CANAPÉS DE GANSO

—¿Qué has escrito últimamente, Boris? —pregunté sin demasiado interés.
—Estoy trabajando desde hace un tiempo para una editorial. ¿No lo sabían? Me hice cargo del departamento de corrección y además, bueno, eh… me publican una novela al año.
—¡Eso es excelente! ¡Te felicito! —exclamó casi gritando Gregory— Yo estoy a punto de firmar con una compañía cinematográfica. Quieren adaptar para una película mi último libro. Por supuesto que yo realizaré el guión. En fin… ¿Y vos Emil? ¿Qué estuviste haciendo estos últimos seis años? —me preguntó, como para cerrar el círculo (o el triángulo)—. ¡Seis años! ¡Cuánto hacía que no nos veíamos! —se calló y me miró como para atajar la respuesta.
—Yo no he hecho nada —y mis dos interlocutores realizaron gestos de sorpresa—. No he escrito una sola palabra en los últimos cinco años.
—¿Nada de nada? —reaccionó Boris, incrédulo—. ¿Cómo puede ser posible?
—Es que me he dedicado exclusivamente a leer. No a escribir. Sólo a leer.
—¿Y a leer qué?
—A leer. Tan simple como suena —los ceños, ahora, se estaban frunciendo—. He leído de todo y sobre todo: historia, dramaturgia, sociología, arte. Incluso biología, química, esoterismo…Hasta un curso audio perceptivo de inglés y otro de alemán. Y muchas cosas más…
Mis dos amigos se quedaron como a la espera de que siguiera enumerando rubros. En lugar de hacer eso, inquirí:
—¿Y ustedes? ¿Qué han estado leyendo últimamente?
Justo en ese momento, antes de que Boris y Gregory dijeran algo, o no dijeran nada, se plantó el mozo, con la carta en la mano, y preguntó:
—¿Desean beber algo, antes de ordenar?
Deliberamos casi catorce segundos y encargamos un Margarita y dos Martini secos.
—Lo tuyo es admirable, Emil —retomó Gregory lo que amenazaba ser tema de debate—. ¿Pero cómo puede uno estar sin escribir tanto tiempo?
El mozo posó las bebidas junto a una pequeña bandeja con canapés.
—Somos es-cri-to-res. ¿O no? —aportó Boris, sorbiendo su Martini.
—Si —dije—. Somos escritores cuando escribimos; somos lectores cuando leemos; somos bebedores cuando bebemos…
—¡Eh! Esperá, Emil. Que yo sepa, no nos ganamos la vida ni bebiendo, ni leyendo, tampoco cuando caminamos y nos convertimos, según vos, en caminadores, o en el “ores” que se te ocurra. ¿O no, Greg?
Gregory no apoyó el comentario de Boris, pero preguntó:
—¿Cuál es tu punto, Emil?
—Mi punto, o mi punto y coma…—no se sonrieron— es que ganaría más yo, dedicándome a tomar lo que ya estaba escrito en el mundo, de lo que iría a ganar el mundo con lo que yo fuera a escribir. Por eso es que me estuve dedicando sólo a leer.
Con un tremendo silencio de fondo, Boris y Gregory miraron sus copas, las apoyaron sobre la mesa, y se reclinaron en forma simultánea contra sus respaldos. Parecía como si hubiesen estado ensayando una coreografía del desencanto.
El mozo llegó justo a tiempo, para cortar la nube espesa que se había condensado frente a nosotros. Tomó los pedidos del almuerzo y prosiguió con su gestión, camino a la cocina.
—A ver, amigos —intenté retomar—. ¿Ustedes por qué o para qué escriben?
Cruzaron miradas entre ellos, tratando de convenir el orden en el que responderían.
—Yo escribo porque me gusta. Porque para eso me he preparado y porque de eso es de lo que vivo —argumentó Boris.
—Lo mismo digo yo. ¿Hay algo malo en eso? —se defendió Gregory.
—Pues bien —tiré el guante—, supongo que a ninguno de ustedes le interesa escribir para aportarle algo nuevo a la gente que los lee, y por lo que escuché, tampoco les motiva el posible reconocimiento del lector. ¿O me equivoco?
—¡Vamos, Emil! ¿No será que te encontrás un poquito frustrado? —me apuntaron.
—¿No serán mucho cinco años de improductividad? —me dispararon.
—Esta bien muchachos. Por favor, no se calienten. Puede ser que tanto tiempo sin escribir, me haya puesto un poco tenso. Pero escribir basura por cinco años, me hubiera puesto de idéntico humor.
—¿Escribir basura? ¿Y quién carajo es nadie para hablar de basura? Lo que YO escribo, si lo escribo, no es BA-SU-RA.
—¿Cómo estás tan seguro, Boris?
—¡Porque PARA MÍ no lo es! Y punto.
A todo esto, Gregory parecía un árbitro de tenis. Alzó la mano y llamó al mozo.
—¿Y el resto de los que te leen? —insistí— ¿Su opinión no te importa?
—¿Y a vos, qué? ¿A vos te importa, acaso? Si te importara tanto, no hubieses privado de tus maravillas, durante tanto tiempo, a tus lectores.
—Es que para serles franco, a mí me interesa mucho lo que opinen mis lectores, me incentiva el ensoñar con el reconocimiento, y obviamente, además, no vivo de esto —me sinceré—. Si lo que pudiese llegar a escribir, se me antoja inútil, vacío, superfluo, sin nada que valga la pena enseñar: prefiero aprender.
Boris me vomitó:
—¡Sos un cagón!
Gregory, con sonrisa socarrona, le preguntó al mozo, atento desde hacía un rato, qué opinión le merecía esta discusión. A lo que contestó de muy buen grado:
—Querer escribir no te convierte en escritor; ser escritor no significa que tengas algo importante que decir; y leer mucho y saber muchas cosas, no te transforman necesariamente, en una mejor persona —dejó la cuenta y se apresuró a atender otra mesa.
Cada uno dejó la suma de su consumición, bajo la respectiva copa vacía. Luego, nos levantamos en silencio y salimos caminando como en cámara lenta.
Ninguno de los tres, le dejó al mozo propina.

 

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