He leido, pensaba en la nona, y me acorde de estas palabras.


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@ARLT

10/02/2007#N13893

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He leido, pensaba en la nona, y me acorde de estas palabras.
Me parece oportuno recordar este texto de una buena persona.
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La negra envidia
Querámoslo o no, el ser humano presenta, como la luna, su cara oculta o su zona de sombras.
En ésta clavan sus raíces la soberbia y la envidia, la avaricia y la lujuria, los siete clásicos y famosos pecados capitales. Son como plantas venenosas que, si las dejas crecer y campar por sus respetos, pervierten a la persona y van causando estropicios por doquier.
Vamos hoy con la negra envidia.
Negra, ¿porqué? Porque jamás enseña la cara y es raiz oculta de otros muchos desmanes: la murmuración, el odio, el resentimiento.

De la envidia hablan mucho los libros santos y la literatura espiritual de todos los tiempos. El que mejor la define, ¿cuándo no?, es santo Tomás de Aquino, que la presenta como tristeza por el bien ajeno.
Pero no una tristeza arrugada y paciente, no; la envidia reacciona con antipatía y hostilidad contra el prójimo que ha tenido mejor suerte o, al menos, así lo ve el envidioso.

Este, si no frena a tiempo, se ve arrastrado hacia un incordio constante contra el envidiado, a quien le busca las cosquillas como sea, achacándole fallos de otra indole, atribuyéndole intenciones inconfesables, sin pararse, en casos extremos, ni incluso ante la calumnia.
A la envidia, en su peor rostro, solemos considerarla como propia de espíritus mezquinos.

Pero, como abunda demasiado, aunque sea en versiones más benignas, no estamos vacunados contra ella ninguno de los que, a estos efectos, nos consideramos como gente normal.
Normales, pero no del todo.
Todos los pasan mal. En mayor o menor grado, la envidia destila siempre un triple malestar: el del envidioso,
el del envidiado y el de aquellos ante los que se vierten estos sentimientos.
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Nada es tan saludable y beneficioso como erradicar la envidia de un corazón, de una comunidad o de un país.
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Tengo que cuidarme, tienes que cuidarte. Sobre todo, porque nos corta las alas del amor.
Porque nos hace pequeños, en el mal sentido, ante Dios, ante nosotros mismos y ante los demás.
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En los albores de la poesía castellana, el famoso escritor judío Don Sem Tob satirizaba agudamente sobre la desgracia de la envidia con estos versos lapidarios:
"Qué venganza pudiste
haber del envidioso,
mayor que estar él triste,
mientras tú estás gozoso".
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Antonio Montero

 

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