Variado, pero interesante (coaching)


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Publicado por
@MARIA1111MARIA

04/04/2007#N14796

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Un sultán decidió hacer un viaje en barco con algunos de sus mejores cortesanos. Se embarcaron en el puerto de Dubai y zarparon en dirección al mar abierto. Entretanto, en cuanto el navío se alejó de tierra, uno de los súbditos -que jamás había visto el mar, y había pasado la mayor parte de su vida en las montañas - comenzó a tener un ataque de pánico: sentado en la bodega de la nave lloraba, gritaba y se negaba a comer o a dormir.
Todos procuraban calmarlo, diciéndole que el viaje no era tan peligroso, pero aunque las palabras llegasen a sus oídos no llegaban a su corazón. El sultán no sabía qué hacer, y el hermoso viaje por aguas tranquilas y cielo azul se transformó en un tormento para los pasajeros y la tripulación. Pasaron dos días sin que nadie pudiese dormir con los gritos del hombre.
El sultán ya estaba a punto de mandar volver al puerto cuando uno de sus ministros, conocido por su sabiduría, se le aproximó:
-Si Su Alteza me da permiso, yo conseguiré calmarlo.
Sin dudar un instante, el sultán le respondió que no solo se permitía, sino que sería recompensado si consiguiera solucionar el problema.
El sabio entonces pidió que tirasen al hombre al mar. En el momento, contentos de que esa pesadilla fuera a terminar, un grupo de tripulantes agarró al hombre que se debatía en la bodega y lo tiraron al agua. El cortesano comenzó a debatirse, se hundió, tragó agua salada, volvió a la superficie, gritó más fuerte aún, se volvió a hundir y de nuevo consiguió reflotar.
En ese momento, el ministro pidió que lo alzasen nuevamente hasta la cubierta del barco. A partir de aquel episodio, nadie volvió a escuchar jamás cualquier queja del hombre, que pasó el resto del viaje en silencio, llegando incluso a comentar con uno de los pasajeros que nunca había visto nada tan bello como el cielo y el mar unidos en el horizonte.
El viaje - que antes era un tormento para todos los que se encontraban en el barco - se transformó en una experiencia de armonía y tranquilidad.
Poco antes de regresar al puerto, el Sultán fue a buscar al ministro:
-¿Cómo podías adivinar que arrojando a aquel pobre hombre al mar se calmaría?
-Por causa de mi matrimonio - respondió el ministro. Yo vivía aterrorizado con la idea de perder a mi mujer, y mis celos eran tan grandes que no paraba de llorar y gritar como este hombre. Un día ella no aguantó más y me abandonó, y yo pude sentir lo terrible que sería la vida sin ella. Solo regresó después de que le prometí que jamás volvería a atormentarla con mis miedos. De la misma manera, este hombre jamás había probado el agua salada y jamás se había dado cuenta de la agonía de un hombre a punto de ahogarse. Después que conoció eso, entendió perfectamente lo maravilloso que es sentir las tablas del barco bajo sus pies.
-Sabia actitud - comentó el sultán.
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Un rey, que en su carruaje pasaba por un pueblo, observó una flecha disparada exactamente en el centro de un blanco, que era un círculo dibujado en el tronco de un árbol. Intrigado, se dio cuenta que además había otras flechas disparadas en varios sitios, todas con la misma precisión en el centro del blanco. Sorprendido por la habilidad del arquero, mandó a sus pajes a buscarlo. Después de algunos minutos encontraron al autor de los certeros disparos. Se trataba de un niño de no más de 12 años.
- ¿Eres tú el hábil arquero? -preguntó el rey.
- Sí, -respondió el chiquillo.
- ¿Cómo haces para ser siempre tan certero en tu puntería? -preguntó de nuevo el rey. - Es muy simple, -dijo el muchacho-, primero disparo la flecha y después dibujo el blanco alrededor del ella.
Piensa por un momento si hacemos eso en nuestras vidas con las personas que nos rodean. A veces juzgamos basados en nuestros prejuicios, les decimos a todos nuestra opinión y después buscamos cómo justificar nuestras ligerezas, -primero disparo y después pregunto-.
A veces cometemos errores o maltratamos a los que nos rodean. En vez de aceptar nuestra responsabilidad, nos ponemos defensivos y tratamos de justificar nuestra actitud.
¿Cuánta energía de vida desperdiciamos justificando actitudes con las que solo pretendemos cubrir nuestros errores, miedos o inseguridades? ¿Cuánto daño innecesario nos causamos a nosotros mismos y a quienes amamos? ¿Qué precio pagamos con estas actitudes?
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Un viejo carpintero llegó a una granja pidiendo trabajo. Al entrar encontró al dueño, solitario y ensimismado, sentado en el tronco de un árbol talado. Después de ofrecerle a éste sus servicios, el dueño le respondió:
- Use esos troncos y construya algo entre mi granja y la granja vecina, que es de mi hermano. Estoy molesto con él y no quiero verlo más.
El ebanista guardó silencio, y comenzó a trabajar con los leños. Eran burdos y espinosos. Los tomaba uno a uno, sujetándolos firmemente en la prensa, para después tallarlos con la mayor gentileza posible. Pasó el tiempo, y, con esmero y diligencia, las manos del hombre fueron conviertiendo los troncos en finas y suaves piezas.
Un día, el hermano vecino llegó sin aviso a pedir disculpas:
- Me sorprendiste, hermano, gracias por construir ese puente. En realidad, no debí haber permitido que nos alejáramos.
El hermano pensó en el carpintero, se asomó a la ventana, y encontró que el hombre había ensamblado las finas piezas talladas formando un hermoso puente, el cual unía las dos fincas por encima de la zanja que las separaba. Se dijo a sí mismo:
- No era lo que esperaba, pero es mejor de lo que quería.
Y los dos hermanos y sus familias se reencontraron.
Aunque no lo parezca, puedes utilizar las palabras y las acciones de los demás para aumentar el vacío entre ellos, o para construir puentes que les ayuden a cruzar sus pantanos. ¿Cuáles son las construcciones por las que te conocen?
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Era un profesor comprometido y estricto, conocido también por sus alumnos como un hombre justo y comprensivo. Al terminar la clase, ese día de verano, mientras el maestro organizaba unos documentos encima de su escritorio, se le acercó uno de sus alumnos y en forma desafiante le dijo:
- Profesor, lo que me alegra de haber terminado la clase es que no tendré que escuchar más sus tonterías y podré descansar de verle esa cara aburridora.
El alumno estaba erguido, con semblante arrogante, en espera de que el maestro reaccionara ofendido y descontrolado. El profesor miró al alumno por un instante y en forma muy tranquila le preguntó:
- ¿Cuándo alguien te ofrece algo que no quieres, lo recibes?
El alumno quedó desconcertado por la calidez de la sorpresiva pregunta.
- Por supuesto que no. -contestó de nuevo en tono despectivo el muchacho.
- Bueno, -prosiguió el profesor-, cuando alguien intenta ofenderme o me dice algo desagradable, me está ofreciendo algo, en este caso una emoción de rabia y rencor, que puedo decidir no aceptar.
- No entiendo a qué se refiere. -dijo el alumno confundido.
- Muy sencillo, -replicó el profesor-, tú me estás ofreciendo rabia y desprecio y si yo me siento ofendido o me pongo furioso, estaré aceptando tu regalo, y yo, mi amigo, en verdad, prefiero obsequiarme mi propia serenidad. - Muchacho, -concluyó el profesor en tono gentil-, tu rabia pasará, pero no trates de dejarla conmigo, porque no me interesa, yo no puedo controlar lo que tú llevas en tu corazón pero de mí depende lo que yo cargo en el mío.
Cada día, en todo momento, tú puedes escoger qué emociones o sentimientos quieres poner en tu corazón y lo que elijas lo tendrás hasta que lo decidas cambiarlo.
Es tan grande la libertad que nos da la vida que hasta tenemos la opción de amargarnos o ser felices. ¿Qué escogiste tú?

 

Comentarios

@OJOSVERDES

05/04/2007

coaching?