EL MILLONARIO INSTANTÁNEO (MARK FISHER)


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Publicado por
@CECILYA

18/01/2010#N30287

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REALMENTE NO CREO CASI NADA EN LOS LIBROS DE AUTOAYUDA, PERO ESTE CAPÍTULO 8 DEL TEXTO ENUNCIADO, DEL CUAL TRANSCRIBO LA ÚLTIMA PARTE A MI JUICIO SÍ BRINDA UNA OPORTUNIDAD PARA REFLEXIONAR SOBRE TODO EN LA ACTUALIDAD EN QUE LOS MEDIOS MOVILIZADOS POR EL PENSAMIENTO ÚNICO EJERCEN UNA INFLUENCIA DESVASTADORA SOBRE NUESTRAS MENTES, SI ALGUIEN DUDA VEAMOS NUEVAMENTE EL VIDEO DEL TAXI QUE PUBLICÓ TU DIOXA.....CECILYA

"El tema del libro es un joven que concurre a visitar a un anciano millonario que le dará los secretos para enriquecerse"

"""El joven hizo lo que le pedían. Volvió a su habitación, cerró la puerta y comenzó a buscar el folleto en el escritorio. No había folleto alguno. Sin embargo, encontró una carta que, al parecer, estaba dirigida a él, aunque su nombre no estaba escrito en el sobre. En cambio, en letras muy claras ponía: CARTA A UN JOVEN MILLONARIO.
La abrió. La carta tenía una sola palabra en tinta roja: ADIÓS. Estaba firmada: El Millonario Instantáneo.
El corazón del joven comenzó a agitarse en su pecho, y en aquel momento, oyó un sonido. Se dio la vuelta y vio una computadora que no había visto antes. Alguien debía haberla puesto allí durante su ausencia. La impresora estaba funcionando. Se acercó a la máquina y comenzó a leer el texto. Era una sola frase que se repetía una y otra vez:
LE QUEDA UNA HORA DE VIDA
LE QUEDA UNA HORA DE VIDA
LE QUEDA UNA HORA DE VIDA
LE QUEDA UNA HORA DE VIDA
Si se trataba de una broma, era de muy mal gusto. Sin embargo, tenía que tratarse de una broma. ¿Por qué querría verle muerto el Millonario Instantáneo? El joven no le había hecho nada. Pero todo era tan extraño en ese lugar. Tal vez el millonario era un loco, que ocultaba sus tendencias asesinas tras un manto de falsa bondad.
El joven estaba sumamente confundido. Sólo tenía una cosa clara: se tratara o no de una broma, no estaba dispuesto a correr riesgos. Se iba a escapar, se olvidaría del cheque, del secreto y de las teorías mágicas que el millonario había empleado para engañar a su ingenuo visitante.
Dejó caer la carta al suelo y fue hasta la puerta, pero estaba cerrada con llave. Le sobrecogió el pánico. Comenzó a tirar furiosamente del picaporte, tratando de forzar la puerta, pero sin ningún resultado. Esta vez, el millonario había ido demasiado lejos.
 
El joven fue preso de la más completa desesperación. Corrió hasta la ventana y vio al millonario trabajando en su jardín, Sin detenerse a considerar si lo que hacía tenía el menor sentido, comenzó a gritar con toda la fuerza de sus pulmones. Nadie le respondió. Gritó todavía con más fuerza. Una vez más, nadie le respondió. ¿Es que el millonario se había vuelto sordo? No parecía haber tenido problemas para escucharle cuando estaban juntos. Entonces el mayordomo apareció en el jardín. El joven le llamó con gritos histéricos. Pero era como si estuviera clamando en el vacío.
¿Qué clase de horrible pesadilla estaba teniendo? No era posible que los dos se hubieran vuelto sordos. Volvió a llamar. Apareció otro sirviente, unos pocos pasos atrás del mayordomo. El tampoco pareció escuchar en absoluto los gritos de ayuda del prisionero. El joven se desesperaba más y más, a medida que pasaban los minutos. Este, sin lugar a dudas, era un insidioso y bien pensado plan, y él había caído directamente en manos del enemigo.
Volvió a pensar en la posibilidad de escapar a través de la ventana como había hecho la primera vez que lo habían encerrado. Pero esto aún parecía demasiado arriesgado. Se rompería la crisma. De pronto, vio el teléfono. ¡Vaya idiota que era! ¿Cómo es que no lo había pensado antes? ¿A quién llamaría? ¿A la policía? ¿Qué pasaría si en realidad todo estaba bien y ellos le acusaban de ser un mentiroso?
Marcó el número de información. La telefonista tenía una voz muy extraña, pero cuando le dijo que quería comunicarse con la comisaría de policía más cercana, le dio el número. Lo marcó rápidamente, pero escuchó la señal de ocupado. ¡Qué sonido tan desagradable! Volvió a marcar. Todavía ocupado. Ciertamente, éste no era su día. Lo intentó una vez más. De repente, se dio cuenta de que el número que estaba marcando lo tenía delante de sus ojos, no porque él lo hubiera anotado, sino porque correspondía al teléfono que estaba utilizando. Estaba llamando a su propia habitación. ¡Le habían engañado!
Una vez más intentó forzar la puerta, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Así que volvió a la ventana. Entonces, vio a un hombre que se acercaba a la casa. Iba vestido con una amplia capa negra y un gran sombrero de alas anchas. El joven estaba casi sofocado por el terror. ¿Podría tratarse de un asesino a sueldo que venía a matarme? Estaba atrapado como una rata. Iba a morir. No tenía forma de escapar.
Muy pronto, pudo escuchar unos pasos que se acercaban lentamente a la puerta. Estaba en lo cierto. Finalmente, había llegado su hora. Se apartó de la puerta, buscando a izquierda y derecha algo con qué defenderse. Escuchó cómo giraba la llave en la cerradura. Se movió el picaporte y se abrió la puerta. Allí, de pie en el umbral había una sombra deformada y oscura, que rápidamente se transformó en la figura de un hombre. En un primer momento, éste no dijo ni palabra. Simplemente, permaneció allí, inmóvil, como una estatua. De pronto, metió una mano en el bolsillo. El joven pensó que iba a sacar un arma. En cambio, el inquietante y misterioso desconocido sacó una carta. Al mismo tiempo, levantó el ala de su sombrero y el joven, completamente hipnotizado, esperando sin aliento lo peor, vio la cara del millonario que resplandecía de malicia.
-Ha olvidado usted su carta en el jardín -dijo el Millonario Instantáneo, cuyo disfraz ahora le parecía muy divertido al joven, superados ya sus temores-. ¿Ha encontrado el folleto del que le hablé?
-No, no lo he encontrado. En cambio encontré esto -replicó el joven, ahora ya completamente tranquilizado por el amistoso tono de voz del anciano.
 
Se agachó y recogió la carta del suelo.
-¿Cuál es el significado de toda esta grotesca farsa que acaba de interpretar? -quiso saber el joven-. Podría demandarlo si...
-Pero... si no son más que palabras, unas pocas palabras escritas sobre un trozo de papel. ¿De verdad que me llevaría ante los tribunales por un insignificante trozo de papel? ¿No me había dicho usted que no creía en el poder de las palabras? Mire usted el estado en que se encuentra...
El joven comprendió de pronto a qué se refería el millonario.
-Yo sólo quería darle una rápida lección. La experiencia enseña mucho mejor que la mera teoría. Para decirlo en pocas palabras, la experiencia es vida. ¿No era ésta la filosofía de Goethe? Gris es el color de la teoría; verde el color del árbol de la vida. ¿Comprende ahora el poder que tienen las palabras? -prosiguió el anciano-. Y otra cosa: su poder es tan grande que ni siquiera necesitan ser verdad para que tengan efecto sobre la gente. Le aseguro que en ningún momento he tenido ninguna intención criminal contra usted.
-¿Cómo iba yo a saberlo? -exclamó el joven, que se iba tranquilizando poco a poco.
-Podría haber empleado su cabeza para pensar un poco. ¿Por qué demonios hubiera querido yo matarle? Usted jamás me ha hecho ningún daño. E, incluso si me lo hubiese hecho, jamás hubiera deseado tomarme la venganza. Todo lo que deseo es ser libre de cuidar mi rosaleda, que es sólo un pálido reflejo del hermoso jardín que me aguarda. Usted tendría que haber confiado en su sentido lógico. Sin embargo, ¿se ha dado cuenta de la poca fuerza que tiene la lógica en una situación como ésta? Cuando usted nos llamaba desde la ventana del dormitorio, y nosotros simulábamos no oírle, usted estaba realmente desesperado. El error que cometió no fue leer la amenaza, que era pura invención, sino creérsela. Al hacerlo, obedeció instintivamente a una de las grandes leyes que gobiernan la mente humana. Cuando la imaginación y la lógica están en conflicto, la imaginación invariablemente es la que triunfa. Su gran equivocación fue desesperarse por una amenaza que ni siquiera estaba dirigida a usted.
El millonario se acercó entonces a la impresora, la detuvo y arrancó la hoja de papel. Se la enseñó al joven, que se quedó pasmado al comprender que la amenaza no tenía nada que ver con él. Al comienzo de la página estaba escrito un nombre: GEORGE STEVENS. El joven se sintió avergonzado. Se había dejado llevar por la desesperación a causa de algo que sólo era fruto de su imaginación.
 

 

Comentarios

@LUDAVITO

18/01/2010



Yo si creo en varios libros de autoayuda y éste, verdaderamente no lo he leído pero  esta parte que presentás me gustó muchísimo.

Gracias; el planteo me pareció muy interesante.

Luis Daniel  
@CECILYA

18/01/2010



Luis Daniel, aclaré que no creo, porque no me parecen una solución mágica, soy mucho más defensora del Psicoanálisis, es mi punto de vista simplemente, pero eso no significa que no haya leído algunos, además de todos extraemos pensamientos interesantes y enseñanzas, .Gracias por tu comentario-Cecilya