DISCULPEN LA MOLESTIA


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Publicado por
@ALICIA65Z

26/10/2010#N33757

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Disculpen la molestia

Por Eduardo Galeano



Quiero compartir algunas preguntas, moscas que me zumban en la cabeza.



¿Es justa la justicia? ¿Está parada sobre sus

pies la justicia del mundo al revés?



El zapatista de Irak, el que arrojó los zapatazos

contra Bush, fue condenado a tres años de cárcel.

¿No merecía, más bien, una condecoración?



¿Quién es el terrorista? ¿El zapatista o el

zapateado? ¿No es culpable de terrorismo el

serial killer que mintiendo inventó la guerra de

Irak, asesinó a un gentío y legalizó la tortura y mandó aplicarla?



¿Son culpables los pobladores de Atenco, en

México, o los indígenas mapuches de Chile, o los

kekchíes de Guatemala, o los campesinos sin

tierra de Brasil, acusados todos de terrorismo

por defender su derecho a la tierra? Si sagrada

es la tierra, aunque la ley no lo diga, ¿no son

sagrados, también, quienes la defienden?



Según la revista Foreign Policy, Somalia es el

lugar más peligroso de todos. Pero, ¿quiénes son

los piratas? ¿Los muertos de hambre que asaltan

barcos o los especuladores de Wall Street, que

llevan años asaltando el mundo y ahora reciben

multimillonarias recompensas por sus afanes?



¿Por qué el mundo premia a quienes lo desvalijan?



¿Por qué la justicia es ciega de un solo ojo? Wall

Mart, la empresa más poderosa de todas, prohíbe

los sindicatos. McDonald’s, también. ¿Por qué

estas empresas violan, con delincuente impunidad,

la ley internacional? ¿Será porque en el mundo de

nuestro tiempo el trabajo vale menos que la

basura y menos todavía valen los derechos de los trabajadores?



¿Quiénes son los justos y quiénes los injustos?

Si la justicia internacional de veras existe,

¿por qué nunca juzga a los poderosos? No van

presos los autores de las más feroces

carnicerías. ¿Será porque son ellos quienes tienen las llaves de las cárceles?



¿Por qué son intocables las cinco potencias que

tienen derecho de veto en las Naciones Unidas?

¿Ese derecho tiene origen divino? ¿Velan por la

paz los que hacen el negocio de la guerra? ¿Es

justo que la paz mundial esté a cargo de las

cinco potencias que son las principales

productoras de armas? Sin despreciar a los

narcotraficantes, ¿no es éste también un caso de “crimen organizado”?



Pero no demandan castigo contra los amos del

mundo los clamores de quienes exigen, en todas

partes, la pena de muerte. Faltaba más. Los

clamores claman contra los asesinos que usan

navajas, no contra los que usan misiles.



Y uno se pregunta: ya que esos justicieros están

tan locos de ganas de matar, ¿por qué no exigen

la pena de muerte contra la injusticia social?

¿Es justo un mundo que cada minuto destina tres

millones de dólares a los gastos militares,

mientras cada minuto mueren quince niños por

hambre o enfermedad curable? ¿Contra quién se

arma, hasta los dientes, la llamada comunidad

internacional? ¿Contra la pobreza o contra los pobres?



¿Por qué los fervorosos de la pena capital no

exigen la pena de muerte contra los valores de la

sociedad de consumo, que cotidianamente atentan

contra la seguridad pública? ¿O acaso no invita

al crimen el bombardeo de la publicidad que

aturde a millones y millones de jóvenes

desempleados, o mal pagados, repitiéndoles noche

y día que ser es tener, tener un automóvil, tener

zapatos de marca, tener, tener, y quien no tiene, no es?



¿Y por qué no se implanta la pena de muerte

contra la muerte? El mundo está organizado al

servicio de la muerte. ¿O no fabrica muerte la

industria militar, que devora la mayor parte de

nuestros recursos y buena parte de nuestras

energías? Los amos del mundo sólo condenan la

violencia cuando la ejercen otros. Y este

monopolio de la violencia se traduce en un hecho

inexplicable para los extraterrestres, y también

insoportable para los terrestres que todavía

queremos, contra toda evidencia, sobrevivir: los

humanos somos los únicos animales especializados

en el exterminio mutuo, y hemos desarrollado una

tecnología de la destrucción que está

aniquilando, de paso, al planeta y a todos sus habitantes.



Esa tecnología se alimenta del miedo. Es el miedo

quien fabrica los enemigos que justifican el

derroche militar y policial. Y en tren de

implantar la pena de muerte, ¿qué tal si

condenamos a muerte al miedo? ¿No sería sano

acabar con esta dictadura universal de los

asustadores profesionales? Los sembradores de

pánicos nos condenan a la soledad, nos prohíben

la solidaridad: sálvese quien pueda, aplastaos

los unos a los otros, el prójimo es siempre un

peligro que acecha, ojo, mucho cuidado, éste te

robará, aquél te violará, ese cochecito de bebé

esconde una bomba musulmana y si esa mujer te

mira, esa vecina de aspecto inocente, es seguro

que te contagia la peste porcina.



En el mundo al revés, dan miedo hasta los más

elementales actos de justicia y sentido común.

Cuando el presidente Evo Morales inició la

refundación de Bolivia, para que este país de

mayoría indígena dejara de tener vergüenza de

mirarse al espejo, provocó pánico. Este desafío

era catastrófico desde el punto de vista del

orden racista tradicional, que decía ser el único

orden posible: Evo era, traía el caos y la

violencia, y por su culpa la unidad nacional iba

a estallar, rota en pedazos. Y cuando el

presidente ecuatoriano Correa anunció que se

negaba a pagar las deudas no legítimas, la

noticia produjo terror en el mundo financiero y

el Ecuador fue amenazado con terribles castigos,

por estar dando tan mal ejemplo. Si las

dictaduras militares y los políticos ladrones han

sido siempre mimados por la banca internacional,

¿no nos hemos acostumbrado ya a aceptar como

fatalidad del destino que el pueblo pague el

garrote que lo golpea y la codicia que lo saquea?



Pero, ¿será que han sido divorciados para siempre

jamás el sentido común y la justicia?



¿No nacieron para caminar juntos, bien pegaditos,

el sentido común y la justicia?



¿No es de sentido común, y también de justicia,

ese lema de las feministas que dicen que si

nosotros, los machos, quedáramos embarazados, el

aborto sería libre? ¿Por qué no se legaliza el

derecho al aborto? ¿Será porque entonces dejaría

de ser el privilegio de las mujeres que pueden

pagarlo y de los médicos que pueden cobrarlo?



Lo mismo ocurre con otro escandaloso caso de

negación de la justicia y el sentido común: ¿por

qué no se legaliza la droga? ¿Acaso no es, como

el aborto, un tema de salud pública? Y el país

que más drogadictos contiene, ¿qué autoridad

moral tiene para condenar a quienes abastecen su

demanda? ¿Y por qué los grandes medios de

comunicación, tan consagrados a la guerra contra

el flagelo de la droga, jamás dicen que proviene

de Afganistán casi toda la heroína que se consume

en el mundo? ¿Quién manda en Afganistán? ¿No es

ese un país militarmente ocupado por el mesiánico

país que se atribuye la misión de salvarnos a todos?



¿Por qué no se legalizan las drogas de una buena

vez? ¿No será porque brindan el mejor pretexto

para las invasiones militares, además de brindar

las más jugosas ganancias a los grandes bancos

que en las noches trabajan como lavanderías?



Ahora el mundo está triste porque se venden menos

autos. Una de las consecuencias de la crisis

mundial es la caída de la próspera industria del

automóvil. Si tuviéramos algún resto de sentido

común, y alguito de sentido de la justicia ¿no

tendríamos que celebrar esa buena noticia? ¿O

acaso la disminución de los automóviles no es una

buena noticia, desde el punto de vista de la

naturaleza, que estará un poquito menos

envenenada, y de los peatones, que morirán un poquito menos?



Según Lewis Carroll,
la Reina explicó a Alicia

cómo funciona la justicia en el país de las maravillas:



–Ahí lo tienes –dijo
la Reina
–. Está encerrado en

la cárcel, cumpliendo su condena; pero el juicio

no empezará hasta el próximo miércoles. Y por

supuesto, el crimen será cometido al final.



En El Salvador, el arzobispo Oscar Arnulfo Romero

comprobó que la justicia, como la serpiente, sólo

muerde a los descalzos. El murió a balazos, por

denunciar que en su país los descalzos nacían de

antemano condenados, por delito de nacimiento.



El resultado de las recientes elecciones en El

Salvador, ¿no es de alguna manera un homenaje?

¿Un homenaje al arzobispo Romero y a los miles

que como él murieron luchando por una justicia

justa en el reino de la injusticia?



A veces terminan mal las historias de
la

Historia
; pero ella, la Historia
, no termina.

Cuando dice adiós, dice hasta luego.



Tomado de:

http://www.pagina12 .com.ar/diario/ contratapa/ 13-124547- 2009-05-08. html

 

Comentarios

@SERGGIO

26/10/2010

Buenisimo Alicia , gracias por subirlo , Galeano dice las palabras justas , yo creo que las cuenta y las recuenta mentalmente antes de escribirlas , nunca hay una de más ni una de menos ...

Saludos

Sergio

 


ARG

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