¿Bucear o surfear la vida?

Cómo actuar ante las aguas de la existencia???

En algunos huacos peruanos (cerámicas de épocas preincaicas) hay dibujos de figuras humanas desplazándose sobre olas en lo que parecen ser trozos de madera. Acaso son testimonio de que entonces, en esas zonas del Pacífico, se practicaba surf. Por otra parte, hay también evidencias variadas según las cuales muchos siglos atrás los humanos acostumbraban a sumergirse en las profundidades de ríos, lagos y mares en busca de alimentos y de valiosas riquezas como perlas o corales. También el buceo tiene una larga historia.

Ambas actividades, bucear y surfear, se practican en el agua. Y ese es todo su parentesco. Mientras el buceador desciende hacia profundidades cada vez más alejadas de la luz, el surfista se desliza por la superficie ondulada respaldado por un horizonte luminoso. El buceador se adentra en escenarios misteriosos, que se irán develando ante su asombro. En esos parajes se irá encontrando con formas de vida cada vez más sorprendentes, de una diversidad no imaginada. Lo que ve es patrimonio sólo de sus ojos, si no hay alguien a su lado, nadie más sabrá con qué se encontró y todo relato (oral, escrito, fílmico y fotográfico) resultará siempre un reflejo inexacto, unidimensional, insuficiente y pálido de su experiencia. Si bucea en el mar se habrá sumergido en uno de los sitios más desconocidos, vastos, ajenos a toda frontera. Cuanto más descienda, más será su asombro, su privilegio por el encuentro con lo insondable. Verá formas, movimientos, volúmenes, texturas, colores tan inesperados como inimitables, tan deslumbrantes como imponentes. Será testigo silencioso (y deberá serlo también cuidadoso y humilde) de las entrañas mismas de la vida, puesto que ella, tal como la conocemos, empezó allí. Cuando regrese a la superficie posiblemente no sea el mismo, ni en ese momento ni nunca más. Y probablemente no sea consciente de eso hasta que transcurra un tiempo.

El surfista ejecuta maniobras y piruetas a la luz del sol, cabalga las olas como protagonista de un deporte que puede ser observado y disfrutado por muchos. Despierta el asombro en otros, pero no es él quien se asombra. Está saturado de adrenalina. Su experiencia es pública, compartida, se cumple en la epidermis de las aguas. Sólo ocasionalmente se cruzará o rozará con alguna especie acuática, pero no porque lo busque y sin tiempo para observaciones detenidas de esas especies.

El buceador vive una ceremonia casi íntima y secreta en un sitio silencioso, sagrado. El surfista es la estrella de un ritual notorio, espectacular, colorido. Monta olas furiosas, mientras el buceador se entrega a la misteriosa quietud de la profundidad.

Ante las aguas de la existencia podemos actuar como surfistas o como buceadores. O podemos alternar, según los momentos y las circunstancias, ambas experiencias. Andar por la superficie, a la búsqueda de emociones y sensaciones excitantes, yendo de ola en ola concentrados en el próximo salto, a la vista de todos, en espacios siempre abiertos, visibles y públicos. O retirarnos a explorar nuestras propias profundidades, las necesidades, emociones, los sueños, temores, desconciertos, las intuiciones, imágenes que nos pueblan. Podemos replegarnos de la pura acción, de la obsesión productivista, de las tentaciones que se suceden en el entorno bullicioso para entregarnos a ejercicios y actitudes que el tiempo presente (tiempo de fugacidad, de urgencia, de ansiedad, de inmediatez, de roce sin contacto, de conexión con poca comunicación) desplaza. Dedicarnos al pensamiento y a la contemplación. A recuperar el asombro y las preguntas. El tiempo y la lentitud. Un ancho y hondo mar nos espera.

Jorge Sinay

 

 

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