Cronica de una desaparición y el despertar del alma P82 3ra


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Escrito por
@GIUSTINO

18/02/2009#N25398

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Día quince.
 
 
   Amanece.
   Doy gracias por todo.
   Hoy 25 de agosto, es un día particularmente diferente.
 Mi madre cumple 52 años. Es agridulce como el primer 25 de agosto de mi vida.
   Viví una noche tranquila, quiero vivir del mismo modo este día.
   Escucho que llega el desayuno, la celda se abre, me pongo de pie, el guardia en lugar de dejarlo en el piso, me dice:
   -Tomá-
   Estiro mis manos, siento entre ellas el jarro caliente de mate cocido, al apretarlo para no perder nada de su calor, toco la mano del que lo trae, están heladas, es joven, presiento dolor en su alma, no se quién podrá ser, me da un pan.
   Levanto mi cara, en un gesto de mirarlo al rostro, aun sin ver por la capucha, le doy las gracias y le deseo un buen día; antes de irse me da otro pan. La actitud de este segundo pan, equivale a su peso en oro.
   Estoy sentado en el catre de cemento, de espaldas a la puerta que permanece abierta, con la capucha mas elevada que en otras ocasiones, disfrutando de esta comida como el manjar de un rey, cuido de no perder ni la más pequeña miga de este exquisito pan.
   -P 82, venga. -   Alguien parado enfrente de mi celda da la orden.
   Bajo mi tabique, dejo el jarro ya vacío, me paro frente a la entrada.
   La mano del que me ha de guiar se cierra sobre mi brazo derecho, aprieta firme pero no con la fuerza de otras veces, el que me lleva está tranquilo, no hay adrenalina en él, veremos de qué se trata hoy.
   Luego de caminar por un par de minutos, entramos en lo que parece una oficina.
   Me sientan en una silla, delante de mí, toco una pequeña mesa o escritorio.
   Al rato alguien detrás dice:
 
   -Escribí.- 
   -¿Sobre que señor? – pregunto. 
   -Todo, todo - dice casi gritando. 
   -Sí, señor –   respondí. 
   Escucho que sus pasos se alejan.
   Un bloc de hojas, una birome, un escritorio de madera viejo y la pared a escasos cincuenta centímetros, conforman el paisaje al alcance de mi vista.
   Bien, cuál es la realidad de este momento. Estoy sentado cómodamente, sin tener el cemento húmedo y frío como apoyo, el lugar parece calefaccionado, ya que siento calor.
   Bien, escribamos…
   ¿Que escribo? ¿Que carajo querrán? No tengo idea, busco en mis recuerdos…
   Lo primero que llega a mi mente es el relato de mi madre, la pasión de sus descripciones, hace que hoy pueda sentirlos, como si mirara por sus ojos.
    … veinticuatro de febrero de mil novecientos cincuenta y uno, sábado en pleno invierno europeo, amanece, ella toma su caballo del establo, blanco con un mechón negro en su lomo.
   Salen.
   La nariz de mancha (tal era el nombre de su animal), parece dos chimeneas por el vapor de su aliento, es como cualquier otro día, en su Colledimezzo natal, sube por el camino de colina con forma de caracol hacia el campo.
   Hoy debe recoger leña para calentar la casa y preparar el fuego con el cual cocinar a trece personas que allí viven.
   Al llegar a su lugar favorito, una saliente del camino justo en la curva, se detiene, mira hacia arriba, divisa la otra colina con verdes increíbles, cuando mira abajo, ve el precipicio, luego la vista termina en el azul del lago, del otro lado, el sol que se filtra, a través de la mayor de las tres colinas, juega con los últimos restos de nieve de la noche anterior. Ella se siente feliz.
   Respira profundo, continúa su marcha, al rato se detiene, yo la estoy pateando con insistencia, ella cree que aún faltan diez días para dar a luz.
   Llega, prepara los fardos de leña, los ata y se queda mirando. Sus ojos grises ven su enorme panza y los fardos, todo enmarcado por las patas de su enorme caballo. Al medir menos de un metro sesenta, casi puede pasar por debajo del animal sin tener que agacharse, se sienta sobre la piedra que está a su lado (tuvo que subir sobre la leña para poder sentarse), piensa cómo poder cargarla, se pasó toda la mañana juntándola, no la va a dejar.
   Decidida, pone los leños sobre la piedra, luego sobre su cabeza, por fin los ata sobre su animal.
   Pasado el mediodía llega a su hogar.
   Esa noche no desea comer, se va a la cama.
   En la madrugada comienza el trabajo de parto.
   Domingo 25 de febrero por la mañana, hago mi arribo oficial a este mundo.
   Es un varón le anuncia la comadrona, sus ojos se llenan de lágrimas por la alegría, su esposo, que unos meses antes había partido para Argentina, le dijo:
   -Fíjate si podes hacer un hombrecito,- y con un beso partió…
   …Veinticinco de agosto de mil novecientos cincuenta y uno.
   El pueblo esta de fiesta en honor a la Virgen y su santo.
   (El día de la virgen es el 15, pero en el pueblo, devoto de Sus santos, acostumbra a juntar las fechas.)
   Ella sigue llorando junto a la cuna como lo ha hecho en toda la semana. Se acaba de ir el médico del pueblo vecino, no le dio ninguna esperanza, más bien le pidió resignación. Su niño de seis meses apenas respira ya no intenta ingerir alimentos, que de nada ha servido cuando pudo hacerlo en días anteriores, el agua de arroz que ingería salía como si fuera un simple tubo, sin ningún indicio de digestión.
   Alguien se acerca para consolarla, luego de unos instantes le dice:
   -Fermina, si nada se puede hacer, andá a ver a la viejita de la montaña vecina, dicen que tiene muchos poderes.-
 
   Estaba bajando el sol, toma a su hijo, lo envuelve en la manta que ella misma tejió en su juventud y sin pronunciar palabra va a la montaña.
   Camina por espacio de una hora, al llegar se encuentra frente de esa mitad casa, mitad choza, golpea entre lágrimas y sollozos, se abre la precaria puerta, detrás de ella una mujer pequeña, con el cabello largo, blanco y una trenza desprolija, la mira. Cuando quiere contarle el porqué fué, no la escucha, la toma de un brazo la hace sentar, toma a la criatura y lo apoya en lo que parece una mesa.
   Luego de estar un largo tiempo con él haciendo no sé qué, sale de su choza, al regresar trae algunas hierbas, raíces y algo más, prepara un envoltorio con todo, y lo prende del pecho del bebé con un alfiler.
   -Mira hija, alguien no quiere que esta criatura viva, pero hoy en el día de la Virgen, no lo conseguirán. Toma esta botella y ve a tres iglesias distintas, toma el agua bendita de cada una de ellas, durante toda esta noche has la señal de la cruz sobre su cuna con el agua, no lo levantes hasta que salga el sol – le dice.
 
   La madre, con su hijo en brazos y el sol ocultándose, sale literalmente corriendo en busca de las iglesias.
   Primero a la iglesia de su pueblo, (muy antigua), luego mientras la noche ya caía va en busca de su segunda iglesia. Ya tenía el agua bendita de dos, la tercera y más alejada quedaba en el pueblo de la colina más alta, todo el camino es cuesta arriba.
 Cuando llega, luego de estar caminando durante más de una hora, es noche, la iglesia está cerrada, preguntando le indican la casa del monaguillo, que es quien tiene las llaves, llega, pero en la casa no hay nadie.
   Sin saber qué hacer regresa a la iglesia, apoyada sobre la puerta y con su niño en brazos a lo único que atina es a llorar.
   Hace un largo rato que llora en la puerta de la tercera iglesia, está tan cerca y tan lejos, solo llora y reza.
   Luego inexplicablemente, la puerta se abre, sin salir de su asombro entra y toma el agua bendita.
   Corre hasta su casa, sin querer hablar con nadie ni contestar ninguna pregunta se encierra en su cuarto, pone a su hijo en la cuna y encomendándose a la Virgen comienza hacer la señal de la cruz con el agua de las tres iglesias.
   Casi amanece, se queda entre dormida, el sol sale, la despierta el llanto de su bebé. No lo puede creer, el niño que ayer casi no respiraba, gritaba a todo pulmón. Enseguida le dio de comer y vio como saciaba su hambre. El calvario había terminado. 
   Sólo deseo dar gracias por este bendito regalo, en su cumpleaños número veinticinco.
   Otro veinticinco de agosto.
   El veinticinco de agosto del mil novecientos cuarenta y cinco, mi madre conoce a quien hoy es su marido y mi padre, que todos creían muerto, se había ido hacia seis años a la guerra y nadie supo mas nada, meses atrás regresaron los otros soldados del frente, y de él nadie sabía.
 Ese día regresó al pueblo, y mi madre en su cumpleaños diecinueve lo conoce.
   Hoy, veinticinco de agosto de mil novecientos setenta y ocho, cumple cincuenta y dos años, le mandaré desde aquí su regalo.
   Esta noche yo estaré en vela rezando por ella, para que su alma sienta paz y esperanza, tal como lo estoy sintiendo yo.
   Dejo caer la birome de mi mano, tomo nuevamente conciencia del lugar en que me hallo.
   Me reclino sobre el respaldo de la silla, un profundo suspiro se escapa de mi alma, es tal la paz y calma que tengo, que no puedo comprender.
   Bien, regresemos al juego, es hora de escribir algo más actual.
   ¿Que puedo escribir?...
   Conté de la universidad, del esfuerzo que realizamos con mi amigo Mario, para poder aprobar el ingreso en ingeniería en tan solo tres meses.
   De una adorable profesora de análisis matemático que se sorprendía cada vez que le contestamos que su explicación era clara y entendíamos todo.
   Cómo saltamos por los techos para poder asistir a clase cada vez que la facultad estaba tomada.
   El porqué preferíamos ser ayudantes de cátedra y no pertenecer a ninguna afiliación estudiantil, y cuánto esfuerzo fué necesario para recibirnos en los seis años estipulados por los planes de estudio, aprobando las treinta y seis materias, más todos los trabajos prácticos sin tener que recursar nunca uno.
Porqué no les podía creer cuando hablaban de mi amigo como si fuera un delincuente, por más tortura que intentaran, aceptaría de mí lo que ellos quisieran pero jamás de Mario.
   Nos conocimos al comenzar primer año del colegio industrial, Mario es un tipo sereno, bien hablado, nunca demuestra apuro.
   Tiene un hermano menor que está cursando abogacía, a él también se lo llevaron hace como un año.
   Aun en el dolor guarda la esperanza, siempre me dice que ya lo van a largar, porque en lo único que intervenía el hermano era en el centro de estudiantes, le encantan los debates políticos.
   Los padres, él empleado de Ferrocarriles Argentinos, la mamá ama de casa, con una fuerza y conocimientos generales realmente muy amplios. Cuando nos juntábamos a estudiar en su casa, la madre nos ponía pautas claras de cuál era el tiempo de estudio y cuál el de esparcimiento.
   Pobres, sus únicos dos hijos, que los llena de orgullo secuestrados por esta irracionalidad.
   De pronto reconozco la ira en mi interior, dejo la lapicera, respiro con calma cierro los ojos, hasta que el enojo mínimamente es controlado.
   Hice un ademán para tachar parte de lo escrito, algo me detuvo.
   ¿Qué importancia tiene como lo tomen, que más me pueden hacer?
   No tienen acceso a lo único que les interesa quebrar.    Mi alma está a años luz de ellos.
   Firmo al pie, aclaro mi nombre, para que no queden dudas de quien soy.
 
 
   YO NO SOY UN P-82.
 
Día dieciséis.
 
   Creo que es la madrugada, escucho ruidos provenientes de la celda que ocupaba el joven judío, son sonidos muy distintos.
   No pude volver a dormir, espero el desayuno, quiero saber quien la ocupa… 
   Llego el mate cocido, lástima que después de dejarlo cerraron nuevamente las puertas.
   Sigo con atención los sonidos. No, no creo que sea él, las ganas de saber quien es ya es ansiedad, por primera vez el tiempo tarda en transcurrir. Al fin llego el almuerzo…  
   Después de la comida dejaron abiertas las puertas, no es lo usual.  
   Quiero saber quien está en la celda de al lado, esto es más difícil, por la tarde suelen pasar con más frecuencia.
 Realmente no sé qué hora es, supongo que después del medio día. El horario en que nos traen de comer, estoy seguro que difiere y en mucho de un día a otro.
   Hace un rato que no pasa nadie, me apoyo en mi puerta, estiro la mano y noto que la otra está cerrada. Golpeo con los dedos y acercando mi boca a su marco, comienzo a hablar:
   -Hola, soy tu vecino, ¿llegaste hoy, cómo estás?-
   Escucho: 
   -¡Qué!- 
   -¿Cómo estás? – insito. 
   -¡Qué mierda te importa! - es la contestación. 
   Regreso al interior de mi celda.
   Dejo pasar unos minutos, no me decido volver a intentarlo. Al rato casi sin pensarlo me encontraba de nuevo junto a su puerta hablando: 
   -Hace dos semanas que estoy, los primeros días son los más difíciles.-  
   Espero una respuesta, sólo se escuchan ruidos como si estuviese caminando.
    -Disculpá, si no querés hablar, bien, quizás luego – le digo. 
   Se acerca a la puerta, lo primero que dice es: 
   -Estos hijos de puta me la van a pagar. Siempre los odié, lo único que lamento es no haber matado a ninguno, ya voy a tener la oportunidad.- 
   Apenas me atrevo a comentar: 
   -A todos nos pasa, los interrogatorios son muy, realmente muy duros.
   Dice:
   -Me picanearon, pero me importa tres carajos, como colectivero que soy, las conozco todas, estoy curtido. A mí y a otros nos cagaron justo cuando estábamos reunidos, seguro que alguien batió. – (siguió hablando, insultando y maldiciendo a todos los santos y seres que le venía a la memoria en ese momento.)
   Le digo:
   -Escuchá, yo hace unos días que estoy acá, es mejor tratar de calmarse lo mas  posible, de lo contrario le agregamos a las torturas broncas y miedos, y es mucho peor.-
   Me responde:
   No me vengas con boludeces, hace rato que estoy en ésta, y se cuál es el juego, no creas que soy un bebé de pecho, si safo se van arrepentir. -
   Creí conveniente volver a mi celda, me sorprendieron las respuestas de mi nuevo vecino, creo que el odio que expresa lo siente desde hace mucho tiempo. 
   Vino a mi mente la imagen de ayer, cuando el guardia me da el mate cocido. Recordé el contacto con su mano, la sensación de angustia y pesar que transmitía su voz. Volví a percibir la congoja que había en él. 
   Me quedé en blanco. 
   La violencia o no violencia, es inherente al hombre, independiente de qué situación esté pasando en su vida. 
   Siento que me estalla la cabeza, el alma, el cuerpo. Con la sensibilidad al máximo y semejante bombardeo de emociones creo que me desintegro, no estoy en una pieza, soy un millón de partículas, con mi cuerpo, con mi alma y con todas las situaciones que estoy viviendo formo un torbellino.
 Si logro volver a integrarme, mi yo no será el mismo.
   Apelando nuevamente a nuestra nunca suficientemente valorada respiración, exagerando al máximo posible su profundidad, luego de un tiempo, logro serenarme y regresar a la normalidad. 
   Nuevamente, cobra fuerza el interrogante.
   Dios, ¿qué debo aprender? 
   Siempre he escuchado que los caminos para acceder al crecimiento espiritual son cuatro: 
   El dolor.
   El dolor es aquí repartido generosamente por los anfitriones del lugar. 
   El ayuno.
   Aquí el ayuno es general, diario y obligatorio. 
    La oración.
   La oración, creo que con muy pocas excepciones ocupa una parte importante del día para nosotros, los prisioneros. 
   La meditación.
   La meditación, no resulta sencillo practicarla en estas condiciones. 
   Agradecido por este nuevo día, tan pleno y único, regreso a la oración, de ese modo me quedo dormido.
 
Día diecisiete.
 
   Otro nuevo día, gracias… 
   Debe ser media mañana.
   Estoy parado frente a la puerta del comandante o jefe del lugar.
   Hace rato, dos me vinieron a buscar, me trajeron hasta aquí, me ordenaron que no me moviera.
   Uno de ellos me dijo que tenía cita con el jefe. Le comenté que se debería a un error, porque yo no había solicitado ninguna entrevista.
   Me aclaró que la cita la pidió el mismo jefe y que ésta resulta casi siempre determinante.
   No me quiso decir que significa determinante.
   Después de una larga espera, se digna a recibirme.
   Me guía uno, que seguramente no había hecho ningún curso de buenos modales.
   Me entra a los empujones, el bestia le erra a la silla y termino en el suelo desparramado, mientras el jefe grita:
   -Siempre el mismo pelotudo.-
   (No le quiero pedir explicaciones a quién de los dos se refiere.)
   Como de costumbre, gritando dice: 
   -Sáquese la capucha.-
   Yo, nada.
   - Sáquese la capucha, es sordo - sigue diciendo el jefe.
   Yo, nada, ni me muevo.
   El guardia que esta a mi lado me la arranca de un tirón, haciendo comentarios que no vale la pena reproducir.
   -Abra los ojos. Insiste el jefe
   -No, señor – digo.
   -¡Es una orden! – grita.
   -Disculpe señor, pero pienso salir con vida de aquí – le contesto.
   -Eso depende de mí - enfatiza.
   - Ya lo sé –  respondo.
   (No pensaba abrir los ojos bajo ninguna circunstancia, entendía que eso equivaldría a firmar mi sentencia.)
   Al final me deja permanecer con los ojos cerrados.
   -Yo soy el capitán… Los guerrilleros mataron a mi hermano en Tucumán, entonses yo decidí exterminarlos, por eso estoy a cargo aquí. –   comenta.-
   Sigue maldiciendo y no sé cuantas cosas más, lo único que podía escuchar era ira, bronca, odio, transmitida por un hombre que, a los gritos, creía que le estaba hablando a su prisionero, cuando en realidad, se dirigía a sus propios fantasmas, tratando de justificar sus acciones cada vez gritaba más. Igual por más que él gritara, de nada serviría, nunca se habría de escuchar.
Después de repetir, una y otra vez lo mismo, dice:
-¿Y ahora qué tiene que decir?-
   Como no se podía convencer a sí mismo, creyó que me podría convencer a mí.
   Me encontraba perplejo. Aterrorizado de pensar que la vida de todos lo que pasábamos por este lugar, dependía de un ser enajenado como el que estaba hablando.
   Con voz de satisfacción, ante mi silencio repite.
   -¿Y, qué tiene que decir?-
   Me senté derecho, erguí los hombros, con la frente en alto, y manteniendo los ojos cerrados digo:
   -No se da cuenta señor, cuantos hermanos hay allí afuera, de aquellos que usted mata aquí adentro….-
   Apreto mis ojos, cierro mis puños, casi sin respirar, dispuesto a aceptar lo que fuera.
   Escucho una silla que vuela y un terrible portazo.
   Petrificado y resignado, espero y espero.
   No sé cuántas horas pasaron.
   Al anochecer me regresan a mi celda, sin comida ni palabras.
   No puedo esclarecer mis sentimientos, bronca, odio, compasión.
   ¿Qué estoy sintiendo, qué está pasando por mí?
   En este instante quiero rezar, y así lo hago.
   Debe estar por amanecer, no pude descansar.
   ¡Qué locura! Este hombre no se quiere hacer cargo de su propia conciencia, nadie puede compartir la conciencia del otro.
 Ni una madre con todo su amor podrá compartir la conciencia de su hijo.
   ¿El creerá que si los otros justifican sus actos, su conciencia encontrará alivio?
   Viene a mi mente otra frase del maestro Jesús.
   “Recogerás lo que hayas sembrado.”
   La elección está en la siembra.
   La recolección es obligatoria.
   Si Dios es calma, claridad interior, comunión con nuestra alma, si Dios es paz, el mal debe ser, desorden interior, desconexión con uno mismo, caos.
   Si esto es así, es indudable que en ese hombre habita el mal.
 
Día dieciocho.
 
   Los ruidos habituales están en plenitud.
   Es tal la opresión que siento en mi pecho. Hago un enorme esfuerzo para poder llenar completamente mis pulmones en cada respiración.
   Siento que la densidad de mi cuerpo, supera y en mucho, al elemento más pesado conocido por el hombre.
   Debe ser el atardecer, recién recobro la calma.
   Me alegra ver, que las lastimaduras en mi cuerpo están sanando con una increíble rapidez.
   No me van a quedar muchas marcas.
   Cuando parecía que el día terminaría sin mayor novedad, me vienen a buscar.
   No estoy de humor para más, tengo miedo de hacer una idiotez.
   Normalmente desde que me sacan de la celda y el comienzo de las reuniones hay bastante tiempo, lo aprovecho para hablar y tratar de obtener alguna información que me ayude a prepararme para el interrogatorio.
   En este caso no emití palabra.
   Una vez adentro, me dejan parado.
   Escucho que son varios que hablan entre ellos, al menos, tres o cuatro.
   Una voz proveniente desde mi izquierda dice:
   -Este consejo militar ha tomado una decisión sobre usted – y agrega-. ¿Qué tiene que decir?
   -¿Que tengo que decir sobre qué? - respondo
   -En su defensa – me aclara.
   -¿De que me tengo que defender? – pregunto.
   -De su acusación - replica
   -Desconozco de qué estoy acusado, señor –   le respondo
 Otro que estaba a mi derecha, con signo de fastidio vocifera:
   -¡Basta! Terminemos de una vez. La decisión de este consejo es que será fusilado. ¿Quiere agregar algo?
   -Si esa es la decisión, no creo tener opción –   respondo.
   -Bien. ¿Cuál es su ultimo deseo?- me pregunta.
 -Confesarme - contesto
 Alguien, que por la voz parecía mas joven, me interroga:
   -¿Sobre que quiere confesarse?-
   Mire hacia el lugar del que provenía la voz. Con los ojos vendados igual quería ver quién era el idiota de la pregunta.
   Otro enseguida se apuró a decir:
   -Bien, le traeremos un cura-
 -No, no, sólo necesito media hora en soledad, en mi celda - respondo
   Luego de algunos murmullos dan la orden de que me regresen.
  Mientras me regresaban al calabozo, mi mente estaba silenciosa, no había en mi ningún signo de molestia, ni ansiedad, me sentía bien, no analizaba lo ocurrido.
   Llegué, me senté.
   Luego de unos instantes, en voz alta exclamo:
   -¡Qué inútiles que son! ¡Qué esperaban conseguir con semejante estupidez, es tan ilógico!
   Estoy cansado, no dormí nada anoche, yo me acuesto, si vienen que me despierten.
 
   Luego de mis oraciones, me dormí.
 
Día diecinueve.
 
 
   Me despierto, me toco, era evidente que aún no me habían fusilado.
   Pasa el mate cocido, me dan el mío.
   No han logrado quebrarme, pero la verdad, me tienen podrido.
   No he de juzgar nada de lo acontecido, o de aquello que ocurrirá.
   Cuánta necesidad tengo de estar a solas con mi alma.
   Si pudiera elegir desearía estar solo en el desierto.
   Me siento abrumado.
   ¡Qué debo aprender!
   ¡Qué debe entender mi alma!
   Quiero saber qué quieres Dios de mí.
   ¿Por qué me mantienes íntegro, Señor? 
   ¿Por qué pones respuestas en mi boca que jamás ni en sueños hubiese pensado decir?
 
   Si de pequeño se burlaban de mí porque era capaz de llorar por las cosas más insignificantes.
   Si cuando estaba en tercer grado, y uno insistió en pelearse, lloré cuando lo tenía en el suelo, porqué no le quería pegar…
   Explícame porqué no derramé ni una lágrima en todos estos días.
 
   ¿Dios, qué quieres, qué quieres que haga?
   Termina con esto, o muéstrame el camino, por favor.
 
   Después del medio día, vienen a buscarme.
 
-P-82, venga con sus cosas – me dicen.
 
   Mis cosas, a que se referirán, mis posesiones son:
   Una camiseta, una camisa, el pantalón y mis botas. (La capucha no es mía.)
   Con todas mis pertenencias me paro frente a la puerta de la celda, dos guardias me toman de los brazos y me llevan.
 
Mientras me camino, les pregunto:
 
   -¿Adónde voy?-
 
   -Parece que de franco - contesta uno de ellos.
 
   -Disculpá, ¿de franco o me dan la baja? – Su respuesta nunca llegó.
 
   Hace horas que estoy parado en lo que creo es un patio, la luz es natural.
   Cae la tarde, y yo, de guardia, sin tener donde apoyarme.
   Entrada la noche, me vienen a buscar, me esposan con las manos detrás, me suben a un camión inmenso.   Soy el único prisionero en este viaje, parece que mi mente esta en calma, pero mi cuerpo en alerta total, huelo, escucho, miro como puedo, acomodo la cabeza de tal modo que quede la capucha lo mas separada posible de mi rostro para poder ver por lo menos hacia abajo.
   ¿Será éste mi último viaje?
   Cuanto despliegue tan solo por mí. El piso esta alfombrado, veo que tiene algo que parecen escritorios, de ambos lados una especie de banco, que ocupa todo el largo del camión, parece una oficina blindada ambulante.
   Me tiran al piso boca abajo y cierran la puerta. Mi visión esta limitada por la capucha. Solo alcanzo a ver las piernas del custodio y el fusil apoyado en el piso muy cerca de mi cabeza, él esta aparentemente sentado en el banco a la altura de mi cintura.
   Botas impecables de un cuero en color té con leche, solo veo unos veinte centímetros de su pantalón al tono con una caída perfecta y de una calidad absolutamente de primera.
   Sus botas que están a escasa distancia de mi cara, aún huelen a nuevas.
   ¡Qué nivel! ¿Como pueden darse el lujo de vestir tan pomposamente?
 
   ¡Cuánta irracionalidad!
 
   Mi corazón nuevamente esta acelerado. ¿Qué me espera al final de este viaje?, nada me indica a donde voy, cual será mí destino, no quiero pensar en ello.
   ¿Como ocupar mi mente para no generarme mayor ansiedad?
   Busco en mis recuerdos, pienso en los míos, mi familia, mi padre sus once hermanos, las hermosas y multitudinarias reuniones familiares, recuerdo a mi abuela que vino a pasear a Argentina por tres meses y se quedo diez años con nosotros. Al hermano mayor de papá, Domingo, él fue el primero en emigrar a esta tierra, luego llamó a tres de los hermanos, entre ellos mi padre. Él me contó que hasta donde sabía, proviene nuestra familia del sur de Francia y el apellido original era Carre, luego se distorsionó en Italia y le agregaron una letra al final.
   Durante la segunda mitad del siglo XVII, cuando Luís XIV reinaba, nuestro antepasado se fue de Francia y llegó a Italia siendo uno de los primeros en habitar nuestro pueblo.
   También me contó que el padre de mí tatarabuelo, se llamó como yo, Giustino, mi tatarabuelo Santos, el bis abuelo fue Lorenzo, mi abuelo Blas, y mi padre Nicola.
   En el mil novecientos cincuenta y tres llegamos a Argentina, primero un departamento de un solo ambiente que alquilábamos nos sirvió de hogar, a mis padres mi hermana Jacinta y a mi.
   Recuerdo los juegos con mis primos y mi hermana, el correr siempre detrás ellos, todos mas grandes, yo cuatro años y ellos entre seis y siete, vivíamos en Villa Urquiza.
   La imagen que mas profundamente se grabó de esos primeros años, es cuando ví a mis padres, tíos y toda la gente del barrio caminar detrás de grandes camiones tanques, con largas mangueras que iban mojándolo todo, mientras me prendían de la ropa una tabletita con un raro olor, diciéndome que era para protegerme de la poliomielitis. (Hoy se que fué una de las epidemias de que se vivió en el país, cuando aún no existía la vacuna.)
 Otro recuerdo, un día en que alguien del grupo de primos cuando dijo, vamos de aventuras, vamos a pasear... Así que después del desayuno nos fuimos, caminamos y caminamos no se adonde queríamos ir, y nos perdimos, cuando logramos regresar vi que los mayores estaban todos muy, muy enojados, por eso yo me escondí debajo de la mesa y allí me quede hasta que papá llego del trabajo.
 
   Al otro año nos mudamos a un departamento mas grande, también en capital, lejos de los primos; estuvimos poco tiempo allí, pero yo estaba solo, no quería ni salir a la vereda, cuando papá me llevaba afuera, apenas se descuidaba yo entraba, realmente no guardo ningún recuerdo de ese año.
   En el mil novecientos cincuenta y cinco nos mudamos a nuestra casa en Virreyes, que era casi campo, no hubo luz eléctrica hasta cinco años después. El día de la mudanza al llegar grite. ¡Al fin la tierra de la libertad! Salte del camión y caí dentro de una zanja.
   En ese tiempo todas las calles eran de tierra, y todos los vecinos eran amigos.
    Pasé de ser el chico que no quería estar ni en la vereda, al salvaje que nunca regresaba a casa.
   Un día volví a casa con una madera colgando de mi dedo índice, sujetada por un clavo torcido que traspasaba el dedo de lado a lado, mi padre tubo que cortarlo con una tenaza para poder sacarlo. Otra vez cuando estaba un carpintero trabajando en casa, le quité el formón, y me corté la mano hasta el hueso. Por miedo a que me retaran la llamé a mi hermana, y cuando le mostré la herida, se cayó desmayada.
 A los nueve años, mis padres para sacarme de las calles me mandaron a un taller mecánico como aprendiz.
   Me gustaba cebar mate a las personas del taller. Normalmente encendía la cocina a kerosén para calentar el agua, ese día la alcuza no tenía alcohol, y decidí llenarla, me confundí y tome una botella que contenía solvente, al llenar la alcuza se chorreó y se prendió fuego.
   Junto a mi se encontraba un nene de seis meses de edad, me desesperé pensando que se podría quemar. Corri hasta la puerta con la botella de solvente encendida en mi mano y la arroje al fondo, olvidándome de la alcuza que sostenía al mismo tiempo con la izquierda el solvente se desparramo principalmente sobre mi lado izquierdo.
   Sufrí serias quemaduras y como consecuencia del accidente estuve cuatro días en coma.
   Recuerdo a las maravillosas enfermeras que me atendían en el hospital de San Fernando, que lloraban junto a mí al no saber cómo desprender las vendas adheridas a mi cuerpo. Ellas suplían ampliamente con dedicación la falta de experiencias en ese tipo de curas. Siempre las recuerdo por como me han querido y tratado.
  Otro acontecimiento que hoy me resulta divertido:
   Las quemaduras principales de segundo y tercer grado se hallan en mi brazo y costado izquierdo, pero como las salpicaduras fueron en todo el cuerpo, me vendaron como la replica de una momia, absolutamente todo, salvo el rostro, mi cama estaba armada como carpa para que las sábanas no me tocaran.
   Recuerdo a una señora mayor, muy excedida de peso que levanta la sábana, tira de mi pito con una mano, mientras en la otra sostiene una jeringa, quiere extraerme sangre para analizar. Mi madre y una enfermera joven se tapan la boca en un gesto de sorpresa. Además del rostro, ése es el único lugar sin vendas.
   Cada vez que me acuerdo del episodio me imagino mi cara como en los dibujitos animados, que cada ojo gira para diferentes lados, en muestra del terror que me invadía, creo que fué el único momento que no me acordé del dolor de las quemaduras. Me accidenté en el mes de noviembre, necesité un mes de internación y varios meses más para mí recuperación, esto me obligó a volver cursar el tercer grado.
  
   Mi cara que en cada cuneta y desnivel del camino rebota contra el piso, recibe un golpe que me regresa a la realidad.
   Después de aproximadamente una hora de marcha, llegamos a destino.
   Antes de bajarme, al estar en el borde de las puertas del camión, logro ver muchos hombres uniformados, son militares, es la primera vez que los veo.
 Al bajarme, muestro que estoy mareado, hago un giro completo, estoy absolutamente rodeado de soldados.
   ¡Yo!
   Un solo rehén. 
   Me agarran fuertemente por ambos brazos.
   Me conducen hasta un galpón, al llegar me quitan las esposas, me encadenan, una cadena va desde mi pie izquierdo a mi brazo derecho. Otra cadena de mi pie derecho a la pared.
   Solo. 
   Guardias en la puerta las veinticuatro horas. 
   Llegué al principal centro de desaparición.
   Llegué a Campo De Mayo.
 Tirado en el piso encadenado, todo vuelve a comenzar.
   No sé qué hora es, me traen un plato de comida, el primero del día.
   Recordando la advertencia que me hicieron del peligro de ingerir alimentos antes de que te den máquina, y sin saber que me espera, prefiero no probar bocado alguno.
   Al rato, vienen a verme.
   Por la manera de expresarse, se nota que es un oficial joven.
   -Cómo estás – me dice.
   - Bien, señor – le respondo.
   -¿Puedo hablar?- le pregunto.
   -Sí, ¿qué queres? – me contesta.
 -Ustedes son el cuarto o quinto grupo que me interroga, no le parece que si supiera algo que les interese, ya lo conocerían.
   Ya dije que si quieren acusarme de algo, está bien, háganlo. Si yo supiera que los conforma, lo invento, realmente no sé qué quieren –  
   -¿Algo más?- me dice.
 -Sí – le respondo-
- Si está dentro de sus posibilidades, le agradeceré que interceda para que no me den nuevamente picana.-
   Sin responderme, se va.
 
   Cierro mis ojos y me refugio en la oración.
 

TERCERA PARTE. 

Día veinte.

 

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