Para las que cuentan que hacen asado


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Publicado por
@MABE

23/08/2013#N44254

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 PARA LAS QUE CUENTAN QUE HACEN ASADO:

¡Qué mal me enseñó mi papá! Él me dijo que la gente se divide en dos: los que hacen y los que miran. Lo que no me advirtió es que si me metía en las filas de los que hacen (y yo me puse de ese bando), iba a estar rodeada de gente que sólo mira. Tarde o temprano, entonces, una se plantea lo siguiente: ¿Conviene ser autosuficiente, competente, eficaz, o es mejor ser una inútil? ¿Quién lo pasa mejor? ¿La mujer luchadora, resolvedora de cosas, la que dice: “Se rompió la plancha. Vos dejámela a mí, que yo la arreglo”, o la incapaz asumida y feliz, que pone cara de carnero degollado y dice: “¡Ay! Yo no sé, pregúntele a mi marido?” ¿Quién lo pasa mejor? Bueno, ya tengo la respuesta: como mujer es mejor ser una nula. Como ser humano, no. Pero en esta sociedad eso no importa. Si a una le sale fácil, obtiene más réditos haciéndose la tonta. Y esto me lo han asegurado muchas mujeres inteligentes.
Jamás olvidaré el día en que me tocó entrevistar a la diputada Florentina Gómez Miranda para una revista y me confesó: “¡Pobre mi marido, se murió creyendo que yo no sabía cebar mate. ¡Lo engañé todos estos años!”. “¿Y por qué hizo eso?”, le pregunté. “Porque, si no, hubiera tenido que pasármela cebando mate ahí al ladito de él, inmóvil, ya que no hay nada más esclavo que cebar mate. De esa manera, él se lo cebaba solo y a veces me traía alguno a mí, mientras trabajaba”. Debí haber aprendido de ella. No tener el falso orgullo de decir: “¡Ah no, que nadie vaya a pensar que yo no sé hacer esto!” Ahora ya lo sé porque soy una mujer de experiencia. Y “experiencia –dice un refrán– es lo que obtienes cuando no obtienes lo que quieres”. Como la peregrina ocasión en que decidí hacer un asado. Fue un día en que exclamé: “¡Estoy harta de depender de un hombre cada vez que quiero comer asado!” Cuántas veces hemos pasado por esta situación: “Gordo, ¿por qué no hacés un asadito?” “No, hoy no tengo ganas” o “Voy a llegar tarde porque tengo partido de tenis”. Por consiguiente, una termina comiendo asado solamente cuando ellos tienen ganas. Que los hombres nos sometan permanentemente al asqueroso chantaje de ‘la carne’, vaya y pase, pero el chantaje de la ‘carne a la parrilla’, ya es un abuso. ¿Cómo es posible que una mujer resuelta y corajuda como yo admita eso?”, me reproché. Eso de andar humillándose, pidiendo, rogando, casi con miedo: “Querido, ¿te gustaría, tenés ganas, cómo andás de ánimo para un asadito?”.
Así que decidí resolver esta situación como lo hago siempre: poniéndoles “los pechos” a las cosas. Después de todo, si bien nunca había hecho un asado, de observar conocía perfectamente los pasos a seguir. No podía fallar... Aunque los varones siempre anden compitiendo y haciendo un misterio de su técnica, como si se tratara de la habilidad para abrir una caja fuerte.
Me levanté a las seis de la mañana. ¿Cómo para qué? Para comprar la carne, el carbón, la radicheta, los morrones, los limones, el ajo, las papas. Todas esas cosas que cuando los maridos hacen asado es una quien las prepara. Esta vez, además de ser yo la que se encargaba de todo: ensaladas, chimichurri, también me tocaba hacer el asado. El hombre normalmente empieza media hora antes. Total tiene un séquito de ayudantes que revolotean a su alrededor como la corte de los milagros: mujer, hijos, empleada y hasta el perro que le alcanza las ramitas. De manera que –precavida– empecé temprano. Llegué a casa y me puse a limpiar la parrilla, que había quedado sucia de la última vez. Por supuesto que con el invalorable asesoramiento de él. Él miraba. Con el ceño fruncido como si me hubiera atrapado coqueteando con otro y dándome consejos paternales. Sí, debo admitir que cumplí el sueño secreto de toda mujer: casarme con mi papá sin matar antes a mi madre. Apoyado, así, displicentemente contra la pared con los brazos cruzados, él me alentaba: “¡Qué hacés, qué hacés, dame para acá! ¿cómo vas a raspar la grasa de la parrilla con mi cuchillo de carnicero? ¡Le vas a arruinar el filo!” Y me lo arrebató de las manos lo mismo que si hubiera rescatado de la destrucción un jarrón de la dinastía Ming. No importa. Empecé a preparar el fuego mientras salaba el pechito de cerdo. “¿Qué? ¿Lo vas a salar antes?” Creí reconocer un tono de advertencia en su pregunta. Como si me encontrase a punto de desatar algo irreparable, una catástrofe ecológica, sin ir más lejos. Una equivocación que debería pagar por el resto de mi vida... Ante la duda, le enjuagué toda la sal bajo la canilla y procedí a preparar las mollejas como lo hace mi padre, que les da un hervor previo y después las corta en fetas para que se desgrasen. Pero mientras hervían las mollejas en la cocina, volví al quincho para ver si ya estaba la brasa. Estaba, de manera que fui poniendo el pollo y el pechito. “¿Qué? ¿Todavía no aprendiste a abrir el pollo como rana?”, me inquirió él con sorna, siempre apoyado licenciosamente contra una pared. “Así se te va a quemar la pechuga”, sugirió en un silbido entre dientes. A esa altura ya empezaba a surtir efecto el trabajo sicológico, porque, en mi amor propio herido, saqué el pollo de la parrilla y me puse a trozarlo tipo rana, más o menos según lo que yo me acordaba. No fue fácil, sobre todo con un cuchillo común, porque la cuchilla filosa la tenía él calzada en la cintura y a buen recaudo, al mejor estilo Ma¬le¬vo Fe-rrey¬ra. Empecinada, lo logré: quedó tipo rana. Una rana inválida. Lo penoso fue que en esa empresa me olvidé de las mollejas. Cuando volví a la cocina habían hervido tanto, que parecían sesos. Ya sólo podían servir como esponjas para lavar los platos. “¡Qué vas a hacer! ¿Las vas a tirar?”, me fulminó con una mirada atroz. “No, no, yo me las como igual”. Y empecé a engullir esos pedazos de neoprene poniendo cara de que estaban deliciosos.
Todavía me faltaba limpiar la radicheta. Hoja por hoja. Pero, para ganar tiempo, puse los morrones sobre las brasas para que se fueran asando. No me atreví a pedirle que los vigilara. A esa altura ya había comprendido que para ciertos varones con “todo lo que hay que tener bien puesto” debe significar algo así como una violación contranatura que una les demuestre que puede arreglarse sin ellos para hacer ciertas cosas. Además, él me seguía por toda la casa como un acompañante terapéutico encargado de vigilar los pasos de una demente recién dada de alta. Si yo estaba en la cocina, él ahí, al lado mío, sembrando la duda y el pánico: “Te vas a quedar sin fuego”. Corrí al quincho a agregar más carbón y él me recordó admonitoriamente que hacía seis meses que ya no pagábamos el seguro contra incendio. “No te preocupes –le manifesté–, el día que decida incendiar la casa, lo voy a hacer con vos solo adentro. De manera que una vez muerto, ya no tendrás nada de qué preocuparte”. Volví a la cocina y continué con las demás preparaciones. ¿A propósito, ¿pega asado con puré? Ya me parecía que no. Es que, corriendo al perro –que se había robado la ristra de chorizos– por el jardín, perdí diez minutos y las papas para la ensalada se habían desintegrado (como mis ilusiones de salir airosa en esta empresa). Rescaté los chorizos, los lavé en agua con vinagre y los puse en el fuego. “¿Así nos envenenás todos los días?”, preguntó con tono de psicoanalista que insinúa terribles perversiones ocultas en nuestra personalidad. “Pero si el fuego mata todo...” “Yo eso no lo como”. Hice como que no había oído y volví a “asarme” frente a la parrilla, mientras recordaba a Florentina Gómez Miranda, que usó la inteligencia a su favor, no en su contra. Acababa de descubrir que no es lo mismo ser inteligente en la física nuclear que en el amor y las relaciones. Son dos cosas diferentes. Yo creía que haciéndome eficiente e imprescindible iba a lograr que mi marido, mis hijos, mi jefe, mis empleadas, mis amigos, mis compañeros de trabajo, mis padres y los gatos abandonados me quisieran más. No fue así. En cambio todo el mundo pretendió utilizarme y, además, con derecho a criticar.
Las mujeres, en nuestro pequeño papel de tiranas domésticas, intentamos compensar esa falta real de poder, reinando sobre cosas pequeñas: la limpieza, el orden y ahora... el asado, para asegurarnos de que nuestro papel vale mucho. Repito, admiro a aquellas que pueden dejar de lado el amor propio y aprovecharse del rol algo bastardo que nos tocó en suerte, sin importarles lo que nadie piense de ellas. Mi madre, por ejemplo, no aprendió a escribir un cheque hasta que llegó a los cuarenta años y, sin embargo, lo pasaba regio. Yo firmo cheques y nunca tengo un peso, aunque trabajo. Mi papá quería que mi madre fuera así, pero que yo fuera diferente. Que tuviera autoestima. Por suerte, no pudo verme aquella noche del asado, en que casi casi estuve a punto de hacer lo que siempre hago cuando me siento acorralada: usar la más poderosa fuerza hidráulica del mundo: lágrimas de mujer. ¡Lágrimas de mujer!

-copyright VIVIANA GOMEZ THORPE-

(Fragmento de "NO SERÉ FELIZ, PERO TENGO MARIDO")

 

Por mi parte agrego:

¡Jamás, pero jamás de los jamases, haré el asado si hay un hombre cerca y dispuesto a hacerlo... y si anda por ahí y no sabe hacer asado ¡Vamos a la parrilita de la esquina!.. pero meterme con su masculinidad  ¡ Nunca! Eso no se les hace ¡Caramba!

Besoos, Mabel

 

Comentarios

@ANSOGUAT

23/08/2013



Mabe, muy bueno y es así, tal cual, en mi otra administración, yo jugaba al fútbol los Domingos y el asado en mi casa era cuestión de estado, hasta mis hijos esperaban que yo haga asado , lloviera, tronara o refusilara , entonces cuando jugaba tarde y encima estaba en una liga de veteranos ( sí a los 35 yo jugaba para los veteranos ) y como era un campeonato bastante federal, me tocaba jugar en lugars un tanto alejados de mi domicilio. Cuando eso ocurría, le dejaba toda la batería de palitos, maderitas , papelitos ( jamás fluidos piromaníacos tales como el keroseno o el alcohol metílico ) todo hecho en forma de carpita y le dejaba hasta el secador del pelo para que le rsultase mas fácil prender el fuego, fracasé Mabe, te juro que es tal cual la definición de mi ex, la misma que la de la autora del libro, le pregunté, pero por q no querés prender el fueguito, así para cuando yo venga de fútbol comemos? me respondió:  por q el día que yo ose prender un fósforo para semejante empresa, a partir de ahí, tooooooooooooooooooooodos los Domingos  sin excepción  voy a ser la encargada del asado dominguero, tarea que a vos te queda muy bien

Muy buena nota Mabe

Beso. Ric  
@MABE

24/08/2013



 Patty:

   
@MABE

24/08/2013



 ¡Y en el Youtube hay muchísimas opciones más!

Nuestra vida puede dividirse entre un antes y un después de la Red.

Ambos Ricardos ¡Gracias por compartir la nota conmigo!

Besotes a los 3  
@ANSOGUAT

24/08/2013



Sin ser discriminador, como vas a poner un video de un asador chileno ,i vida naaaaaaaa, se te escapó la tortuga Mabe el asado es Argentine  
@MABE

24/08/2013



 Tenés razón

¡¡¿Alguién vio mi tortuga?!!!

(Lo copipegué sin verlo... una vaga bárbara... pero que conste que decía "asador argentino jajajaja)   
@ANSOGUAT

25/08/2013



JAJAJAJA, que sea la ultima vez nena