la mujer madura


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Publicado por
@RICHI56

21/04/2011#N35906

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Pocos ven ya su fuego. Algunos creen que ya no tienen derechos, y que con la edad se pierden.

 Solo los reconoce en silencio, quien con respeto las mira. Sus canas son las cenizas que constantemente se renuevan de tanto ardor sobre sus cabezas, llama que sólo la madurez consuma en la unidad que buscamos al ir viviendo, y que sólo respetamos al llegar – en el último momento – frente a la puerta de la experiencia, y quizás allí lo entendemos.

 Cuerpo unido al alma y alma unida al cuerpo. Identidad que venció al carné de identidad, a las nacionalidades, y todo lo que la humanidad banalmente piensa que se impone por la diferencia. En estas mujeres, su sabiduría se expresa burlonamente, silenciosa, por la cultura de la moda que se les quiere imponer. ¡Pero no se dejan! Ellas van por ahí, libres de cadenas, con su corona matiz de nube que muchos perciben como el desgaste de un sueño, sin ver la altura por donde flotan, el paraíso donde habitan con el gran símbolo de una verdad que casi todos, desgraciadamente, tarde comprendemos.

 Por eso ellas ya no necesitan teñir sus cabellos, ni necesitan los premios que les otorgan otras, que no son ellas – muchas – y también casi todos los hombres, que sólo son machos. Anorexia para una imagen, pantalla que erróneamente ya tiene establecidas las medidas del cuerpo y la edad del alma para poder ser deseadas. Escasez de carnes que las enajenadas o también feministas acérrimas – que sólo lo son por la diferencia de sexos – llaman elegancia; meta de las que pobremente visten su alma sobre el cuerpo. Goce potencial y engañoso, o quimera del miedo de dejar de ser mujeres para los hombres.

 A estas mujeres maduras, admirables, las verás en las calles, en el barrio, a tu lado, en el asiento del autobús, rozando sin querer sus muslos contra los tuyos, con la lumbre del mismo calor que aún guardan en el cuerpo, en las manchas del dorso de sus manos, en su silencio. También las verás luciendo sus caderas anchas, que se mueven suaves con cada uno de sus pasos, como una danza que evoca que parieron y sufrieron; dualidad de ser madres y mujeres.

Batalla histórica donde ambos bandos ganaron. Algunas llevan en sus piernas pequeños caminos azules, hilos que conducen por la senda de la sabiduría que abandonó la vanidad. Sus pechos descansan, cargados de placer, aun con sabor a leche, sin importar si ya no apuntan al cielo, y lo hacen al centro de la tierra, al centro de su vientre, eje del universo que reitera cual es la puerta por donde salieron como madres y ahora regresan como mujeres. Y esa gran puerta, arco del triunfo, aún abierta de par en par al amor, espera al que no puede, al que no mira, al que no sabe. Soledad de la dorada sabiduría. Luz sin sombra, entrega incansable, lista para la verdad.

Ya no importa como se sostienen, pero siguen andando seguras, orgullosas de pasar desapercibidas, con sus miradas apuntando al ocaso de una certeza que ya no tiene medida. Sonríen, avanzan por la vida porque saben que llevan la noche y el día. Nadie sabe mirar el maravilloso contraste de un pelo con canas, noche profunda cargada de nubes y estrellas.

Titilar de mujeres que sólo brillan cuando las queremos mirar, levantando la cabeza, quienes desmitifican costumbres, decretos, culturas productivas del poder, éter para tapar la verdad que hay en la particularidad de las esencias y que ahora los psicólogos – fiscales de la obediencia y de la moda – confunden con la enfermedad, porque no entienden, porque a muchos les da miedo descubrir, o simplemente, acatar a Dios.

 A TODAS LAS MUJERES, JÓVENES, MADURAS, MAYORES, SOLTERAS, CASADAS, DIVORCIADAS, VIUDAS; A LAS QUE SON MADRES, A LAS QUE NO TUVIERON HIJOS; A LAS ABUELAS, y LAS QUE ESPERAN SERLO .........                                                                                   

 

 

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