SOY ALGUIEN
Escrito por
@KOPSI
Soy alguien que recorrió caminos equivocados la mayor parte de su vida. Como todos los que a esta altura del partido están sin compañía. El “millón de amigos”, al decir de Roberto Carlos, no suple la falta de pareja.
De uno de esos caminos transitados quedaron dos semillas germinadas, mis dos hijos. Ya crecieron, son grandes, aunque no tan adultos como ellos suponen. Pero eso lo veo yo desde mi óptica de mujer ya entrada en la madurez. Y con los ojos de madre, obviamente.
Demasiado tiempo viví intentando conformar a los demás. Por las apariencias, como comúnmente se dice. Aceptando lo inaceptable. Soportando lo insoportable.
Sin embargo, quizás detuve mi trayecto para vivir las etapas de crecimiento de los niños, sus avances, sus retrocesos, sus logros. Intentando detener el tiempo, supongo, las más de las veces, para disfrutar más sus infancias.
Pero ahora, etapa en la que comencé a transitar mis propios caminos, esos que elijo sin importar lo que piensen los que me conocen, mucho o poco, tropiezo constantemente. Y me caigo... pero para levantarme de inmediato. Lo único que me postrará definitivamente será la muerte, y no tengo prisa.
Los hados no me han sonreído, precisamente. Todo lo “hice a pulmón”, con esfuerzo. Luchando. A veces perdiendo, otras ganando. Pero el empecinamiento hizo que siempre resurgiese, y volviese al ruedo.
Las apariencias engañan, reza un viejo proverbio. Quien no me conoce lo suficiente intuye que soy a una mujer decidida, con gran carácter, desenfadada muchas veces. Con total seguridad en su accionar.
Yo misma creí eso durante mucho tiempo. El hábito de ser quien tomaba el toro por las astas y solucionaba cualquier contingencia hizo que terminase creyendo que así era. Fue necesaria la ayuda terapéutica para comprender que mi aparente seguridad era una postura. Actitud que trajo como consecuencia la pérdida de salud.
Al decir de mi terapeuta: “he pagado con mi cuerpo los errores, las falencias, los dolores, y ya no tengo resto, no más”.
Y habiendo vivido más de medio siglo, he resuelto seguir el camino guiada por mi instinto, tantas veces adormecido. Espero seguir equivocándome, ya que con los errores se aprende, y de ellos también.
No pretendo ser perfecta. Nada más espantoso que aquél que busca la perfección, porque no hay modelos universales de ella. Y se trata, entonces, de simulacros subjetivos. Parciales.
Equivocarse y remediar, en lo posible, lo actuado. Gozar intensamente la vida, porque es un regalo, un don. No importan las adversidades si se conserva espíritu crítico y se tiene paz interior. Dar un paso al costado, analizar las circunstancias, y luego tomar decisiones. Estos son mis modos de acción en la actualidad. En la mayoría de los casos. No siempre me resulta posible.
Advertir las fuentes de dolor. Comprender su origen. Alejarme no por ser cobarde, precisamente. Sino por autopreservación.
Sigo mi camino con la frente en alto. No me arrepiento de la mayoría de lo vivido. Tampoco me rasgo las vestiduras por ello. Es pasado. Inmutable. Inmodificable.
Soy alguien que tomó conciencia de que ha asomado su nariz a la vida. Que acertará y que se equivocará. Como siempre.
De uno de esos caminos transitados quedaron dos semillas germinadas, mis dos hijos. Ya crecieron, son grandes, aunque no tan adultos como ellos suponen. Pero eso lo veo yo desde mi óptica de mujer ya entrada en la madurez. Y con los ojos de madre, obviamente.
Demasiado tiempo viví intentando conformar a los demás. Por las apariencias, como comúnmente se dice. Aceptando lo inaceptable. Soportando lo insoportable.
Sin embargo, quizás detuve mi trayecto para vivir las etapas de crecimiento de los niños, sus avances, sus retrocesos, sus logros. Intentando detener el tiempo, supongo, las más de las veces, para disfrutar más sus infancias.
Pero ahora, etapa en la que comencé a transitar mis propios caminos, esos que elijo sin importar lo que piensen los que me conocen, mucho o poco, tropiezo constantemente. Y me caigo... pero para levantarme de inmediato. Lo único que me postrará definitivamente será la muerte, y no tengo prisa.
Los hados no me han sonreído, precisamente. Todo lo “hice a pulmón”, con esfuerzo. Luchando. A veces perdiendo, otras ganando. Pero el empecinamiento hizo que siempre resurgiese, y volviese al ruedo.
Las apariencias engañan, reza un viejo proverbio. Quien no me conoce lo suficiente intuye que soy a una mujer decidida, con gran carácter, desenfadada muchas veces. Con total seguridad en su accionar.
Yo misma creí eso durante mucho tiempo. El hábito de ser quien tomaba el toro por las astas y solucionaba cualquier contingencia hizo que terminase creyendo que así era. Fue necesaria la ayuda terapéutica para comprender que mi aparente seguridad era una postura. Actitud que trajo como consecuencia la pérdida de salud.
Al decir de mi terapeuta: “he pagado con mi cuerpo los errores, las falencias, los dolores, y ya no tengo resto, no más”.
Y habiendo vivido más de medio siglo, he resuelto seguir el camino guiada por mi instinto, tantas veces adormecido. Espero seguir equivocándome, ya que con los errores se aprende, y de ellos también.
No pretendo ser perfecta. Nada más espantoso que aquél que busca la perfección, porque no hay modelos universales de ella. Y se trata, entonces, de simulacros subjetivos. Parciales.
Equivocarse y remediar, en lo posible, lo actuado. Gozar intensamente la vida, porque es un regalo, un don. No importan las adversidades si se conserva espíritu crítico y se tiene paz interior. Dar un paso al costado, analizar las circunstancias, y luego tomar decisiones. Estos son mis modos de acción en la actualidad. En la mayoría de los casos. No siempre me resulta posible.
Advertir las fuentes de dolor. Comprender su origen. Alejarme no por ser cobarde, precisamente. Sino por autopreservación.
Sigo mi camino con la frente en alto. No me arrepiento de la mayoría de lo vivido. Tampoco me rasgo las vestiduras por ello. Es pasado. Inmutable. Inmodificable.
Soy alguien que tomó conciencia de que ha asomado su nariz a la vida. Que acertará y que se equivocará. Como siempre.
Comentarios
@RENEDIVA
05/11/2006
Tal cual te lo dije por privado, es bueno saber que uno puede caerse y estar dispuesto a levantarse. Y en el camino encontrarás una cantidad de manos que se sumen a la ayuda.
Un beso,
Susana
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