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Escrito por
@SHANTI

23/06/2013#N43634

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“Si tú te atreves por mi vida que te sigo
Si tú te atreves yo renuncio al paraíso
Amar contigo, a soñarte, a que me sueñes…
Son pasiones ya tan fuertes…”
                                                                                    (Luis Miguel)
 
Viernes 14 de enero de 1993. Sonó el despertador a las 6:45, como todos los días de lunes a viernes. En esos días cálidos de verano, a esa hora, ya había amanecido. Mara Margarita Benitez se sentó en la cama de un salto, como siempre. Se estiró y bostezó ruidosamente. Su remerón con la cara de Mikey Mouse estaba húmedo, el ventilador de pie seguía funcionando, ruidoso, el ventilador solo movía el aire caliente. A las 6:50 se levantó descalza, disfrutando el frescor del piso de mosaico de granito en sus pies. Entró en el baño de azulejos verde manzana, algunos rajados, en el baño de accesorios blancos, algo percudidos. Mara pensó en la posibilidad de cambiar el baño, pensó en cuanto le costaría, pensó en solo cambiar la cortina que ya estaba enmohecida y limpiar los accesorios con soda cáustica, pensó que podría quemarse las manos, en la posibilidad de hacerlo con guantes, dejó de pensar y se metió bajo la ducha fría. Tendría que llamar al plomero de la otra cuadra para que le diera más caudal a la flor de la ducha. Se quedó un rato dejando que el agua fresca descendiera por la curva de su nuca, de sus hombros, de sus senos, de sus caderas. Sintió el mismo placer que sentía cuando las manos del doctor Alonso hacían el mismo recorrido que el agua. A las 7:20 cerró la ducha. Se envolvió en el toallón rígido, recordó que debía comprar suavizante para enjuagar la ropa. A las 7:30 se vistió rápidamente. A las 7:40 tomó sus 2 o 3 mates parada frente a la mesada imitación mármol percudido de la cocina de esa casa vieja que alquilaba. A las 7:50 se ató el pelo largo, negro, espeso, en una cola larga, negra, espesa. Dio una última mirada a su imagen en el espejo. Pensó: “pronto tendré un hermoso baño, con una ducha de abundante agua, una cocina amplia con una mesada de mármol verdadero, un desayuno abundante servido por la mucama que tomaré sentada en la mesa redonda del comedor. Pronto, muy pronto, cuando el doctor Alonso deje a su mujer y me lleve a vivir con él”.
Sonrió. A las 8:00 cerró la puerta con doble llave. A las 8:10 subió al subte B en la estación Medrano, atestado de gente, empujó, la empujaron. A las 8:30, ya con el guardapolvo blanco impecable, se abrió la puerta del departamento. Un minuto después, con su mejor sonrisa, dijo: “buen día, doctor”.
Sonrió de manera cómplice.
 
 
…”que le encanta ir a la cama conmigo
Pero no quiere nada más
Y yo le dije, no eres mi amor…”
                                                                                                     (Estelares)
 
 
El mismo viernes 14 de enero de 1993, a las 6:45 el doctor Alonso escuchó la suave y armoniosa melodía de Mozart que desde su radio reloj le anunciaba el fin de su descanso. Remoloneó como todos los días de lunes a viernes. Mariano Julian Alonso se desparramó en su enorme cama esperando las caricias de su mujer, que terminaban de despertarlo. La abrazó, olió su fino perfume importado. Disfrutó del ambiente fresco de su amplio dormitorio. El aire acondicionado, silencioso, a la temperatura ideal: 22°C. A las 6:50 se levantó deslizando sus pies por la mullida alfombra de su dormitorio. Entró en el baño de cerámicas blancas impecables, como espejos, en el baño de accesorios negros, brillantes, como espejos. El doctor Alonso pensó en la posibilidad de cambiar el baño, pensó en la posibilidad de sacar la enorme bañadera que lo esperaba con el agua a la temperatura ideal por un jacuzzi, pensó en el jacuzzi de su colega Dr. Bernardo que había visto en su casa quinta hacía solo unos días. Se metió en la bañera. Sintió el placer que sentía cuando las manos de su mujer lo recorrían, cuando juntos disfrutaban del mismo baño. Recordó que ese día viernes, ella salía antes que él a su clase de meditación. Por un momento la extrañó. A las 7:20 salió de la bañera, se envolvió en su enorme toallón azul, suave, perfumado. A las 7:30 se vistió. A las 7:40 se sentó en su mesa redonda de vidrio donde lo esperaba su desayuno americano recién servido por su mucama con cama adentro: café, tostadas, dulce de frutos rojos regalo de su colega Dr. Menendez de su último viaje a Holanda, jugo de naranjas y el infaltable plato de porcelana Suji con sus almendras favoritas, traídas por su suegra en su último viaje a Brasil. A las 8:10 tomó su maletín, se miró en el amplio espejo del living muy a gusto con la imagen que contempló. Pensó: “hoy es el último día que soportaré el asecho de Mara Margarita Benitez. En un rato recibirá su telegrama de despido”. Sonrió.
A las 8:15 entró en su auto nuevo, rojo, tapizado en tercio pelo imitación cebra. Tomó un atajo. Evitó el tránsito denso, insoportable del centro a esa hora. A las 8:25 estacionó en el subsuelo del edificio exclusivo para los propietarios de los departamentos. A las 8:28 llamó a su mujer, “que tengas buen día mi amor”, dejó el mensaje. En la clase de meditación los teléfonos están apagados. A las 8:31 entró en su consultorio. “buenos días señorita Mara. Tenemos que hablar”. Esa mañana, no sonrió.
 
 
 
 

 

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