LA ODISEA DE IRSE DE VACACIONES-


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@JONES

26/12/2010#N34538

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La odisea de irse de vacaciones

Por Carolina Aguirre // Especial para lanacion.com

 

 

Como todos los meses de noviembre, desde hace unos días que mi marido y yo estamos mirando casas para alquilar durante las vacaciones. Leemos el diario, buscamos en Internet, llamamos inmobiliarias, y cuando alguna parece estar buena, nos vamos a verla llenos de ilusiones. Es curioso, pero no nos llamó la atención que los alquileres estén más caros, porque lo veíamos venir. Calculábamos al menos un cincuenta por ciento. El incremento que nos tomó por sorpresa fue otro, uno que viene creciendo año a año sin que nadie se dé cuenta: el de la locura de los dueños.

En este mes hemos visto delirios tan grandes que llegamos a pensar que algunos propietarios necesitaban un psiquiatra y medicación. Diez mil pesos por una casita de tres ambientes en el Tigre. Siete mil por una cabaña con el muelle roto. Cinco por un cubil de material con sillas de plástico, manteles de hule y un deck de cemento con grietas. Y en todos los casos, parado al lado, un dueño orgulloso pidiendo un depósito de seguridad inaudito por si le rompíamos sus sillas de once con cincuenta. Algunas, como son casas de fin de semana, sólo tenían cuatro o cinco platos de juegos diferentes y ni siquiera una fuente para servir el asado. Sus muebles casi siempre eran las sobras que sus familiares llevaron durante décadas, y ni hablar de la electricidad, la presión del agua, la humedad. La mayoría está arreglada así nomás, por ellos mismos o por algún changarín de la zona al que le pagan cuatro pesos.

De todos los dueños con los que hablamos, ninguno fue honesto y nos dijo que era una casa sencilla que necesitaba arreglos. Todos nos juraron que eran propiedades bellísimas, con vistas soñadas, y en perfecto estado de conservación. Y cuando no, todos nos pidieron al menos un número de cinco cifras por un mes de alquiler. No nos pasó, sin embargo, con las inmobiliarias, que este año siguieron mintiendo como siempre, pero al menos fueron mucho más realistas con los precios.

Al principio, tengo que confesar, creí que lo hacían de puro delincuentes, pero después de escucharlos hablar, de ver fotos por mail, de preguntarles por los vecinos, fui entendiendo que en muchos casos no es maldad, sino estupidez: a los dueños se les mezclan las finanzas con los sentimientos.

Es entendible que mucha gente quiera a sus casas de veraneo. Nadie ama un departamentito del microcentro o un local en el Once, pero la casa en la playa en donde crecieron tus hijos está llena de recuerdos que se traducen en amor. Probablemente, en ese lugar pasaron navidades maravillosas, hicieron los asados más ricos del mundo, durmieron la siesta debajo de una casuarina, y festejaron el último cumpleaños de un abuelo. "No sabés lo que es acá, a las siete de la tarde, cuando cae el sol", te dicen, con cariño, mientras miran fijo el cielo.

Y está bien que quieran a esa casa y que la vean hermosa como a esas mascotas viejas en la que uno ve el cachorro gordito que trajo alguna vez en una caja de cartón. El problema es que nosotros somos inquilinos y no familia, y el valor de la propiedad no tiene ninguna relación con sus recuerdos. Yo quiero saber si tiene aire acondicionado, si los colchones son cómodos, cuál es la vista desde el living, y la cantidad de metros cuadrados que tiene el deck. Y quiero pagar de acuerdo a ese standard de confort. Me importa un rábano si el liquidámbar del frente lo plantó su mujer antes de morirse o si sus hijos hundieron sus manos pequeñas en una parte del cemento. Para nosotros, mal que les pese, sus recuerdos no tienen valor. Setenta metros son setenta metros, una bomba de agua manual es una incomodidad y un parque descuidado sigue estando descuidado aunque ahí hayan corrido todas las tardes sus primeros nietos.

 

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