A DON BENITO QUINQUELA MARTIN


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Escrito por
@FIACA

22/04/2007#N15112

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A DON BENITO QUINQUELA MARTIN -


¡Ay tu bañadera Benito...! ¡Que invitación palpable la tuya a que me diese un baño de asiento, despojarme del afuera y adentrarme en lo profundo de vos!.


Abriste la canilla y te sonreíste al ver mis ojos asombrados, el agua caliente salía teñida por los colores de tus espátulas de pintor.
Te miré las manos, las puse entre las mías, estaban sucias de carbón, de infancia huérfana hasta que te adoptaron quienes te bautizaron y dieron nombre. ¡Bendita carbonería Benito donde iniciaste tus trazos! ¿Podría haber habido lugar mejor para vos que crecer invadido por el negro constante del carbón y del Riachuelo? ¿Acaso no es sobre el blanco y el negro dónde nacen y expiran los colores?

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Me arropaste con un traje antiguo desteñido por el tiempo, lo miraste, no te gustó. Me pintaste entera de ocaso, violetas, naranjas, hasta parecer un mascarón de proa de fines de siglo XIX. Y yo me dejaba hacer por tus pinceles con olor a aceites y tabaco.


Nos paramos frente a la inmensa ventana que da al puerto, esa que pareciera no tener limites y, comprendí... Ella enmarcaba los cuadros que se gestaban en tu idea. Allí te tragó la tormenta de cielo caníbal como a un barco más; allí el fuego te lamió hasta asfixiarte cuando al “ San Blas” no le alcanzaron las escupidas aguas de las mangueras hasta quedar todo rojo sangre, púrpura quemada; allí la niebla y la bruma espesa se adueñaron de tu paleta gestando los plata y celestes grisáceos que esfumaste por los amaneceres de tu tela.


Trabajaste sin pausa dando testimonio del esfuerzo desmedido del hombre y su trabajo, del peso de arrastrar cadenas, de esas que sacan callos que duelen.
Me llevaste a ver los muelles donde amarran los barcos que no van a volver a zarpar, aquellos de maderas viejas, descascaradas y anclas carcomidas por el óxido. Pero también me acercaste a los cielos calmos, recién despiertos, donde se escuchaba el acordeón de un marinero bostezando su noche larga.


-Ya me voy Benito...¡ tengo que volver...!
- ¡Huís como el agua... Sós el agua que necesito..! A partir de ahora te nombro miembro de La Orden del Tornillo, dijiste, mientras me colocabas un collar de pequeños tornillos de madera.
Me besaste las manos, besé las tuyas. Bajé corriendo las escaleras... de no ser así, me hubiera quedado amarrada a tu ventana para siempre.


 

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