ME OLVIDO DE TODO


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@ATI2006

25/10/2006#N12157

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Ana y Rosa, están preocupadas por algo que les ocurre. Ambas se ponen de acuerdo en ir el jueves a las cinco de la tarde a una conferencia que se dicta en un teatro de la calle Corrientes, a fin de remediar el problema de la falta de memoria, que parece aquejar hoy día a casi todo el mundo, y no sólo a ellas. Pero esa tarde, o mejor dicho al día siguiente, descubren que no habían ido, se les olvidó. Lejos de claudicar, las dos amigas resolvieron asistir a la conferencia a la semana siguiente, obstinadas en conocer el método publicitado para dejar de olvidar. Anotaron la fecha en un papel, y esta vez una de ellas lo recordó y le avisó a la otra. Así, el jueves a las cinco en punto de la tarde, se allegaron a la conferencia, donde se toparon con una multitud encolumnada en la entrada. El comentario, mientras esperaban entrar, era que se olvidaban de las cosas de una manera tremenda. En realidad se olvidan de las palabras, sólo que en el momento de los olvidos parece que las cosas mismas son arrasadas.
La muchedumbre desbordó la sala, y Ana y Rosa se quedaron sin asientos, sólo se llevaron un folleto ilustrativo. Frustradas, volvieron a sus casas, aunque primero entraron a la confitería que está en la esquina de Callao a charlar un rato. Parlotearon de todo: de sus otras amigas, de hijos, maridos, nietos, y de los problemas cotidianos y eternos, incluyendo fiestas y enfermedades, con todos los detalles, sin olvidar nada. Tan entusiasmadas estaban conversando, que ya no recordaban que se habían perdido la conferencia. Es extraño, pero los olvidos preocupan cuando uno se acuerda de ellos.
Sin dudas, la falta de memoria es un motivo de consulta permanente a psicólogos y psiquiatras. Nuestro consultorio resulta ser el destino cotidiano donde los pacientes depositan una inquietud casi obsesiva, delatando su preocupación cada vez que se olvidan de algo. Las y los pacientes refieren que se olvidan alguna palabra, pero no cualquiera, sino aquella que justamente quieren recordar, y prueban entonces con las palabras vecinas. Hay casos alarmantes, como descubrir la manteca en el estante de los remedios, después de haberla buscado en lugares equivocados, como la heladera. No sólo las mujeres olvidan, los hombres también, pero les preocupa menos, ellos nunca confunden el nombre de los jugadores de fútbol, ni olvidan la hora en que se transmite el partido. Las mujeres tampoco son de olvidar el horario del teleteatro brasileño-saudita.
Con un concepto opuesto, el psicoanálisis propone un método que privilegia los olvidos: cuando a un paciente le falla la memoria, los analistas aguzamos nuestro interés. En un análisis se consideran seriamente chistes y sueños, y olvidar no es un problema, sino una puerta que se abre, quizás el inconsciente depare un reemplazo fecundo. Pero las personas se asustan cuando olvidan, creen estar sufriendo un naciente problema neurológico que avanza de manera inexorable. En momentos críticos se les nubla la mente y no retienen siquiera los nombres de Alfredo Alcón y Norma Aleandro. Sí, al revés de lo que se piensa, la falta de memoria es una carga y no una falta, como lo testimonia una paciente que se quejaba de sus frecuentes olvidos, pero recordaba con insistencia el abuso que sufrió de niña. El analista le hizo notar que más que sufrir de falta de memoria, sufría de un exceso, y recordar le resultaba insoportable. De hecho, las consultas pueden ocurrir cuando ciertos recuerdos precipitan el sufrimiento, y el análisis avanzará a medida que los pacientes olvidan.
Por ello, los olvidos en análisis no indican una falla sino que justamente apuntan a la memoria, ubicada en un, digamos, vacío lleno de cosas (imágenes y palabras). Los analizantes suelen admirarse de la memoria del analista, quien de pronto cita una frase de otra sesión, que ni recordaban haber pronunciado, hasta que la oyen ahora en boca del analista, como un hallazgo de lo ya dicho. Se sorprenden porque el analista detenta una memoria selecta, pero la “atención flotante” inventada por Freud, consiste, como su nombre lo sugiere, en no fijar la atención en nada en especial, y en dejar que lo importante, lo mínimo, advenga. La más perfecta memoria, la de la infancia, capaz de asimilar un idioma nuevo en poco tiempo, es una memoria que no se esfuerza, y la infancia no vale por añorarla sino por lo que determina en silencio a lo largo de la vida.
La pregunta más bien sería cómo hacer para olvidar un olvido. Por un lado están los neurotransmisores y el sistema endócrino tan relacionado al nervioso. Por el otro, el mundo moderno nos bombardea con exigencias, vivir preocupados afecta nuestra concentración, todos soñamos con una temporada en las sierras o el campo.
Se comprende la preocupación por las faltas de la memoria. Perder la agenda es textualmente igual a perder un trozo inquietante de realidad: esos teléfonos y nombres en orden alfabético eran más que simples letras y números, rebasaban su naturaleza. Cuando decimos “me olvido de todo”, en realidad olvidamos sólo una parte, y es ésto lo que nos deja perplejos, pareciera que es una parte propia la que se pierde. La respuesta está en la punta de la lengua y no hay caso, no quiere salir de esa parte del cuerpo.
Perdemos muchas cosas, intangibles o sonantes: dinero, documentos, llaves, sin saber dónde ni por qué, aunque intuimos que habrá una causa. No sólo objetos y palabras, también se pierden años, afectos, seres queridos. Perder es casi una gradual necesidad, si bien nos cuesta aceptarlo. La vida es una obra que construimos durante largos años, y llegados a una cierta edad comprobamos que la obra es interminable, y que la vida termina antes que la obra. Los olvidos, pareciera ser, anticipan esta condición.
Al personaje de Borges, el memorioso Funes, le pasaba lo mismo que a las dos amigas, pero al revés: no se olvidaba de nada, ni de lo mínimo. Funes testimoniaba el peligro que encierra no el olvido sino el recuerdo minucioso. Diríase que resolvió el temor a olvidar mediante el recurso paradójico de acordarse de cada detalle, y se le tornó paralizante. Ahora bien, Jorge Luis Borges imaginó una solución imposible (no para él): recordarlo todo. Es más fácil olvidar, y más realista.
Además, lejos de ser una ausencia, el olvido se incluye con derecho propio en el lenguaje, y nunca está ausente en lo que se dice. Los poetas, que viven en un mundo de palabras secretas, evocan el olvido siempre, junto al silencio. Juan L. Ortiz ha definido el alma como “un olvido hacia una orilla eterna”. Olvidar, entonces, no es una omisión sino una presencia, por cierto furtiva. Si toda palabra es equívoca, el olvido es su expresión privilegiada.
Quizá la consigna audaz sea abandonarse a los olvidos, y aceptar. Al fin y al cabo, tanto el olvido como el recuerdo son las caras transitivas de una misma moneda, y son parte de una dialéctica de la vida con final seguro. ¿El miedo a morir, patrimonio de los seres que hablan, no será simplemente el miedo a olvidarse de todo?

Por Sergio Waxman

 

Comentarios

@ATI2006

25/10/2006

Lo positivo del olvido es que en un momento tenes un problema y de golpe ni te acordas cual era. El problema es, como dice una amiga mia: chicas, se acuerdan cuando hablabamos de corrido?  

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me gusta el cine , las cenas , el teatro y salidas

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