Sobre el merecimiento


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~Sobre el merecimiento

Posted on June 27, 2011 by Federico Fros Campelo 
 

          Y ya que en el post anterior hablamos de la felicidad forzada como paradigma publicitario y social, abordemos aquí otro tema no menos controversial. La cultura del falso merecimiento.

          Camino por la calle y veo un gran afiche de una bebida que proclama: <<el sabor que te merecés>>. Luego abro el diario y leo tremendo aviso de colchones: <<el descanso que te merecés>>. Y entonces mi mente empieza a relacionar todos esos mensajes que aparentemente permanecen ocultos pero que van consolidando un patrón concreto en nuestra forma de pensar. La propaganda de un partido político: <<el cambio que te merecés>>. Una casa de ropa que anuncia su nueva colección: <<el capricho que te merecés>>. Un edificio a estrenar: <<el lujo que te merecés>>…

          Imagino las viñetas de Quino y a Mafalda de repente gritando… ¡Basta! ¿Es que me merezco tantas cosas? Y si me las merezco tanto, ¿por qué no puedo tenerlas todas juntas ya?

          Es que allí está el problema. Y no vuelve a limitarse a la publicidad. Hay una cultura de falso merecimiento en donde se está promoviendo desaforadamente el acceso a placeres, bienes, (y peor: logros y retribuciones) como si hubiéramos hecho todo lo necesario y lo indicado para conseguirlo. La verdad es que a veces me pone bastante incómodo advertir que los oradores motivacionales y los autores de autosuperación no se cansan de lavarle la cabeza a la gente sobre: <<cosechar el éxito que te merecés>>. ¿Realmente todos se merecen ‘el éxito’?

          Porque una cosa bien válida es defender la integridad, los derechos y el valor de las personas. Y elevar como estandarte que todos merecemos respeto, igualdad en las oportunidades y experiencias como la felicidad y la libertad, por nombrar algunas. Eso sí. Pero otra cosa muy distinta es asumir arbitrariamente que nos merecemos cosas para las que no nos hemos esforzado ni un ápice.

          Me fascinó un escrito de Alejandro Dolina que recibí por cadena de emails en cierta ocasión, que decía más o menos lo siguiente:

 

          En los últimos años han aparecido numerosos institutos y  establecimientos que enseñan cosas con toda rapidez: “….haga el bachillerato en  6 meses, vuélvase perito mercantil en 3 semanas, alcance el doctorado en 10 minutos…..”

          Desconfío. Yo he pasado 7 años de mi vida en la escuela primaria, 5 en el colegio secundario y 4 en la universidad. Y no creo que ningún genio recorra en un ratito el camino que a mí me llevó decenios.

          ¿Por qué florecen estos apurones? Quizá por el ansia de recompensa inmediata que tiene la gente. A nadie le gusta esperar. Todos quieren cosechar, aún sin haber sembrado. Tiene éxito todo aquello que nos permita recibir mucho entregando poco.

          Todos nosotros habremos conocido un número prodigioso de sujetos que quisieran ser ingenieros, pero no soportan las funciones trigonométricas. O que se mueren por tocar la guitarra, pero no están dispuestos a perder un segundo en el solfeo. O que le hubiera encantado leer a Dostoievsky, pero les parecen muy extensos sus libros.

          Lo que en realidad quieren estos sujetos es disfrutar de los beneficios de cada una de esas actividades, sin pagar nada a cambio.

          No me gusta. No me gusta que se fomente el deseo de obtener mucho entregando poco. Todo tiene su costo, y el que no quiere afrontarlo es un garronero de la vida.

 

          No podría estar más de acuerdo con Dolina. Asumir que uno merece algo por lo que no se ha esmerado ni ha practicado llega a ser un asunto más grave que simple ansiedad o tendencia al mínimo esfuerzo. Llega a ser una muestra de arrogancia. Y pocas cosas hay más rechazables en un carácter que la arrogancia no fundamentada.

          Pero entonces, ¿qué es <<merecer>>? ¿Es un criterio social o individual? ¿Es una idea o un sentimiento? Si no nos creemos merecedores, verdaderamente no  ‘sentiremos’ la experiencia. Pensemos en un logro real que nos haya llevado mucho sudor (y tal vez también sangre y lágrimas). Una vez alcanzado sí nos sentimos merecedores de él. Porque en el fondo llevamos la convicción al respecto.

          El merecimiento es una experiencia emocional, claro, relacionada con las expectativas, el placer y la retribución. Pero no podría existir si no hubiera dentro de nosotros un modelo de la realidad de merecimiento. Es decir, ‘creencias de merecimiento’. Es correcto que socialmente nos vemos estimulados por formatos y criterios que nos adoctrinan en aquello a merecer o no. Pero también tiene que haber un componente dentro de cada uno de nosotros que permeabilice esa adquisición. Y ese componente se trata de la inscripción de un modelo de cómo la realidad exterior se relaciona con nosotros.

          Las creencias individuales de merecimiento vendrían a ser lo opuesto a las creencias propias de capacidad. En estas últimas, las generalizaciones y las inferencias que hace nuestra mente nos dejan disponible la formulación de un repertorio de acciones que podemos hacer. Es un asunto de cómo nos relacionamos con el mundo; nuestros atributos hacia él. De adentro hacia afuera. Por el contrario, en las creencias de merecimiento las generalizaciones y las inferencias que hace nuestra mente son ‘del mundo hacia nosotros’. De afuera hacia adentro: el vector inverso. En función de lo que nos acontece desde pequeños, vamos haciendo atribuciones que construyen el modelo de cómo el mundo se relaciona con nosotros. ¿Qué tiene el destino para darnos? ¿Qué podemos esperar del futuro? Estas expectativas se fundamentan en semejantes creencias.

          Claro está que ninguna creencia está exenta de contenidos emocionales. Y consecuentemente, es saludable esperar que el mundo tenga la capacidad de darnos cosas buenas. Que el porvenir nos reciba con méritos. Pero como toda creencia, puede distorsionarse. Y es en esos casos que el contenido emocional termina siendo abusivo y arrogante. Esperarlo todo a cambio de no contribuir en nada… es una falsa concepción de la realidad que tarde o temprano nos llevará al conflicto: frustraciones internas o un mal manejo con los demás.

          Entender el merecimiento desde su aspecto de las creencias que lo sustentan puede ayudarnos a moderar esa cultura falsa.

 

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