archiconocida Penélope, que con su vestido de domingo, aguarda eternamente a su amado. A pesar del largo camino que hemos recorrido, en el mundo moderno sufrir de amor es todavía un valor ¿O será que somos presos de los ideales de siglos pasados? Algo de eso hay. “Cuando pronunciamos la palabra ‘amor’ evocamos al romanticismo casi como un reflejo, hasta el punto de que todavía para muchos ‘enamorado’ y ‘romántico’ son sinónimos. Esto indica que aún vivimos el amor impregnado por el ideal romántico, que se complace con sus padecimientos, que no busca satisfacerse, más bien teme la felicidad o no cree en ella”, responde la licenciada Mirna Marcoff, psicóloga clínica, terapeuta familiar de la Fundación Familias y Parejas, integrante del Equipo de Parejas, asistencia e investigación.

¿Masoquismo o mera confusión?
Ahora bien, el amor moderno, ¿también duele? “Amar es exponerse, otorgar a otro –o permitir que otro adquiera– importancia privilegiada para uno. Si el otro es importante para mí y no corresponde a mis sentimientos, seguramente me hará sufrir. Entonces, ya que el encuentro es por definición gozoso, el sufrimiento en el amor se produce en los desencuentros. Pero una cierta cantidad de desencuentros en el amor son inevitables: es imposible que la pareja brinde todo, y siempre, lo que uno espera en el momento en que lo espera. Muchas veces no puede, no sabe o no quiere, y esto es normal. Así es la vida: a veces hay logros y otras, fallos”, considera Irene Loyacono, psicóloga, directora del Centro de Terapias con Enfoque Familiar –CeTEF–. Pero ¡ojo! Buscar sufrir por amor, y que el otro miembro de la pareja se entere, puede convertirse también, en una forma de extorsión. “Seguiría la lógica: ‘si yo sufro, adquiero derecho a ser atendido por ti”, explica Loyacono.
Que la pareja no es un sendero de rosas, está claro, pero, ¿Por qué vinculamos cotidianamente amor con sufrimiento? “Porque confundimos amor con enamoramiento”, alega el psicólogo y escritor Walter Riso. “El amor es más que un sentimiento romántico, pasional. Nos apegamos fácil a las sensaciones de Eros y entonces creamos miedos. Toda adicción genera sufrimiento y en el fondo, tal como decía Krishnamurti –el orador, educador y escritor nacido en India–, corrompe. El amor completo no es perfecto, y requiere de philia –amistad de pareja– y ágape –compasión, ternura–. No hay amor interpersonal incondicional. Cuando creamos el mito de la felicidad conyugal, del amor eterno, chocamos con la realidad y sufrimos. ¿Qué amor se puede disfrutar? El amor realista y libre de irracionalidad, es decir, Eros y algo más”, asegura el autor de Ama y no sufras, que lleva vendidos más de un millón y medio de ejemplares en España y América Latina.
Loyacono complementa diciendo: “El amor no se crea en un instante como sucede con el enamoramiento, sino que se va construyendo y reconstruyendo todo el tiempo que dura la relación, conservándose y cambiando, a través de pruebas y errores, encuentros y desencuentros, concesiones y firmezas. Sin estos procesos, el amor se seca, muere o se transforma en costumbre”.

Amores que matan,
cariños que duelen
Que los hay, los hay. Marcoff afirma que “muchas relaciones amorosas son productoras de placer, disfrute, reconocimiento mutuo, en cambio otras ‘matan’ o ‘producen dolor’ cuando congelan o anulan aspectos de uno u otro de los participantes del vínculo, y aun el vínculo mismo”. A esto, la directora del CeTEF, añade: “Los amores que llevan a la abnegación extrema, que es una negación de sí mismo, matan en sentido metafórico y a veces en sentido literal. Si bien el buen amor es generoso, hay amores contaminados de masoquismo en los que la balanza se inclina siempre para el mismo lado. Cuando los tiempos, el trabajo, los gustos, las preferencias, las dificultades, las necesidades, los placeres de un miembro de la pareja predominan sistemáticamente sobre los del otro, algo anda mal. Por otra parte, los amores de tinte sádico, contaminados con control, sofocan metafórica, y a veces literalmente, a quien los recibe. Mientras un buen amor nutre, enriquece, construye, el mal amor daña, consume, destruye. Por eso habrá que ser cuidadosos en la elección”.
Pero, ¿cómo hacer para que la vida de a dos abunde en situaciones placenteras? “Hoy, el encuentro de dos ya no es esencialmente la pasión que invita a la pareja a recluirse en la intimidad de la alcoba, sino que comienza a emerger en otras formas, como es la figura del compañero con el que se constituye un vínculo, ese otro con quien se decide enfrentar las vicisitudes de la vida, tanto el disfrute como la dificultad o el sufrimiento”, reflexiona Marcoff.
Otra clave para no sufrir en el amor, es mantener a salvo las individualidades, y no “perderse en el otro”. “Hay que dejar el ‘ser para el otro’ y reemplazarlo con el ‘ser para sí’, como decía la filósofa francesa Simone de Beauvoir. Amor de ida y vuelta, recíproco, solidario, de dos egoísmos inteligentes. Hablamos de un amor digno, que respeta la autonomía, donde los intereses personales no deben sacrificarse siempre y necesariamente”, se explaya Riso, quien agrega que una relación de pareja sin amistad es como querer tener un techo sin paredes. Ya lo decía el profesor Aaron Beck, padre de la terapia cognitiva–: ‘con el amor no basta’. “Para una relación amorosa dichosa hacen falta también compromiso, inteligencia, paciencia y habilidades para comunicar y negociar acuerdos. Solo mediante trabajos y cuidados, la pareja será un ámbito placentero y nutricio. Si aceptamos el envite, encontraremos las rosas que brinda la pareja estable: el sexo con amor, la intimidad compartida, el compañero de ruta confiable, el lugar de privilegio, la fortaleza de ser un equipo”, concluye Loyacono.

La vida de a dos tiene sus espinas, pero, ¿qué rosa no la tiene? Los especialistas acuerdan: lo importante es que la balanza se incline siempre hacia la felicidad y no hacia el sacrificio y el esfuerzo; más propio de una relación amo-esclavo que de un vínculo de pares que deciden compartir la vida juntos para ser felices, comer perdices, e inevitablemente sufrir en las dosis más bajas que sea posible, los altibajos de la vida en común. Un combo del que nadie que se anime al amor escapa.

 

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