Asesinato por compasión (Sexta parte)

(Continuación)
Afortunadamente, la señora Bryan estaba preocupada, de pésimo humor y sólo quería ver mantequeras y cómodas.
Tuvieron suerte, como más tarde le dijo Mary a Kenneth. Él se negó a que lo tranquilizara.
-Te quiero muchísimo –dijo –Y de forma honrosa. Tengo motivos para pensar que tú también me quieres. Estoy muy cansado de verte a escondidas. No lo aguanto más. ¿Lo entiendes? Tenemos que casarnos. Dile a tu marido que quieres divorciarte.
Kenneth seguía hablando del divorcio, como si un divorcio no fuera nada… nada más complicado que una cita con el dentista. ¿Cómo podía divorciarse de un hombre que había sido amable y fiel durante veinte años? ¿Cómo arrebatarle la felicidad?
Si sólo se muriera John. ¿Por qué no le daba un ataque al corazón? Cada día morían miles de hombres de infartos. ¿Por qué no podía morirse su querido John? Todo resultaría más sencillo.
Incluso el timbrazo del teléfono parecía lleno de ira, y cuando Mary contestó, Kenneth, al otro extremo de la línea, estaba furioso.
-Maldita sea, Mary. Lo de esta tarde ha sido una ridiculez. Es insultante. Ya no aguanto más. No quiero permanecer oculto detrás de las puertas mientras tú te dedicas a mostrar mantequeras a los clientes. Tenemos que casarnos enseguida.
-Sí, cariño. Ten paciencia.
-Ya he sido bastante paciente. Ya no quiero esperar más.
Ella sabía que hablaba en serio. Si perdía a Kenneth la vida ya no tendría sentido para ella. Nunca había sentido lo mismo por John.
Querido John. ¿Cómo podía dejarlo de lado? Estaba en la flor de la vida; aún podría vivir décadas. Toda su existencia se centraba en ella. Él vivía para complacerla. Sus únicos amigos eran otras parejas casadas. Si ella lo abandonaba, John estaría condenado a llevar una vida solitaria. Sería un hombre sin pareja; sus amigos lo invitarían por compasión. “Pobre John”, es lo que diría todo el mundo de él. Estaría mejor muerto, dirían. No se cuidaría; no comería regularmente; tendría que vivir en algún espantoso apartamento amueblado. No, no podía condenarlo a llevar una existencia como esa.
¿De dónde había salido esta locura por Kenneth? ¿Por qué había insistido aquella estúpida mujer en tener un busto de Mozart en su salón? ¿Por qué había venido Kenneth a buscarlo a su tienda cuando los bustos de Mozart se encontraban en todos los establecimientos de segunda mano de Broad Street y mucho más baratos?
Y sin embargo no hubiera cambiado nada. Unos segundos con Kenneth equivalían a toda una vida con John.
Sólo existía un fin posible. Tendría que encontrar una forma rápida, eficaz y limpia de deshacerse de John.
Y pronto.
(Continuará…)

 

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