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Escrito por
@KOPSI

05/06/2006#N10033

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Había una vez... porque siempre empiezan así, ¿verdad?

Había una vez una mujer que una mañana se levantó decidida a dedicarse un día completo. Detener su rutinaria forma de vivir para dedicarse unas horas. Fue un impulso y decidió seguirlo.

No fue a trabajar, dando una excusa pueril. Con decisión se vistió lo mejor que pudo con el escaso guardarropa que poseía. Fue a la peluquería porque quería lucir diferente, luego fue a almorzar. Siguió con una función de cine y luego un café, interrumpido por las ansias de mirar vidrieras. Regresó al atardecer a su casa.

Fue como tocar el cielo con las manos, pensó, mientras miraba lo que se había comprado. Para ella, sin pensar en los demás. Eligió uno de los conjuntos y se vistió. Retocó su maquillaje.

Fue a la cocina para preparar la cena y el remordimiento asomó sus narices, pero ella dijo en voz alta: ¿Acaso no tengo derecho?

Y comenzó un diálogo entre ella.... y ella. ¿Con quién más? Estaba sola, cocinando para su hijo mayor que venía a cenar con su familia esa noche. Sonrió pensando en su nieto, aunque como de costumbre, lamentaba que el niño se quedase dormido a los instantes de llegar.

Estoy cansada, se dijo, de relegarme. Lo hago desde hace tanto tiempo, como por inercia, que no había tomado conciencia de que primero estaban los demás en mis prioridades. Y esas postergaciones, probablemente, hacen que mi compañía no sea tan grata. En cualquier reunión de amigos o de familia, no tengo nada nuevo que decir. ¿Acaso voy a contar las vicisitudes de mi trabajo? ¿O voy a hablar de mi soledad? Prefiero callar y escuchar. Contesto con un sí o con un no cuando me preguntan algo, y oí el otro día que mi prima comentó a mi consuegra que yo estaba muy envejecida. Eso me dolió, pero ni siquiera reaccioné.

Paso por idiota las más de las veces, porque no tengo temas de conversación que sean generales. Soy una asidua lectora, pero a nadie interesa que comente algo porque ellos no acostumbran a leer. Prefieren hablar de los demás, y eso es algo que yo no hago.

Soy solitaria, entonces, porque me siento incómoda en las reuniones. Lo grave es que no estoy mejor a solas conmigo misma.

Y temo estar perdiendo la razón, agregó, por pensar en voz alta. Sí, estoy hablando sola. Pues es hora del cambio, se dijo, y hoy empecé. Mi hijo se sorprenderá, probablemente, al ver que estoy arreglada, con un nuevo corte de cabello, con maquillaje, con ropa nueva y una gran sonrisa. Y si me pregunta algo le diré: “Tu mamá decidió cambiar por fuera y por dentro”. Y que piense lo que quiera. Después de todo, él tiene el rol de hijo y yo el de madre.

Si llega a criticarme por el gasto que hice, pues le contestaré: ¿Y qué? ¿Vos me mantenés? Gasto en mí, porque es hora de que me ocupe de mí misma, así no andan comentando por los pasillos que estoy envejecida, que no me visto bien, y todas las pavadas que dicen los cobardes por la espalda. Porque de frente, es el beso en la mejilla y el “¡no te pasan los años!”. ¿Acaso yo ando diciendo por ahí que son unos ignorantes porque no leen o no visitan museos? Sí, está decidido, se lo diré con voz segura, con la cabeza en alto.

Comenzaré a hacer algún curso de algo que me interese. De ese modo conoceré a nuevas personas, y comenzaré a socializarme con personas con las que tenga intereses en común. Hoy me siento renovada, haciendo planes. ¡Cuánto hace que sólo pensaba en el talle de ropita que usa mi nieto, o en la comida que iba a hacer por la noche! ¡No cocino nada más ahora! ¡Llamaré a una casa de comidas y encargaré el resto de la cena! De ese modo, podré disfrutar la reunión sin estar cansada. ¡Eso es lo que voy a hacer!

Tomó el teléfono y llamó a una vecina para que le diese el número de teléfono de una casa de comidas a domicilio. Tomó nota y le agradeció la gentileza.

Iba a llamar cuando sonó el teléfono. Atendió al instante. Era su hijo, que le decía que los disculpase, pero que esa noche no podrían ir porque se reunirían con unos amigos. Que la llamaría para confirmar si iría al día siguiente.

Ella, muy tranquila, le contestó: - No, querido, mañana es imposible. Tengo un compromiso.

El hijo le preguntó: - ¿Un compromiso? ¡¡Si vos siempre estás en tu casa!! ¿Acaso vas a ver a un médico? ¿Te sentís bien?

La madre contestó: - Me siento mejor que nunca, porque, ¿sabés qué? Decidí comenzar a vivir mi vida a mi modo. A partir de ahora, no programemos cenas ni almuerzos. Un simple llamado para decirnos, ¿venís a casa o voy a la tuya? Eso sí, mirá que estoy haciendo cursos, otros días voy al cine, y otros días salgo. ¿Qué tiene de malo ir a comer afuera o encargar comida? ¿Acaso nos reunimos para comer o para vernos y disfrutarnos?

El hijo, preocupado, le dijo: - Mamá, ¿estás segura de que te sentís bien? Estás diciendo cosas que no tienen sentido. No sos la mamá que conozco. Mirá, vamos para allá. Estoy intranquilo.

Y ella, sonriendo, aún sabiendo que su sonrisa no era vista, contestó: - Querido, hacé tu vida, tenés todo el derecho del mundo. Y dejá que yo haga la mía, porque tengo los mismos derechos que vos. Te quiero mucho, y sé que soy correspondida. Prefiero en realidad ir a tu casa en algún momento, por la tarde, para jugar con mi nieto y no para verlo dormir en mi casa. Llevarlo a la plaza o a un cine, comprarle un helado o lo que él quiera. Ya no quiero horarios ni obligaciones, fuera de las que tengo por el trabajo. ¡Decidí comenzar de nuevo!

Se despidió de su hijo, no sin enviar un beso a su nuera y al niño. Colgó el teléfono y encargó comida para ella. Se sentó en un sillón, abrió el diario y se fijó en los diferentes cursos que se ofrecían. Tomó nota y anotó en un papel los teléfonos. Llamaría al día siguiente. Cuando llegó lo que había encargado, se sentó a comer en un sillón, apoyando plato y vaso en la mesa ratona. Luego se preparó un café y se sirvió una copita de licor.

Preparó la ropa que se pondría al día siguiente para ir a trabajar, sonrió mientras encendía el televisor y se acostaba.

Fue un buen día, se dijo, un muy buen día, más que bueno, excelente. Y el de mañana será mejor aún.


 

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