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Escrito por
@ROBMUN

01/02/2007#N13716

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- A Cabo Corrientes, por favor. - Le indicó Juan al taxista, al ascender cerca del centro.
- ¿Baja del lado de la costa o en la vereda de enfrente?
- Del lado de la costa -
Durante el viaje permanecieron en silencio. Inconcientemente Juan volvió a plantearse las mismas dudas que le surgieron en su Rosario natal, cuando le contaban sobre la majestuosidad del mar, su belleza infinita, esa sensación misteriosa de paz, serenidad y a la vez de temor que produce su cercanía.
- ¿Será tan así? - Se preguntaba.
Hacía apenas dos horas que había llegado a Mar del Plata. Su plan era instalarse, ni bien llegara, en la pensión que le habían recomendado, cerca de plaza Rocha, descansar, y recién al día siguiente acercarse a la orilla del mar.
Pero su curiosidad pudo más.
- Ya llegamos. - Dijo el taxista.
- ¿Me puede esperar unos minutos, por favor?
- Si, por supuesto... ¿Le ayudo?
- No, gracias, yo me arreglo.
Cruzó la vereda, y al llegar al muro tocó las piedras antes de sentarse, las notó ásperas y humedas.
Orientó su rostro hacia el mar. El viento frío del sur hizo que la humedad que producían las olas al romper contra las rocas, le mojara la cara y las manos. Aspiró profundo para sentir el aroma salobre. El ruido de las olas le pareció ensordecedor, sólo el graznido de alguna lejana gaviota, lo hacía más humano. Cada tanto escuchaba las voces de la gente que pasaba por el lugar o el sonido que producían los autos en la calle, pero el rugido del mar siempre se imponía, le pareció omnipotente.
Sintió un raro estremecimiento.
- ¡Era cierto! - Exclamó, como si alguien lo escuchara.
Tomó nuevamente su bastón blanco y se dirigió hacia el taxi para regresar.

 

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