Separadas acosadas , (esa loquita que se separó hace poco)

Separadas acosadas
Nuestra talentosa –e inconstante- colaboradora habla hoy sobre los distintos tratos que sufre una mujer en condición de separada ¿Acaso lo dirá por experiencia de terceros? ¿Acaso los ejemplos son hipotéticos? ¿Acaso ella...? No, mejor no nos metamos en problemas.



Está claro que para que los hombres se pongan babosos, insoportablemente pesados y tirando todo el tiempo delicadas indirectas tales como “¿Vamo´a cogé?” , no hace falta que una esté libre de compromisos afectivos. Los sufren las solteras, las separadas, las viudas y por qué no, las recién nacidas.

Ahora bien, cuando una está casada, la mayor parte de los babosos se limita a ejercer pasivamente, por miedo a una violenta represalia del marido de la acosada. Pero cuando ésta se separa, tal escollo desaparece y los moscardones emprenden su ataque.

Reacciones femeninas diversas

Por supuesto que las actitudes varían de una persona a la otra. En la oficina, por ejemplo, siempre hay una señora gorda. Y las señoras gordas, por lo general, no suelen ser del todo bien intencionadas en lo que a habladurías se refiere, por no decir directamente que son unas reverendas hijas de puta a la hora de sacarles el cuero de a lonjas a las chicas más jovencitas y algo más delgadas.

De esta forma, usted, que antes era “la chica esa que se casó tan pendeja, esa casa debe ser un desastre”, pasa a ser “esa loquita que se separó hace poco, yo lo vaticiné de entrada”.

Como contrafigura, también suele haber alguna otra señora mayor, pero de esas sobre protectoras, que se convierte en una segunda madre. Y, por supuesto, en su primera defensora.

Ella se encarga de difundir por toda la oficina que el culpable de toda la situación es sin duda alguna el malvado de su ex marido, que le gritaba, le pegaba con la toalla mojada, pretendía sexo salvaje a cada momento y, por si todo esto fuera poco, exigía la cena a las nueve de la noche en punto.

Esta señora, obviamente, no hace más que controlar que usted se alimente como corresponde, se arregle como si nada hubiere pasado y –sobre todo- frena en seco a cuanto hombre pretenda acercárcele a usted con oscuras intenciones.

Después están las compañeras de su edad, entre las que hay casadas, solteras, divorciadas y escépticas totales. Las primeras probablemente intenten aconsejarla, comparando las situaciones que usted les relata con las de su propio matrimonio, lo que a todas luces no sirve para una mierda, habida cuenta de que si usted se separó y ellas no, hay algo que indica que sus palabras no surtirán mucho efecto.

Lo de las solteras es todavía más patético, ya que también intentan sugerirle salidas a su problema, pero con una catarata de conceptos pelotudos, de esos que todos esgrimíamos cuando estábamos de novios, la gente era buena, la vida nos sonreía y valía la pena vivir para construir un mundo mejor, sin fronteras raciales, sociales ni religiosas.

Sí, en cambio, se trata de solteras por alergia a los hombres, seguro que no hacen otra cosa que recordarle lo estúpido de haber dicho “sí” en el momento y en el lugar equivocado.

Las divorciadas, o en su defecto separadas, son seguramente las más ubicadas, por la lógica razón de que ya han atravesado por la misma situación. Lo más probable es que opten por el silencio piadoso.

Las escépticas, demás está decirlo, se limitan a decir “que asco” , exactamente lo mismo que decían cuando usted estaba de novia, cuando decidió casarse y cuando les confesó que escribía para la Sex.






Reacciones masculinas (No tan diversas)
Capítulo aparte son, por supuesto, los hombres. Aquí, contrariamente al apartado anterior, la distinción es virtualmente imposible. Todos, absolutamente todos, se ofrecen para tenderle una mano amiga, eso sí, eligiendo lugares por demás equivocados para posarla.

Claro que están esos que se mandan sin red y terminan recibiendo una buena tunda de su parte, en una impecable demostración de que no hace falta un marido para sacudir a un desubicado.

Por otro lado, figuran aquellos que una siempre supo que estaban muertos por nosotras. Que vivían halagándonos, sugiriéndonos lo bien que nos quedaba la polera ajustada, y tanteando cuándo se produciría una gresca descomunal en nuestro hogar para emprender la rapiña. Lo curioso es que luego de que esto finalmente sucede, los muy cobardes se van al mazo, desaparecen de los lugares que solían frecuentar e inician los trámites para sacar sus datos de la guía telefónica.

También está el jefe. Si una tiene con él una buena relación –aunque digamos que sin sexo, porque esto ya complicaría las cosas- es probable que él se sienta obligado a hablarle durante treinta horas seguidas, contándole todas y cada una de sus experiencias, sacando él solito sus propias conclusiones, y finalmente poniéndose a llorar desconsoladamente al advertir cuán boludo fue en cada caso.

Sin duda, el más inocuo es el cadete. Ese para el que usted a todas luces siempre fue un amor platónico y que cuando usted anunció su casamiento fue hallado inconsciente en su departamento, víctima de una sobredosis de chicles bazooka. El mismo que, cuando usted se separó, la trasladó al altar de las perfectas, diosa y ahora nuevamente libre, aunque, como siempre, intocable. En lo posible también para los demás.

Y por último están los sutiles. Esos que intentan pasar por amigos del alma, confesores, incondicionales escuchas de sus más íntimos problemas y dispuestos como siempre a acompañarla cuando y a donde sea, procurando que esto último en algún momento se traduzca en un telo.

De esos, amigos mías, es de quienes hay que cuidarse. Porque entre ellos hay verdaderos profesionales del verso, los buenos modales, la dulzura y –sobre todo- la discreta persuasión.

Si no quiere caer de nuevo en la trampa del amor eterno, tal vez sea mejor que, al menos por un par de añitos, abandone la oficina y se recluya en una solitaria cabaña ubicada en alguna lejana y desierta pradera.


es la misma que escribio sobre los pitos

 

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