"El custodio" la mirada del que esta solo y protege


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@INDIANO07

04/05/2006#N9527

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El espacio del Custodio
La mirada del que está solo y protege

¿Alcanza una excepcional composición actoral, como la que realiza Julio Chávez, un final de corte existencialista y una precisa realización para conformar una buena película? La pregunta trasciende el alcance de esta nota. Lo cierto es que El Custodio, primera película del argentino Rodrigo Moreno, tiene entre sus méritos una presentación lúcida e iluminadora de algunas cuestiones del espacio contemporáneo.
Rubén es el guardaespaldas del Ministro de Planeamiento. Como tal, vive en un territorio ambiguo entre el espacio del poder y el espacio de la exclusión. El espacio del Custodio es un espacio de visiones laterales, de visiones reflejadas en espejos retrovisores, cortadas por las jambas de puertas que se cierran, focalizadas por largavistas alemanes. El Custodio accede a esos espacios como depositario, a la vez, de la máxima confianza y la máxima indiferencia. Rubén sabe todo sobre su Ministro, aunque su lugar sea el de los pasillos ominosos del edificio del Banco Hipotecario, aunque solo le lleguen fragmentos del discurso tecnocrático, políticamente insulso, que el Ministro sostiene con sus colaboradores y con los periodistas. El Custodio se desplaza en un espacio fragmentado, no necesariamente en lo social sino en su funcionalidad.
Podría entenderse que la habilidad de Rubén para dibujar es un intento de humanizar un personaje al borde de la soledad absoluta. Sin embargo, otra interpretación posible es la de un maestro de la mirada ("un profesional", contemporiza el Ministro cuando invita a Rubén a retratar a su invitado), atributo del buen dibujante. La mirada de Rubén se ha curtido en guardias y espionajes, ha entrevisto a través de ventanas semicerradas y reflejos en ascensores y pantallas televisivas. Pero, lejos de descubrir amenazas contra su custodiado, el tema de sus inquisiciones termina siendo banal: unas rencillas matrimoniales, una amante disgustada, los juegos de una adolescente malcriada, la metódica limpieza de unos autos oficiales.
Todo el tiempo se cierran puertas en El Custodio: en el estudio de televisión, en el despacho del ministro, en las salas de conferencias, en la habitación de la prostituta. Un tipo de plano repetido en numerosas escenas de la película es el de un rectángulo vertical, iluminado, en donde aparece el mundo exterior, cortando el espacio neutro donde habita Rubén. A diferencia del excluido típico de la sociedad contemporánea, Rubén tiene lugar en este mundo: su lugar es el vestíbulo, el corredor, el auto que espera en la calle, el patio de entrada. Rubén no tiene entrada al paraíso del espacio donde suceden las cosas, así como no ha entrado nunca en el mar. Pero su lugar no es exactamente el infierno sino el limbo de una rara espera sin esperanzas. Con habilidad, la película informa poco sobre su familia: una hermana con problemas psiquiátricos (que habita entonces el lugar de la locura), la cena en el restaurant chino donde, nuevamente, el espacio es un problema...
En El Custodio, Buenos Aires (Puerto Madero, la Barranca, ATC, el edificio de Fermín Bereterbide en la calle Güemes) aparece fuera de foco tras los vidrios de un auto que sigue al Ministro. Ni escenografía fascinante ni heterotopía underground, la ciudad repite la paradoja de un espacio personal que queda fuera del espacio.

Marcelo Corti
Nota extraída de www.cafedelasciudades.com.ar
Nº 43 – Mayo de 2006

 

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