INVASIONES INGLESAS CAPITULO 1º PRIMERA INVASION


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@ZARKOZY

13/07/2010#N32442

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INVASIONES INGLESAS 1806 CAPITULO 1º Antecedentes y preparativos PRIMERA INVASION  JUNIO 1806
En abril de 1806, la flota del Comodoro Home Popham aprovechó la circunstancia de que España había sido derrotada en el mar por Inglaterra y se encontraba aliada a Napoleón para aventurarse sobre el Río de la Plata.
Queda así resuelto el ataque a Buenos Aires. Zarpan de Ciudad del Cabo los barcos llevando más de 1.000 soldados entre los que se encuentran los efectivos del aguerrido regimiento escocés 71.DE Hightlanders  El comandante es el gral Guillermo Carr Beresford, veterano de muchas campañas y hombre indicado para intentar el plan.
La fragata "Leda" se adelanta al grueso de la flota y navegando hacia las costas americanas con la misión de reconocer el terreno. Esa nave es la que delata, en la Banda Oriental, la presencia inglesa a las autoridades del Virreinato.
 
Popham y Beresford reúnen a los jefes a bordo de la fragata "Narcissus", para tomar la resolución definitiva acerca de cuál será el objetivo de ataque: Montevideo, por las poderosas fortificaciones que serán de gran utilidad para la reducida fuerza invasora, si se produce una violenta reacción de la población del Virreinato o Buenos Aires donde se encuentran depositados los caudales reales destinados a ser enviados a España. Al principio se pensaba que se podria tratar de piratas que tenian planeado atacar Buenos Aires y por muchos dias se creyo en esa posibilidad.
Cuando se descubre que Los barcos ingleses se dirigen hacia Ensenada. Sobre Monte, al recibir el informe, ordena inmediatamente el envío de refuerzos a la batería de ocho cañones emplazada en la Ensenada y designa al oficial de marina Santiago de Liniers para que se haga cargo de la defensa de la posición. Liniers parte sin tardanza para asumir el nuevo comando.
 
 
 
Pese a la gravedad de la situación, esa noche el Virrey asiste, junto con su familia, a una función que se realiza en el teatro de Comedias para festejar el cumpleaños de su hijo político Juan Manuel Marín. Su aparente serenidad, sin embargo, pronto habrá de desvanecerse por completo. En medio de la representación irrumpe en el palco del Virrey un oficial que trae urgentes pliegos enviados por Liniers desde la Ensenada. Los ingleses, esa mañana, acaban de realizar un amago de desembarco, aproximando a tierra ocho lanchas cargadas de soldados. Abandona inmediatamente el teatro, sin aguardar a que concluya la función, y se dirige rápidamente a su despacho en el Fuerte. Allí redacta y firma una orden disponiendo la concentración y el alistamiento de todas las fuerzas de defensa. Para no provocar la alarma en la ciudad, que duerme ajena al inminente peligro, dispone que no sean disparados los cañonazos reglamentarios.
 
Comienza el desembarco
En la mañana del 25 de Junio, frente a Buenos Aires aparecen los barcos ingleses. En el Fuerte truenan los cañones, dando la alarma, y una extrema confusión se extiende por toda la ciudad. Centenares de hombres acuden desde todos los barrios hacia los cuarteles, donde se ha comenzado ya a repartir, en medio de un terrible desorden, las armas y equipos. Muchas de las municiones entregadas no correspondian a los calibres de los fusiles y pistolones repartidos y por lo cual quedaban inutilizables
Poco después de las 11, y ante la sorpresa de Sobre Monte, las naves enemigas se hacen nuevamente a la vela y ponen rumbo hacia el sudeste. El Virrey cree que los ingleses han renunciado al ataque.
Pronto, sin embargo, sale de su engaño. Desde Quilmes resuena el cañón de alarma, anunciando que allí se ha iniciado el desembarco. Al mediodía del 25 de Junio, ponen pie en tierra, en la playa de Quilmes, los primeros soldados británicos. Desde la azotea de sus habitaciones, en el Fuerte, seguía con un telescopio lo que ocurría. Sobre Monte cobró ánimo y arengó a los allí reunidos: "No hay que tener cuidado, los ingleses saldrán bien escarmentadosn.
La operación de desembarco continúa sin oposición alguna durante el resto de la jornada. Al llegar la noche, Beresford pasa revista a sus hombres bajo una fría llovizna que no tarda en convertirse en fuerte aguacero. Son sólo 1.600 soldados y oficiales, y cuentan, como único armamento pesado, con ocho piezas de artillería. Sin embargo, esa reducida fuerza está integrada por combatientes profesionales, para los cuales la guerra no es más que un oficio. Si se hubiesen tomado posiciones de defensa proximas al desembarco este hubiera sido abortado totalmente dado que los ingleses debian atravesar bañados y zonas pantanosas llenas de dificultades para su avance
Una concentración de fuego de fusileria y de cañones hubiera bastado para atraparlos causandoles una gran cantidad de bajas sin posibilidades de movimiento alguno, lamentablemente eso no hiso por falta de experiencia y el panico hiso que se quedaran casi paralizados los defensores de esta plaza.
Al amanecer, Beresford ordena a sus tropas aprestarse para el ataque. Los tambores inician su redoble, y las banderas son desplegadas al viento. Desde la barranca que enfrenta la playa el Coronel Pedro de Arce, enviado por Sobre Monte a contener a los ingleses, observa el desplazamiento de las fuerzas enemigas. Con paso acompasado, y acompañados por los aires marciales de los gaiteros, los británicos avanzan hacia el bañado que los separa de Arce y sus 600 milicianos. Estos últimos, armados con unas pocas carabinas, espadas y chuzas, se agrupan detrás de los tres cañones con los cuales se proponen rechazar el asalto británico.
 
El choque, en esas condiciones, no puede tener más que un resultado. Marchando a través de los pajonales, las compañías del regimiento 71 escalan resueltamente la barranca y, a pesar de las descargas de los defensores, entre los primeros cañonazos de los invasores y que estos comienzan a  ganar la cresta y los arrollan, hacen poner en fuga como estampida a las improvisadas fuerzas de Arce dejando abandonado en el lugar todo su equipo
A partir de ese momento el caos se desencadena en las fuerzas de la defensa de Buenos Aires, Integradas en su casi totalidad por unidades de milicianos carentes de toda instrucción militar. Falla la conducción, en la persona de Sobre Monte, quien, abrumado por la derrota de sus vanguardias, sólo atina a amagar un débil intento de resistencia en las márgenes del Riachuelo. Concentra allí tropas y hace quemar el Puente de Gálvez (actual puente Pueyrredón) que, por el sur, da acceso directo a la ciudad. Esa posición, sin embargo, no será sostenida. Ya en la tarde del mismo día 26 de Junio, Sobre Monte se entrevista con el Coronel Arce, y le manifiesta claramente que ha resuelto emprender la retirada hacia el interior.
Beresford no logra llegar a tiempo para impedir la destrucción del Puente de Gálvez, pero, el 27 de Junio, somete las posición de los defensores en la otra orilla a un violento cañoneo, y los obliga a retirarse. Se arrojan entonces al agua varios marineros y traen de la margen opuesta botes y balsas, en los cuales cruza la corriente una primera fuerza de asalto.
Sobre Monte ha presenciado, desde la retaguardia, las acciones que culminan con el abandono de la posición del Puente de Gálvez. En ese momento se encuentra al frente de las fuerzas de caballería que, con la llegada de refuerzos provenientes de Olivos, San Isidro y Las Conchas, suman cerca de 2.000 hombres. Rehuye, sin embargo, el combate, y emprende la retirada hacia la ciudad por la "calle larga de Barracas" (actual avenida Montes de Oca).
Los que no están al tanto de los planes del Virrey suponen que ese movimiento tiene por fin organizar una última resistencia en el centro de Buenos Aires. No obstante, al llegar a la "calle de las Torres" (actual Rivadavia), en vez de dirigirse hacia el Fuerte, Sobre Monte dobla en sentido contrario y abandona la capital. Su apresurada marcha, a la que no tarda en incorporarse su familia y los tesoros reales, continuará en sucesivas etapas. El cacique Carripilún reconocido como líder principal en las naciones de las pampas, puso a disposición del Virrey Sobre Monte 3000 lanceros para la defensa de la Ciudad de Buenos Aires frente a los ingleses, aunque el Virrey prefirió seguir a Córdoba.
 
Mientras tanto, en Buenos Aires reina una espantosa confusión. Desde el Riachuelo afluyen, en grupos desordenados, las unidades de milicianos que, sin disparar prácticamente un solo tiro, han sido obligadas a replegarse, después de la retirada del Virrey.
El Fuerte se convierte entonces en centro de los acontecimientos que culminarán con la capitulación. Allí se encuentran reunidos los jefes militares, los funcionarios de la Audiencia, los miembros del Cabildo y el Obispo Lué. Totalmente abatidos, después de recibir la noticia de la retirada de Sobre Monte, los funcionarios españoles aguardan la llegada de Beresford para rendir la plaza. Tienen la impresión de que, en la hora más difícil, el jefe del Virreinato y representante del monarca los ha abandonado.
Poco después de mediodía arriba al Fuerte, con bandera de parlamento, un oficial británico enviado por Beresford, éste expresa que su jefe exige la entrega inmediata de la ciudad y que cese la resistencia, comprometiéndose a respetar la religión y las propiedades de los habitantes.
Los españoles no vacilan en aceptar la intimación, limitándose a exponer una serie de condiciones mínimas en un documento de capitulación que envían a Beresford sin tardanza. Así, Buenos Aires y sus 40.000 habitantes son entregados a 1.600 Ingleses que sólo han disparado unos pocos tiros.
 
A las 4 de la tarde desembocan en la Plaza Mayor (actual Plaza de Mayo) las tropas británicas, mientras cae sobre la ciudad una fuerte lluvia. Los soldados ingleses, a pesar de su agotamiento, desfilan marcialmente, acompañados por la música de su banda y sus gaiteros. El general Beresford trata de dar la máxima impresión de fuerza y ha dispuesto que sus hombres marchen en columnas espaciadas. La improvisada artimaña, empero, no puede ocultar a la vista de la población el reducido número de las tropas invasoras que se presentan ante el Fuerte.
El General británico, acompañado por sus ofíciales, hace entonces entrada en la fortaleza, y recibe la rendición formal de la capital del Virreinato. Al día siguiente, flamea ya sobre el edificio la bandera inglesa. Durante cuarenta y seis jornadas, la enseña permanecerá allí como símbolo de un intento de dominación que, sin embargo, no llegará a concretarse.

 

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