YO FUI PATOVICA


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Escrito por
@OILIMEYER

01/03/2007#N14133

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En las noches de los viernes y de los sábados yo dormía dentro de un bafle. Vivir en la planta alta de un boliche de fin de semana, significaba coexistir con las conversaciones, los grupos musicales, el karaoke y cualquier fenómeno acústico que proviniera desde abajo.
Era una casa antigua. Mi dormitorio tenía de ese tipo de techo alto, que te hace sentir casi a la intemperie, y al cual yo conocía de memoria. Mi pieza era una muy eficiente caja de resonancia.
Aparte de la música y los ruidos del boliche, existía otra razón para perder el sueño: yo estaba sin trabajo y en esas circunstancias, todo se torna más frío, más húmedo, más ruidoso, más molesto.
Una tarde oscura de viernes de julio, me crucé con el dueño del bar, que se encontraba en plenos preparativos para la noche. No éramos amigos ni éramos enemigos. Las razones no alcanzaban del todo para ninguna de las dos relaciones. Si algo compartíamos además de los ruidos, era el tanque de agua en común y el contador de la electricidad. Esto nos obligaba a mantener un trato cordial de consorcistas, y cruzar alguna que otra palabra cuando nos topábamos en la vereda. Pero ese viernes me sorprendió al preguntarme sin rodeos, si me interesaba cubrir una vacante de “portero” para esa misma noche y noches sucesivas.
Ser portero de un boliche como ése, implicaba estar en la puerta y cobrar la entrada, ordenar el ingreso e incluso desalentar al elemento “a priori” indeseable. Luego debía pasar al interior del bar, alternando afuera y adentro, con mi compañero de tareas. Adentro la tarea consistía en imponer una imagen de persuasión ante cualquier germen de felonía: gritos, moverse peligrosamente, quemar cosas, drogarse en los baños, tocar culos sin invitación, etc.
Yo había estado elaborando, durante toda la tarde, mi mejor cara de malo con experiencia. Recurrí a mi memoria cinematográfica, imaginando posturas, reacciones óptimas y gestos eficientes de actores recios, como para terminar de construir el personaje que en un rato, debería presentarse a trabajar.
A las 23 hs. bajé de mi altoparlante amueblado y caminé los nueve metros que separaban mi puerta de calle de la del bar, situada justo en la ochaba sudeste de San Lorenzo y Laprida. Allí me encontré con el que sería mi compañero, mi partener, mi “socio” en el duro arte de infundir autoridad y respeto, pareciendo más duros que el más duro, pero sin hacer ningún alarde de ello, y además, por si fuera poco, pasar lo más desapercibido posible.
Nos quedamos los dos en el umbral de la entrada, por orden expresa del dueño. El local estaba aún vacío, y se esperaba que empezara a caer gente de un momento a otro. Yo miraba de reojo a mi compañero, preguntándome si esa cara que tenía, era así o la trabajaba a propósito. Realmente parecía muy malo y eso era algo que me provocaba una bizarra sensación de seguridad y tranquilidad. Yo me había puesto mi campera de cuero y mis gafas oscuras, gracias a las cuales tenía una perspectiva muy parcial de lo que acontecía a mi alrededor. Pero a mí me parecía que me daban un toque siniestro, que aportaba a la imagen que debíamos transmitir.
Pasaron como dos horas, en las que los diálogos con mi nuevo amigo se limitaban a frases de dos o tres palabras. Estando casi a orillas del río y en una bocacalle, el viento helado venía de todos lados y chocaba con nosotros en esa esquina. Para mi sorpresa, este tormento de frío y mala conversación, que yo padecía por estar allí abajo, competían en intensidad, con el martirio sonoro de estar arriba en mi habitación. Al parecer, no tenía escapatoria. Al menos, estando allí abajo ganaría algunos billetes.

Trabajé de “patova” dos fines de semana más. En todo ese tiempo, el único incidente que tuve que manejar fue cuando un pibe le prendió fuego a uno de esos ceniceros descartables de aluminio. En realidad, no estoy seguro si no pasaron más cosas o es que yo ni me di cuenta. Ya para la última noche en que trabajé, mi “socio” y yo habíamos llegado a entablar charlas de hasta cinco palabras por cabeza, entre pucho y pucho.
Pasaron algunos meses de la vida, y un sábado en que volvía a casa tarde, distinguí en la puerta del bar a dos moles custodiando el ingreso. Uno de ellos, era mi excompañero. Se me ocurrió acercarme a saludarlo y también al dueño, que se encontraba adentro. Mi rostro dibujó una genuina sonrisa y estiré mi mano para saludar. La respuesta de mi amigo fue: “¿Adonde va? ¡Todavía no se puede pasar!”. Mi conclusión fue que no me reconoció porque no llevaba las gafas oscuras. Yo no hice ningún otro intento de hacerme conocer. ¿Para qué? Por ahí, no me reconocía en serio.
Ya no vivo en la planta alta de la esquina de San Lorenzo y Laprida. He visto que ahora hay un restorán que se llama “Rachel’s” (como mi hermana). Para el que habite la parte de arriba, las noches de fin de semana transcurrirán sin demasiadas estridencias que suban desde la planta baja. Podrá dormir bajo este techo alto sin necesidad de contar y recontar las vigas que lo atraviesan. Lo que seguramente percibirá es un terrible olor a comida.

 

Comentarios

@QUIQUERAF

01/03/2007

OILIMEYER: no solo nos alegrás el dia en las mentadas frases, veo que además nos mostrás tus conocimiento literarios.Me encanto lo que escribiste, está todo dentro de la realidad....muchos amigos dejan de conocernos ....a pesar de todo.-Te felicito.-  
@CAROFM

02/03/2007

Excelente! Tiene un poco de todo: humor, descripción, realidad... Y todo muy bien logrado. ¡Me encantó!  
@OILIMEYER

02/03/2007

Gracias Quique; gracias Andrea; gracias Caro. Son demasiado generosos. Cariños.  
@OLIVOSCITY

02/03/2007

San Lorenzo y Laprida? Cúal ciudad??? No traje el GPS  
@OLIVOSCITY

02/03/2007

Era pendejito como ahora............siempre me gustó la música y de repente de pasar a acostarme (mamá mediante) a la 22 hs pase a acostarme tipo 6 am ó más. Ser DJ significaba en 1969/1971 cargar con bolsos y valijas llenos de discos de vinilo (se dice vinilo no?) o de pasta (como más le guste a las gentes). Eramos 3 "socios" con otros pibes de Guadalupe en Palermo, yo tenía los discos (todavía los tengo) era el Disc Jockey y los otros dos tenían los equipos y eran los "financistas". Alternaba esto con una bandita musical (tocaba el bajo y en alguna oportunidad los teclados). Esto da para otra historia. Lo cierto que una noche nos invitan a "pasar" música en una fiesta paquetísima en Belgrano (era de 15?). Desde el comienzo de la reunión la piba de los 15? empezó: Esto me gusta, esto no me gusta, no pases este tema, pasá este....repetí este, mientrás tanto se me iba hinchando la vena.... Para hacerla corta...........cuando me inflé, puse "Cambalache" por Julio Sosa, y ahí se acabó nuestra actuación. PS: ..........................  

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