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@GABRIE

02/04/2016#N59075

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Uno de los ingredientes en que se fundamenta la pareja es la igualdad. La igualdad de rango, que quiere decir que ambos tienen el mismo nivel, la misma altura, idéntico valor y dignidad. La pareja, por definición, es un lugar donde nos encontramos como iguales, como pares. Si no hay igualdad, en verdad no hay pareja, sino otra cosa, otro convenio, por lo general poco feliz. De algún modo, la cizaña en una relación empieza cuando uno de los dos piensa: «yo soy mejor que tú» o «yo soy peor que tú». Ambas posiciones, ponerse por encima o por debajo, agrandarse o empequeñecerse, tensan las cuerdas de la alquimia emocional de la pareja y constituyen la semilla del maltrato, que cuando crece y crece se transforma en juegos psicológicos fatales y en violencia (de cualquier tipo). En realidad, la mayoría de los problemas, si miramos esta cuestión desde una atalaya panorámica mayor, parten de que alguien se empeña en definir una porción de la realidad como mejor que otra, de que alguien insiste en decidir qué es bueno y qué es malo, y se arroga el derecho a imponerlo y a enjuiciar, en nombre de éticas y falacias que suelen tener un trasfondo emocional impetuoso e infantil. Y en la pareja, cuando uno de los dos se siente mejor que el otro, o que la familia del otro, en lo profundo, en el alma, surgen las fisuras, porque la pareja, a pesar de lo diferentes que puedan ser sus miembros, debe apoyarse en la igualdad sentida y reconocida de corazón.


JOAN GARRIGA Del libro El buen amor en la pareja.

 

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